La espiritualidad puede ser tan sencilla como ver el rostro de Dios al salir por la puerta de casaCuando mi esposa y yo fuimos recibidos en la Iglesia católica hace siete años, recibimos un regalo de una imagen enmarcada de Jesús. En ella, sostiene en alto su mano derecha como dando una bendición y, en su pecho, su corazón está expuesto a la vista de todo el mundo.
Por entonces, me gustó el cuadro y aprecié el regalo. Desde entonces hemos vivido en diferentes casas y siempre he colgado el cuadro en un lugar prominente de la pared porque, para nosotros, resulta reconfortante. Ayuda a hacer un hogar de la casa y nos recuerda que Dios cuida de nuestra familia.
Sin embargo, nunca me percaté de lo especial que era ese cuadro de verdad hasta hace poco. Esta imagen en particular, a menudo conocida como el Sagrado Corazón de Jesús, cuelga también de las paredes de innumerables hogares más.
Una amiga, Christine, dice de su cuadro: “A menudo rezo ante la imagen, siento que Él está con nosotros”. En este momento del año cuando los cristianos se detienen a recordar el Sagrado Corazón, me pregunto si hay otros que también dedican un momento a contemplar sus imágenes y sentir que Dios les está cuidando.
El Sagrado Corazón es popular porque una mujer llamada Margarita María Alacoque tuvo una visión de Jesús en 1673 en la que ella descansó su cabeza sobre Su corazón. Él le dijo: “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres, y que no ha ahorrado nada, hasta el extremo de agotarse y consumirse para demostrarles Su Amor”.
A medida que aprendía los orígenes de la imagen y entendía plenamente que el corazón de Jesús representa su amor, se hacía cada vez más significativa para mí. Aquí hay una imagen del Dios que me ama tanto que está dispuesto a morir para que yo viva, y está aquí mismo en nuestros hogares.
Jesús también hizo a santa Margarita María 12 promesas. Una de ellas llamó mi atención: “Pondré paz en sus hogares”.
Nuestro hogar es una casa de locos. Anoche mismo, sin ir más lejos, nuestro bebé sacó agua del retrete y la derramó por todas partes, las dos hijas mayores tuvieron un debate a gritos sobre la propiedad de un cepillo de sirena de plástico y juraron nunca perdonarse mutuamente mientras vivieran, y los dos chicos exigieron que les enseñara “técnicas de navaja”.
A veces parece que nuestra vida familiar no es más que una interminable sucesión de riñas y, en lo que refiere a la paz en nuestro hogar, toda la ayuda que nos llegue es poca.
Para quienes no estén familiarizados con esto, meditar ante imágenes como el Sagrado Corazón entra dentro de la categoría de “devoción”, algo que me gusta considerar como un portal externo que fomenta la espiritualidad interna.
Dios nos diseñó para conocer el mundo a través de nuestros sentidos físicos, para regocijarnos con nuestro entorno, como con una puesta de sol, la sonrisa de un bebé o una fotografía de lo divino. No hay nada malo ni tampoco raro en encontrar consuelo y belleza en una imagen, porque en última instancia todo conduce a Él.
Si mi cuadro se cayera y rompiera, no me preocuparía haber matado a Jesús. Iría a buscarme uno nuevo. Sé en mi mente que Dios está conmigo constantemente, pero resulta de gran ayuda verlo de verdad, de manera similar a cómo manifiesto el amor hacia mis hijos.
Es maravilloso decirles que les quiero y lo intento hacer con frecuencia, pero ¿cuánto más valiosas son para ellos esas dos palabras cuando se las digo a la hora de dormir y les doy un abrazo y un beso a cada uno?
Dios siempre está cerca y dispuesto a escuchar, así que colgar un cuadro del Sagrado Corazón abre una conexión hacia Jesús de la que quizás no nos hubiéramos percatado antes.
Una familia amiga nuestra, Wendy y Jeff, compartieron una experiencia parecida que tuvieron con un cuadro del Sagrado Corazón que tienen colgado en casa. Wendy me dijo: “Lo colgamos donde Jeff pudiera verlo cada mañana antes de trabajar. Yo me acerco cada mañana, beso mis dedos, los presiono contra el cuadro y digo buenos días a Jesús”. Este simple hábito ha supuesto una gran diferencia en su hogar. “A los tres días de hacer esto, mi corazón cambió”, afirma Wendy.
Nuestra amiga Maureen coincide: “Me he arrodillado y rezado ante la imagen muchas veces, cuando me he sentido abrumada, y Su Corazón me recuerda que Su amor siempre cuidará de todo. Tiendo a preocuparme mucho, pero cuando recuerdo que hemos pedido a Jesús que sea el rey de nuestro hogar y nuestros corazones, sé que no tengo nada que temer”.
La espiritualidad no tiene por qué ser una oración larga y elaborada. Puede ser tan simple como ver el rostro de Jesús al salir por la puerta de casa y recordar Su amor, regalarle un beso en Su cara con la punta de los dedos o hacer un compromiso silencioso de compartir tu corazón con Él.
Para mí, es más que nada un recordatorio de que nuestro hogar es un lugar de alegría y paz y que no hay daño o mal o pecado en el mundo que pueda separarnos del amor de Dios.