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Ningún héroe, cinco sobrevivientes y un rescate imposible en los andes venezolanos

RESCUE

Carlos Zapata

Carlos Zapata - publicado el 09/07/18

Se cumplen 15 años de uno de los más famosos rescates en Venezuela: una felicidad incompleta que sigue recordando que el único Señor y dador de vida es Dios. Uno de los rescatistas nos cuenta cómo se vivieron esos días

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NOTA DEL EDITOR: Ahora que estamos en pleno rescate de los niños de Tailandia queremos mostrar que los milagros ocurren y que el único Señor y dador de vida es Dios. Ocurrió el 13 de julio de 2003 en Venezuela, en Tachira. Hace 15 años.

Una pequeña avioneta tuvo un accidente en los andes venezolanos. Más de 72 horas después del accidente los servicios de rescate conseguían llegar al lugar de la tragedia. Parecía imposible porque había pasado mucho tiempo, pero…milagrosamente consiguieron salvarse cinco personas.

Carlos Zapata, era miembro del rescate y las imágenes forman parte de un informe para la Federación Venezolana de Salvamento y Rescate (Fevesar). Un testimonio, en primera persona que impacta:

Una lucha de egos y protagonismo entre grupos de salvamento, el pulso entre periodistas por cubrir en vivo el milagro dejaron de lado el objetivo principal de la operación: el salvamento de pasajeros en un viaje que muy pronto se convertiría en dramático.

Muchas vidas cambiaron ese día, incluyendo la de una poodle blanca que también hacía parte de la tripulación de la avioneta. Era una mañana radiante, pero nadie imaginaría lo que habría de ocurrir poco después cuando se perdiera contacto con ella.

Nos avisaron tarde. No se sabía en detalle lo que había sucedido. Sólo la alerta por una posible desaparición. Era una nave pequeña, con capacidad para una decena de personas. Venía allí un militar de la Guardia Nacional y otras personas, incluso un cantante.

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Carlos Zapata

Éramos jovencitos, preparados todos aunque no lo demostrara nuestra edad. Muchas personas estaban a cargo de la operación de búsqueda y salvamento, tal vez demasiadas, sumadas a una impericia descomunal.

Teníamos amplia formación, también en montaña, pero nada nos habría preparado para lo que viviríamos aquel día: la espesa vegetación en la que nos habíamos entrenado durante nuestros cursos de supervivencia parecería juego de niños al lado de aquella con la que nos toparíamos en ese inhóspito lugar.

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Carlos Zapata

Nuestros potentes radios perdían la señal. Las equipos de comunicaciones quedaban literalmente desconectados en unos pocos metros de distancia. Nos veíamos en la necesidad de avanzar lentamente, prácticamente tomados de la mano para no perdernos en medio de aquella gélida vegetación.

Era particularmente oscuro. En plena tarde, alrededor de las cinco, resultaba una proeza poder ver incluso a los compañeros, de quienes no debíamos separarnos más de dos o tres metros. Nuestras linternas de halógeno ayudaban poco y los equipos metálicos y de cuerdas un elevado peso que hacía más lento el paso.

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Carlos Zapata

Salió una avanzada integrada por equipos de especialistas con sus respectivos equipos. Se envió al personal de mayor preparación, como suele ocurrir en estos eventos, pero por cosas del destino se perdió. Se organizó un segundo equipo, con el personal de reserva, el cual tampoco logró llegar a la meta.

Urgía realizar el rescate. Y a medida que avanzaban las horas se desvanecían las posibilidades de hallar personas con vida. No era viable enviar una tercera avanzada, porque no había personal ni equipo para hacerlo. Además, tendríamos que echar mano de apoyo militar y voluntario.

Sin embargo, tomamos la decisión de comandar ese tercer equipo, asumiendo los particulares riesgos de llevar a personal menos capacitado y sin la indumentaria adecuada. Nos encomendamos a Dios e iniciamos la marcha. Seis meses antes había fallecido una compañera rescatista. Hicimos una oración especial y le pedimos ayuda.

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Carlos Zapata

Tardamos más de catorce horas literalmente arrastrados sobre la tierra húmeda, mientras intentábamos abrirnos paso entre la espesa vegetación. Los pesados morrales que llevábamos sobre nuestros hombros se quedaban enganchados entre las ramas y hacían aún más lento el avance.

