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¿Qué puedo hacer cuando no logro ser fuerte?

STRESS WOMAN

Stuart Jenner I Shutterstock

Carlos Padilla Esteban - publicado el 11/07/18

No esperes que la debilidad desaparezca, sólo cambia tu mirada y permítele a Dios actuar

Acaricio mi debilidad cada día. Toco mis límites cada mañana. Me confronto con mi incapacidad para hacer el bien que deseo. Acabo siendo atrapado por ese mal del que huyo.

No sé muy bien cómo hacer para romper esta tendencia. Paso de mi deseo de virtud a mi dolor por el pecado. Mi debilidad es la espina que atraviesa mi carne débil.

Y me repito en el corazón: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte”. No me lo creo. Quiero ser fuerte. Detesto mi debilidad. Y la que veo en los demás. La incapacidad para hacer frente a situaciones difíciles. La torpeza que me hace ver lo frágiles que son mis sueños.

La debilidad me escandaliza. La que veo en los otros me produce rechazo. De forma especial cuando pienso que lo débil en aquel al que amo tiene más fuerza que sus capacidades.

Dice el papa Francisco: “Recuerda que esos defectos son sólo una parte, no son la totalidad del ser del otro. Un hecho desagradable en la relación no es la totalidad de esa relación”[1].

Quiero ser capaz de pasar por alto las debilidades de los demás. No quedarme atrapado en ellas. No hacer de ellas un todo.

Quiero aprender a convivir con mis debilidades. Con la viga en mi ojo. Saber que soy débil, no fuerte. Aceptarme frágil y saber que solo no puedo avanzar.

Fragilidad

Le pido a María que me ayude, que me sane, que me mire bien más allá de mis fragilidades.

Así le reza el P. Kentenich a María en el Santuario: “Te pedimos que elijas este lugar como tu morada donde seas de manera especial nuestra educadora y guía. Solos no podemos educarnos. Somos débiles e incapaces de alcanzar esa meta. Establécete entre nosotros, edúcanos y haznos instrumentos en tu mano para la renovación del mundo”[2].

María es la educadora de mi debilidad. No hace que desaparezca. Sólo cambia mi mirada.

Para que acepte con humildad que soy frágil. Para que no me excuse en mis carencias y deje de luchar. Y para que no justifique lo que hago alegando que no soy capaz.

La debilidad no me exime de intentarlo. No quedo liberado de luchar. Soy débil y necesito la fuerza de Dios. Su poder. La acción del Espíritu. Necesito que me socorra el Señor en medio de mis caídas y me levante.

La espina de mi carne no desaparece. Y me recuerda quién soy, de dónde vengo y adónde voy. Dios tiene que hacer una obra de arte en mí. Tiene que darle vida al hombre nuevo.

Dice el Padre Kentenich: “Para tener una visión justa de la acción de Dios en la obra de la redención hay que estar convencido de esa tremenda y profunda debilidad de nuestra naturaleza. No basta con que Dios pula las aristas de nuestra naturaleza humana mediante las virtudes infusas. Es necesario que su mano de artífice talle ya en el hombre algo de su propia divinidad. La acción divina es la principal en la obra de la redención. No podemos sanar nuestra naturaleza valiéndonos sólo de nuestras fuerzas[3].

Asumir la debilidad

No puedo hacerlo todo con mis fuerzas. Con frecuencia lo pretendo. Quiero ser yo el que hace las cosas y a Dios le dejo un espacio reducido en mi vida.

Cuando yo ya no puedo, cuando no me dan las fuerzas entonces recurro a Dios y le digo que le dejo un espacio. Que todo depende de Él. Pero no suelto las riendas de mi vida.

Lo tengo todo bien atado en medio de mi debilidad no asumida. No soy capaz de aceptar que soy débil. No soy capaz de reconocer mis flaquezas.

¿Cuáles son mis debilidades? ¿Cuál es ese aspecto de mi vida que no controlo, esa herida que me lleva siempre al mismo pecado, a la misma compensación, al mismo escape?

Miro la fragilidad que no quiero reconocer. No puedo mirar con alegría mis debilidades. Quiero hacerlo. Dios con su poder se hace fuerte en mi carne herida. Así de sencillo. Así de fácil.

Parece un milagro que le pido a Dios. Miro lo que hago mal. Miro lo que me duele. Se lo entrego. Cuando soy débil soy fuerte. Cuando dejo que Dios haga morada en mi alma enferma. Y cuando entrego todo en manos de María para que Ella eduque mi alma enferma.

Sólo así es posible ser cristiano y soñar con ser santo.

[1] Papa Francisco, ExhortaciónAmoris Laetitia

[2]Kentenich Reader Tomo 1: Encuentro con el Padre Fundador, Peter Locher, Jonathan Niehaus

[3] J. Kentenich, Envía tu Espíritu

Tags:
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