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Migrantes: A drama humano, soluciones humanas

Sólo una nueva alianza entre estados de origen y llegada puede responder a la emergencia actual

Moody College of Communication-(CC BY-SA 2.0)

Mario J. Paredes - publicado el 10/07/18

La tragedia que se vive en los diferentes continentes exige una nueva alianza entre países de origen y países de acogida

El pasado 20 de junio se celebró el día mundial del refugiado y la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) –con esa ocasión– publicó las siguientes cifras, que dan cuenta de la enorme dimensión del fenómeno en el mundo:

  • El número de personas desplazadas por conflictos internos, violencia o persecución aumentó en 3 millones de 2016 a 2017.
  • 69 millones son los desplazados en el mundo. De estos:
  • 40 millones son desplazados al interior de sus naciones de origen.
  • 25,4 millones son refugiados
  • 3 millones son solicitantes de asilo.
  • 45.000 personas en el mundo son desplazadas cada día
  • Sumemos a estas cifras el fenómeno migratorio que en los  últimos años, como una enorme y creciente crisis humanitaria y debido al fracaso del socialismo del siglo XXI enarbolado por el Chavismo/Madurismo ha desplazado de su natal Venezuela a millones de hermanos y hermanas nuestros, dispersos por la entera geografía del mundo.
  • Estados Unidos encabeza la lista de los países receptores de solicitudes de asilo.

Y fue precisamente en Estados Unidos, donde en los días pasados se produjeron hechos que tienen que ver con migrantes y refugiados que causaron indignación, revuelo, estupor y rechazo unánime en el mundo: fotos de niños enjaulados, como en aquellos –ya casi olvidados– campos de concentración, separados de sus padres inmigrantes indocumentados; además de audios de niños que clamaban por la presencia de sus padres ante la burla, la frialdad y el desprecio de oficiales de migración en la frontera mexicana de los Estados Unidos.

Niños y niñas, los más indefensos de la sociedad que sufren el triple drama que significa: abandonar su entorno de origen, padecer la travesía hasta alcanzar los Estados Unidos y sufrir la separación de sus padres.

Todo esto es un evidente y absurdo atropello contra los más débiles de la sociedad y contra sus más elementales derechos humanos. Pero este escándalo causado por Donald Trump al detener niños, hijos de inmigrantes indocumentados, revela bien el autoritarismo xenófobo que como candidato y presidente de los Estados Unidos Donald Trump ha llevado como estandarte de su política de muros y de “cero tolerancia”. Política absurda e inhumana que –digámoslo de una vez– se va imponiendo actualmente –como cruel pandemia– a ambos lados del Atlántico (Estados Unidos y Europa), mientras millones sufren las consecuencias de dicha política xenófoba.

Un juez de los Estados Unidos ordenó reunir a familias separadas en menos de 30 días y frente a la presión nacional e internacional, el Presidente de los Estados Unidos D. Trump – final y aparentemente – cedió y prometió mantener unidas a las familias. Pero queda la pregunta sobre ¿cómo, con qué motivaciones y sinrazones, con qué intenciones y medios, a qué costo y hasta dónde Donald Trump llevará adelante políticas de este tipo para que Estados Unidos vuelva a ser “great again”?

Todo esto ocurrió en los Estados Unidos, al mismo tiempo que Italia y Malta rechazaban acoger en sus costas un buque –el Aquarius con 629 personas de origen africano, entre ellos 140 niños rescatados cerca de las costa de Libia– lo que ha confirmado una triste realidad: que en el mundo la xenofobia se ha ido diseminando como política estatal. Es decir, que se ha ido legitimando la siniestra política de gobiernos y de mentes que tienen entre sus programas y banderas la pureza de la raza y el rechazo al diferente. Una peste que hoy también “infesta” a los Estados Unidos.

A la negativa de acogida de Italia, a la silenciosa, tibia y tardía intervención de Francia, se suman políticas como centros de detención de Hungría, en la frontera con Serbia, la confiscación de bienes y dinero de los refugiados en Dinamarca, condenas penales en Francia y Hungría contra quienes ayuden o atiendan humanitariamente a refugiados, etc.

