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El exigente ritmo de vida así como nuestra manera de ser tiene consecuencias para nuestro bienestar psíquico. Lejos de quedarse en un nivel mental, nuestra fisiología se ve afectada por la somatización de nuestras emociones negativas y se manifiesta con enfermedades y dolores.
Cuando tenemos preocupaciones o nos sentimos tristes experimentamos una sensación de pesadez y poca energía; cuando estamos enamorados nuestro corazón late acelerado; cuando nos asustamos nuestro cuerpo se bloquea y así, un sinfín de síntomas y sensaciones corporales provocadas por información procedente del cerebro. ¿Existe un límite entre lo físico y lo psicológico?
La psicosomatización o la somatización se refiere a las afecciones o “dolores” que tienen un origen psicológico pero que se manifiestan de forma física. Las que en un momento u otro todos hemos experimentado: contracturas musculares, desarreglos digestivos, dolores de cabeza, alteraciones neurológicas, etc…
Por supuesto se trata de una enfermedad real porque tiene un diagnóstico clínico pero para comprender bien el concepto basta con entender que la salud es un todo, cuerpo y mente. Se trata pues de una visión holística denominada modelo biopsicosocial.
En síntesis, la somatización de una enfermedad, trastorno o afección tiene que interpretarse de manera multifactorial, es decir, se debe a causas de diversa naturaleza:
Algunos síntomas asociados a partes del cuerpo
El estrés, una fuente inagotable de enfermedades psicosomáticas
Las experiencias traumáticas, el ritmo de vida, las pérdidas y todo tipo de vivencias emocionalmente intensas pueden causar un estado de estrés y éste manifestarse en forma de trastornos o enfermedades somáticas sin que se determine una causa infecciosa, alteración morfológica o metabólica grave.
Otras enfermedades psicosomáticas crónicas, más graves, se deben a reacciones del cuerpo en el intento de buscar una salida a algo psicológico que no se puede o no se quiere aceptar y/o percibir.