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Escándalos sexuales en la Iglesia: A grandes males, grandes remedios

Las llaves de la Iglesia de san Pedro

Yorkshire Many | CC BY-SA 4.0

Mario J. Paredes - publicado el 13/07/18

Los antitestimonios de hombres de Iglesia obligan a sacar lecciones decisivas que permitirán recuperar la credibilidad y el entusiasmo en el anuncio del Evangelio

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La historia de la Iglesia católica se ha teñido, cada cierto tiempo que se cuenta en siglos, con grandes problemas y crisis que han sacudido sus cimientos, pero prevalecen, finalmente, la fuerza y poder del Espíritu del Resucitado que la anima y la fe que tenemos.

Reforma continua

Basten unos ejemplos: en sus inicios, el cristianismo tuvo que afrontar grandes persecuciones por parte del Imperio Romano y unas décadas después tuvo que contestar a grandes herejías que amenazaban la pureza doctrinal y la vida del Evangelio en las nacientes comunidades de seguidores de Cristo.

Siglos más tarde, la Iglesia tuvo que enfrentar la Simonía, es decir, el comercio con la fe que enriqueció escandalosamente a los clérigos y que provocó – como reacción contraria – el nacimiento de las órdenes llamadas mendicantes.

Tiempo después, la Reforma de Martín Lutero estremeció profundamente las certezas doctrinales y prácticas del ser y quehacer de la Iglesia.

Para cada gran problema y en cada distinta época surgió una gran solución: se autenticó la vida de los cristianos mediante el martirio, o se sistematizó y perfeccionó –con ayuda de la filosofía- el cuerpo doctrinal y teológico del cristianismo o se volvió a la pobreza evangélica tan socorrida por el proyecto de vida del Maestro de Nazaret o se celebraron Concilios como el de Trento o el Ecuménico Vaticano II que – en su momento y para los de su tiempo y contextos– propendieron por una puesta al día de la Iglesia en el mundo.

Escándalos sexuales

En los últimos lustros la Iglesia viene padeciendo, y el mundo viene presenciando y acusando en ella, graves escándalos y –por ello– una profunda crisis que tiene que ver con la vida sexual de sus ministros ordenados.

Casi no hay día que en algún medio de comunicación del mundo no aparezca un obispo, sacerdote, religioso o religiosa protagonizando algún escándalo de índole sexual.

Pero aunque más suenan cuando los protagonizan los que debieran ser modelos de integridad moral, los escándalos sexuales son el pan de cada día en todos los estamentos, esferas e instituciones de nuestra sociedad.

Porque son los hombres y mujeres de la entera sociedad, especialmente de la occidental, los que viven escindidos, no reconciliados y angustiados con su sexualidad, bien por una errónea predicación de la misma Iglesia al respecto o bien porque nuestra sociedad, en tránsito de la modernidad a la posmodernidad, en búsqueda del placer por el placer, nos ha involucrado a todos en un estilo de vida hedonista y pansexualista.

Vale decir, un estilo de vida en el que todo (publicidad, modas, lenguaje, estilos de vida, producciones culturales, etc.) tiene que ver con la sexualidad y más concreta y pobremente con la genitalidad humana.

En un mundo, además, materialista y consumista, en el que todo se compra y se vende, y el dinero es el medio de acceso a la desesperada y desenfrenada búsqueda del  placer, lo prohibido se volvió tabú y el morbo del tabú vende y por ello, el sexo vende: vende en el escándalo de las personas en los medios, en la trata de personas, en la música y la moda, en la pornografía, en la objetivación del cuerpo y de la mujer, etc.

Las raíces del problema

Y los curas no vienen de Marte. Los consagrados en los ministerios de la vida eclesial son hombres y mujeres que provienen de nuestras sociedades y culturas hedonistas y pansexualistas.

Por ello, es hipócrita escandalizarnos por todo lo malo que sexualmente ocurre en nuestra sociedad, si antes no nos escandalizamos por lo mal concebida, lo mal entendida y lo mal experimentada que es nuestra vida sexual y genital.

Y nunca produce más morbo, se capta mejor, escandaliza y vende más un mal comportamiento de índole sexual que cuando es protagonizado por quienes deberían dar ejemplo en la manera de concebir y vivir su sexualidad.

Por ello, los escándalos de índole sexual golpean tanto la vida de la Iglesia en el mundo, especialmente en lo tocante a su credibilidad cuando ejerce la tarea de guiar en temas de fe y de moral.


VICTIM

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Escándalos en Chile

En este contexto y uno de los últimos escándalos sexuales que más ha sacudido a la entera Iglesia católica y a los medios de comunicación social (algunos especialmente sedientos de morbo y dedicados al amarillismo anticlerical) es el de una serie de hechos ocurridos en Chile.

En Chile –durante un tiempo largo- ocurrieron hechos de índole sexual de curas con menores de edad, que fueron pésimamente manejados por las autoridades eclesiásticas llamadas a corregir y castigar.