El mundo vive hoy la mayor crisis migratoria y de refugiados desde la segunda guerra mundial y enfrenta con amenazas de división a los 28 países que componen la Unión Europea. Y es que los mandatarios europeos están divididos sobre la manera de afrontar las políticas migratorias. Pero ésta, la de la migración, desplazamiento y refugiados, es –sin duda alguna– una catástrofe humanitaria sin precedentes y de dimensiones y proyecciones impredecibles.

Las causas de esta crisis humanitaria que contienen los distintos tipos y fenómenos migratorios son muchas, muy diversas y muy complejas. Todas convergen en una triste síntesis: no hemos podido construir el mejor y más humano de los mundos. Crecimos en aspectos materiales mientras decaímos y fracasamos en la construcción de un espíritu humano y universal. Avanzamos en la ciencia y la técnica para el control y manipulación de lo material, mientras nos quedó grande la construcción de sociedades fraternas, solidarias, libres, democráticas, humanas, justas y equitativas.

Los países tienen derecho a defender sus leyes, sus fronteras, su cultura y estilo de vida. Pero esta defensa no puede hacerse de cualquier forma y a cualquier precio, ni pisoteando –con dicha defensa– la dignidad de la persona. Es verdad que la solución requiere de dos: de los países de origen de las oleadas migratorias (que no lo han hecho bien) y de los países receptores de dichas oleadas, que tampoco lo hacen bien cuando –en búsqueda desesperada de soluciones– pasan por encima de los derechos humanos, sobre todo si se trata de una nación como los estados Unidos, hecha y construida –toda ella– con y por inmigrantes.

Falta, entonces, encuentro, negociación, buena voluntad y diálogo en ambas partes para darle soluciones corresponsables, inteligentes, humanas y eficaces a este drama humano contemporáneo que afecta a las inmensas mayorías de empobrecidos del planeta. Porque la no solución adecuada —vale decir humana— tanto en los países de origen como en los receptores del fenómeno migratorio es una vergüenza contra el ideal de mundo y de humanidad que anhelamos y contra los principios y valores cristianos que ha proclamado occidente por veinte siglos.

Terminada la guerra fría, el combate contra el comunismo, la caída del muro de Berlín, la caída de la Unión Soviética, etc., el mundo soñaba con otros aires… Por ello, contemplar este espectáculo dantesco e inhumano, especialmente en la autoproclamada “tierra de la libertad y de la democracia”, descorazona, crea desesperanza, angustia, inquieta…

Todo lo cual confirma que – como dice Kemal Kirisci – un experto en crisis humanitarias del Instituto Brookings – “la democracia liberal se encuentra en un estado de regresión en todo el mundo occidental”. Y, además, que —lastimosamente— se disipan y olvidan las voces de quienes como John F. Kennedy, ya hace más de 50 años, aseguró que “en todas partes, los inmigrantes han enriquecido y fortalecido el tejido de la vida”.

Frente al tema y para el compromiso moral, social y personal de cada uno de nosotros con la crisis humanitaria descrita, dos frases ilustran los extremos: la del vestido que llevaba la primera dama cuando visitó a los niños antes mencionados “I really don’́t care…” ( a mi realmente no me importa) o la del mismo presidente Trump cuando intentó echar reversa en su inhumana y por ello errática y errónea decisión refiriéndose al sentimiento de su hija Ivanka: “feels very strongly” (lo siente mucho). Sí, lo sentimos mucho, el mundo entero debe sentir mucho y muy profundo todo lo que –con nuestros hermanos y hermanas– migrantes está pasando…

El presidente Trump no lo siente sino que —“electoreramente”— atiende consejos de lo políticamente correcto de sus asesores pero ¡un drama humano, exige soluciones humanas! Entonces, que nuestro sentimiento nos lleve a una acción humana, solidaria y eficaz.

Mario J. Paredes  es presidente ejecutivo de la organización médica Advocate Community Providers(ACP) con sede en la Ciudad de Nueva York. Es miembro permanente del Consejo Directivo de la Sociedad Bíblica de Estados Unidos, fundador y presidente emérito de la Asociación Católica de Líderes Latinos (CALL, por sus siglas en inglés).

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