El inesperado frío de páramo, que situaba en 3 grados centígrados el ambiente, junto a una llovizna sin cesar, hacía más pesada la ropa que terminábamos por exprimir en un intento desesperado por recuperar algo de calor corporal.

Dieciocho militares nos acompañaban en la búsqueda. Cada uno llevaban consigo algo de panela y un poco de agua. Compartían con nosotros su alimento. Las brújulas no parecían ayudar. Caminábamos corrigiendo rumbo, avanzando casi sin la certeza de que pudiéramos llegar.

No había tiempo para el descanso, no había forma de dormir. Las frazadas que llevábamos a cuestas acabaron empapadas, haciendo muy difícil avanzar. Pero no perdimos la esperanza. Nos deteníamos unos segundos y bromeábamos.

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Carlos Zapata

Uno de esos “desconocidos” nos apoyó de manera particular. Cuando el morral acabó por generar marcas profundas en los hombros y hacer parecer que ya no habría fuerzas para caminar, lo tomó durante un tramo y lo llevó consigo.

Intentamos dormir por espacio de una hora, pero en realidad nadie logró conciliar el sueño. Nos sentamos sobre los morrales, mientras nos cubríamos con un plástico, aunque ya estábamos mojados y temblando por el frío.

Cuando parecía que acabaríamos sin fuerzas para seguir avanzando, los encontramos. Estaban sobre una explanada. Sobre un ala de lo que quedaba de aquella avioneta se hallaba un muchacho, mientras que una jovencita de quince años estaba sobre los restos de un suerte de silla.

No entendía lo que ocurría. Estábamos muy agotados, listos para ser nosotros los que recibiéramos el rescate. Tres días comiendo mal, sin dormir y pasando frío. Llegamos para brindar ayuda, pero no era claro el panorama. Nos dispusimos a servir, en medio de un escenario devastador.

Contra todo pronóstico, fuera de tiempo y rompiendo protocolos, se salvaron ese día cinco vidas, incluida la de un niño de 12 años, quien debido al shock decía incoherencias mientras preguntaba por su padre: el piloto que yacía muerto a escasos metros de su lado.

Dos damas y tres varones fueron rescatados de aquel punto de la montaña al que los equipos tardaron casi tres días en llegar, desde que iniciaron la búsqueda al menos dos avanzadas que acabaron perdidas, desorientados por el frío y las dificultades de una espesa vegetación.

¡Pero no hubo héroes! Sólo lágrimas y drama. Los informes nunca registraron con precisión las razones de la tardanza, ni las consecuencias de un despliegue militar comandado por personal que desconocía los protocolos de salvamento.

Ocurrió un milagro, pues se salvaron todas las personas que no murieron en el impacto. El niño recuperó por completo su salud, al igual que la jovencita de quince años de edad y la dama que en un primer informe se anunció como fallecida. El copiloto volvió a volar, apenas seis meses después de la tragedia.

El hecho despertó controversias, desempolvando una lucha de egos en la que sólo quedó claro que el dueño de la vida es Dios. El despliegue de algunos medios periodísticos por cubrir la noticia sucumbió al desafío ético, e irónicamente se perdieron –con equipos incluidos- en medio de la primera avanzada de búsqueda.

¿Se puedo hacer más?

El rescate ocurrió, pero la celebración se vio eclipsada por el dolor de los muertos y el pensamiento de que se pudo haber hecho más.

Seis meses después hubo sorpresas: el robusto y bromista militar que había fungido como un ángel en aquella expedición de rescate era además sacerdote. Aquel hombre que compartió su alimento y lanzaba chistes para elevar el ánimo en los momentos más duros era el capellán de aquel equipo militar.

Su frase durante la misa que se realizó por las almas de los fallecidos y como gratitud por los vivos, aún se recuerda hoy, quince años después, en momentos cuando el mundo mira conmovido a Tailandia en el rescate desesperado de sus 12 niños y un jovencito:

“Ningún héroe, cinco sobrevivientes y un rescate imposible en los andes venezolanos… Porque, definitivamente, la vida es un don de Dios”.

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