Y cuando estos salieron a la luz pública, el mal manejo del asunto continuó con una falta de liderazgo para afrontarlo y  una mala información al Vaticano, etc.

Todo ello derivó en las humillaciones y el rechazo que tuvo que sufrir el papa Francisco durante y después de su pasado viaje a Chile.

El liderazgo del papa Francisco

Este mal manejo de la crisis provocada por dichos escándalos en Chile produjo una reacción tardía. Pero hay que reconocer que –finalmente– el papa Francisco asumió personalmente la solución del problema, se apersonó del manejo del asunto, tomó las riendas y el liderazgo de la crisis en sus propias manos.

Y convocó a la Conferencia Episcopal Chilena en pleno, provocando y aceptando en ella varias renuncias de obispos de las que vamos teniendo noticia, convocó a víctimas emblemáticas del escándalo al mismo Vaticano, pidió públicamente perdón y manifestó el compromiso eficaz de enmienda, creó una Comisión de investigación sobre los asuntos de índole sexual que involucren a clérigos con menores de edad, comisión que se replica en todas las Conferencias Episcopales del mundo, pidió públicamente mano dura y tolerancia cero para los culpables, etc.




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Lecciones por aprender

El caso chileno se convierte así, en un caso simbólico y emblemático de la crisis que, en materia de la vida sexual de los ministros ordenados y de los hombres y mujeres consagrados a la vida religiosa, padece hoy la Iglesia católica.

Porque de esta dolorosa experiencia pero, sobre todo, de su manejo ulterior en cabeza del mismo Papa, quedan importantes lecciones por aprender:

En primer lugar, constatamos que las mentes de hombres y sociedades han cambiado y que la postura de hombres, instituciones y sociedades frente a la Iglesia y su papel en el mundo ha cambiado.

Que la postura de hombres y sociedades siempre conforme, a veces también sumisa y ciega o de consentimiento uniforme y unánime a la verdad única, absoluta y universal que predicó y predica la Iglesia cambió y pasó.

Que hoy vivimos entre instancias del pensamiento crítico del ser humano o en medio de lo que la misma Iglesia ha llamado un “relativismo moral” que desafía la tarea evangelizadora de la misma Iglesia.

Que la misión profética y moral de la Iglesia ha de volver a las fuentes para poner el énfasis en la vida integral del mandamiento del amor a Dios en el hermano enseñado por Jesús y no en la intimidad genital de los discípulos de Cristo.

Que poner el énfasis de la moralidad de la vida cristiana en la vida sexual y genital de los creyentes no hace sino reforzar el pansexualismo de nuestra sociedad arriba mencionado y criticado.

Queda en evidencia, sobre todo y finalmente, que la visión y predicación de la Iglesia sobre la sexualidad humana está en crisis así como el estilo mismo de vida de consagrados, religiosos y religiosas.

Y que la predicación y práctica de la vida sexual de todos los bautizados y de todo el mundo como destinatario de la misión de la Iglesia católica, requiere –por parte de la misma Iglesia– unos reconocimientos, unas revisiones, unas reformas y, especialmente, unas profundas y urgentes decisiones para enmendar el rumbo en esta materia tan importante en la vida de todo ser humano y para hacer creíble ante el mundo la fe predicada y vivida al interior de la comunidad eclesial.

Queda también en evidencia la necesidad –al interior de la Iglesia- de una seria, profunda y permanente formación doctrinal, social y antropológica de los consagrados y fieles de la Iglesia católica.

La doctrina y predicación de la Iglesia también habrá de atender y aceptar de manera más respetuosa,  abierta y oportuna las enseñanzas y aportes que respecto de toda la vida del hombre y –en este caso concreto- sobre la sexualidad humana, puedan prodigarle ciencias humanas, auxiliares – para el caso – de la teología, muy válidas y recientes tales como la sociología, la psicología, la pedagogía, etc.

La responsabilidad de los laicos

Punto importante por analizar también en esta crisis es el papel del laicado: ¿Cuál ha sido su sentido de pertenencia?, ¿cuál su compromiso en la crisis?, ¿cuál su tipo de participación: críticos distantes, meros espectadores o bautizados, miembros del Pueblo de Dios, comprometidos con la solución en acción eficaz y oración para ser agentes de cambio en el quehacer y vida de la Iglesia?

Quedamos todos en espera de las grandes revisiones y decisiones necesarias desde las máximas autoridades de la Iglesia, para que –en medio de esta hecatombe mediática que tanto nos afecta a todos– aparezcan nuevas luces en medio de las sombras; para que surjan – como en los siglos y crisis pasadas – grandes remedios a estos grandes males.

Mario J. Paredes  es presidente ejecutivo de la organización médicaAdvocate Community Providers(ACP) con sede en Nueva York; miembro permanente del Consejo Directivo de laSociedad Bíblica de Estados Unidos; fundador y presidente emérito de laAsociación Católica de Líderes Latinos (CALL, por sus siglas en inglés).

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