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¿Lo que haces está conectado con tu interior?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 28/06/18

Hay una luz que yo tengo y que nadie más tiene...

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En muchos lugares el nombre representa la misión de la persona.

¿Cuál es mi nombre? ¿Cuál es mi misión? He sido soñado por Dios. ¿He descubierto lo más propio, lo que me hace único y diferente? ¿Sé cuál es mi aporte original?

Es la impronta que Dios ha dejado en mí. Es su huella más profunda. Implica una tarea, una forma de amar la vida.

Quiero aprender a vivir desde dentro, desde lo que soy. Eso es lo importante.

A veces me invento misiones que no son mías. Me esfuerzo, lucho, pero no tienen nada que ver conmigo, con mi estado, con mi forma de ser.

¡Qué importante es conectar con mi interior, con las olas que se mueven dentro de mí! Necesito tocar las corrientes que hay en mi alma.

Desde ahí, desde lo que soy, desde mi nombre pronunciado con inmenso amor por Dios, descubro mi misión.

¿Cuál es la luz que yo tengo y que nadie más tiene?

Cada persona es amada profundamente. Deseada. Pero tiene que hacer un discernimiento para encontrar su misión y hacerla suya.

A veces me parece que quiero saberlo todo ya, ahora. Pero aprendo que tiene un valor la espera, el preparar el alma, el roturar la tierra.

Cuántas personas han descubierto su camino, mirando su corazón, y le han dado su sí. Han aceptado su misión. Han obedecido. Ha sido su camino de felicidad. Se han sabido amadas y elegidas.

Es tan humano tener pretensiones… Los puestos, los cargos, el prestigio, el dinero. Tengo pretensiones en esta vida en la que todo es tan vano.

Quiero medrar. Y no disminuir. Crecer y no hacerme más pequeño. Guardo expectativas inconfesables dentro de mi alma. Anhelo el prestigio, el reconocimiento, la aprobación.

Deseo subir lo más alto posible. Que los demás me admiren. La palabra servicio pasa a un segundo plano en mi vida. Mejor ser servido que servir. Los primeros puestos antes que los últimos. La misión más destacada. El lugar más prestigioso.

Es como si lo importante ocurriera en este mundo que piso. Lo eterno parece menos significativo. ¡Qué pobre es mi mirada! Deseo lo que todos desean. Busco lo que todos buscan.

La mirada de Jesús no acabo de comprenderla. Subir al madero de la cruz no me parece el mejor escenario. Mejor eso para los que quieren ser mártires.

Yo me adapto a la dinámica del mundo. Que me sigan, que me admiren, que me busquen, que me consulten. Y que nadie destaque más que yo, y no sea más querido que yo.

Vivo quitándome rivales de mis luchas. Los descalifico. Resalto sus puntos débiles. Cuento sus caídas, sus historias inconfesables. Me gusta saber lo escabroso que cada uno oculta. Como si el conocerlo todo me diera un poder invencible.

Esa mirada tan sucia no me gusta, la detesto. Hablo de seguir a Jesús pero sigo a los hombres. Busco tener un corazón como el suyo y mi corazón sigue siendo tan pobre… Sigue estando tan vacío…

Dice la Biblia: “Encontré a David, hijo de Jesé, hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todos mis preceptos”. Esa mirada de Jesús sobre mi propia vida debería bastarme.

Pero no es así. Quiero más. Me cuesta conformarme con esa mirada de Dios sobre mí. Busco crecer yo y no menguar nunca.

Lo grande de Dios es que supera mis sueños, pero cuenta con ellos. A la sombra de Jesús. Vivir en su luz. Eso es lo que yo quiero.

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