Este padre de familia nos responde con su historia Nací en una familia acaudalada. Estaba acostumbrado a no recibir fácilmente un “no” por repuesta por la simple razón de ser un brillante estudiante. Era pues alguien con suerte al que nada malo le podía pasar.
Sin embargo tenía una mala actitud.
- No tenía ningún sentido de la disciplina.
- Tenía una personalidad egoísta y egocéntrica.
- Era exigente e irrespetuoso.
- No tenía cuidado de mi salud ni de mi seguridad.
- Me escapaba largos fines de semana para vivir una vida de desenfreno.
- No disponía un código de comportamiento moral.
Hice sufrir mucho a mis padres.
Hoy en mi madurez me queda claro que el amar y venerar a nuestros padres no excluye nuestra responsabilidad por comprender sus errores, tanto como reconocer sus aciertos.
¿Cuáles fueron los errores?
- Mis padres me sobreprotegieron desde niño, haciendo por mí muchas cosas de las que ya era capaz de hacer solo. Eran indulgentes con mis rabietas. Permitían que me saliera casi siempre con la mía.
- Lo único no era negociable eran las buenas calificaciones escolares. Para eso sí que había consecuencias.
- Con esa condición, mis padres se desentendían de mí considerando que no eran necesarios los demás límites. Creían que, “asegurando” mi futuro por la vía académica, la madurez llegaría por añadidura, y creían así ser unos padres responsables.
- Si aparecía un obstáculo en otro aspecto de mi vida, ellos simplemente lo removían, como cuando causé un accidente con mi coche quedando a deber una fuerte cantidad de dinero por la reparación del daño. Y yo, ni siquiera me arrepentía.
Y claro, aparecieron aún peores consecuencias en mi conducta.
Cuando comenzaron a darse cuenta de mis excesos y de mis calificaciones a la baja, intentaron ponerme límites, mas no supieron hacerlo, ya que por lo que había sido su costumbre, evitaron al máximo el conflicto y se abstuvieron de castigos. Solo sermones sin consecuencias.
Les prometí entonces que volvería a mi condición de brillante estudiante, por lo que recuperaron la confianza y volvieron a sus concesiones, algo calculado por mí. Pero ya no pude lograr tal desempeño, pues sin hábitos de templanza, seguí bebiendo los fines de semana y perdiendo hábitos de estudio.
¿Cuál fue su gran acierto?
Cuando comencé a robar objetos de mi casa para venderlos y costear mis vicios decididamente me confrontaron, medimos fuerzas, y soportando todos mis desplantes y amenazas chantajistas de hacerlos responsables de “hundirme en la vida”. Me quitaron el coche, dejaron de pagarme la universidad y me pidieron que buscara trabajo.
No lo hice, ni cambié mi conducta, confiando en que volverían a sus actitudes permisivas e indulgentes… Me equivocaba.
Una madrugada fui sacado de la cama por unos jóvenes fortachones y muy bien entrenados, que, sin valer protestas, con decidida fuerza me sujetaron y trasladaron a un lugar en donde durante seis meses se me desintoxicó y dio terapia psicológica. Al principio me sentí desconcertado y deprimido, por lo que en la primera visita de mis padres les rogué me sacaran, asegurándoles que cambiaría totalmente. No lo hicieron.
Poco antes de salir de esa institución, me dijeron que tendría que trabajar sin volver a mi condición de estudiante, además de no reincidir, pues solo así me recibirían en casa. ¡Jamás lo hubiera creído!
Pero hube de creerlo, ya que la cosa no era para menos, y como “no hay loco que coma lumbre” logré una rehabilitación que me costó sangre, sudor y lágrimas, para solo así recuperar con hechos constantes y definitivos, el control de mi vida.
Terminé mis estudios universitarios, y ahora, a la distancia, me esfuerzo por ser un responsable padre de familia.
Hoy me queda claro que educar es una tarea tan importante como difícil; tan plena de satisfacciones, como de preocupaciones, miedo e incertidumbre, por saber si estamos haciendo lo mejor.
Y que es necesario formarse para ello, asistiendo a cursos y talleres de educación familiar, en los cuales, entre muchas cosas he aprendido importantes actitudes en la educación de mis hijos, como:
- Ser muy cariñosos y no evadir el conflicto en el uso responsable de la autoridad.
- Mantener con los hijos constante comunicación a través de los intereses mutuos.
- Las normas y los límites deben ser claros y relacionados a las diferentes edades y necesidades.
- Poner normas claras, coherentes y no negociables, supervisando y guiando las conductas hacia la autonomía.
- Darle relevancia al bien ser de los hijos, en cuanto a la adquisición de virtudes por el esfuerzo, y no solo a logros académicos.
Ahora sé muy bien que por encima de sus errores, mis padres siempre fueron movidos por el amor. Ese mismo amor que los llevo a dejar de aceptar todas mis conductas, incluyendo mis expresiones de ira o de agresividad, para tomar lo que debió ser la más penosa decisión de su vida: intentar rescatar la mía.
A Dios gracias, lo hicieron.
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