Justo en un momento como el actual, en el cual el debate sobre la acogida a los inmigrantes se ha convertido en uno de los temas candentes (y más controvertidos) de la actualidad política, Sicario: El día del soldado se atreve a poner sobre la mesa, como trasfondo de su brutal acercamiento al thriller sobre el narcotráfico, una visión brutal, muy cínica, sobre el conflicto de la frontera Estados Unidos/México del que tanto rédito electoral sacó Donald Trump.
Como expresa con escalofriante normalidad Matt Graver (Josh Brolin), los espaldas mojadas se ha convertido en un bien tangible más con el que traficar para los cárteles mexicanos, lo que define muy bien el tema principal que subyace en el guión de Taylor Sheridan: cómo el distanciamiento emocional, la ambición y la pérdida de perspectiva de los poderosos –se trate de la clase política o de los capos de la droga– provocan que acaben viendo a las personas como peones a sacrificar, si conviene, en pos de un bien/beneficio mayor…
Frente a lo que la película opone el código de honor, la fidelidad hacia unos ciertos principios, de gente a priori tan peligrosa como Graver o Alejandro Gillick (Benicio del Toro).
De hecho, si la anterior (y celebradísima) Sicario narraba la caída a los infiernos de la ambigüedad moral de una joven e idealista agente del FBI, Kate Macer (Emily Blunt), en cambio esta secuela/spin-off, El día del soldado, realiza el trayecto contrario: partiendo de esa zona abrumadoramente sombría, busca los rastros de humanidad de unos personajes demasiado acostumbrados a existir en perpetuo conflicto moral.
Así, si aquélla nos contaba, en realidad, el proceso de venganza de Gillick de los asesinos de su familia, la película que nos ocupa le permite redimirse, e incluso, de alguna manera, renacer, a través del inesperado vínculo que crea con Isabela Reyes (Isabela Moner).
Por eso, en esta ocasión, encaja mejor un director tan visceral como Stefano Sollima: el italiano construye un relato más bronco, más a ras de tierra –no hay más que ver su forma de rodar las secuencias de acción–, y quizás también más irregular que el que filmara Denis Villeneuve… Pero al mismo tiempo, satisfactorio precisamente por la personalidad particular que le imprime su director.
Es importante señalar, en ese sentido, que si Villeneuve rodaba los paisajes de México –en realidad, Nuevo México, en Estados Unidos– como si fueran una especie de territorio lunar, alienígena, en cambio Sollima los transforma en territorio de western.
Y es que eso es, en el fondo, El día del soldado: un western itinerante en el que los sicarios de los cárteles hacen las veces de indios que acosan a los protagonistas, y que define a sus personajes –como es, por otro lado, habitual en Sheridan: es uno de sus talentos característicos– más a través de sus acciones y sus pequeños gestos que a través de los diálogos.
A lo que ayuda, claro está, contar con dos actores con tanto talento para contener sus interpretaciones como Brolin y Del Toro, que a estas alturas conocen tanto a, respectivamente, Graver y Gillick, que son capaces de añadirles matices casi microscópicos, pero fundamentales, para remarcar esa complicidad casi inconsciente que los vincula a ambos.
Hoy celebramos a...