Un hombre enmascarado llamó a la puerta del monasterio. “¡Debe abandonar la iglesia!”, gritó al padre Frans. “No, no me marcharé, este es mi hogar y no lo abandonaré”, respondió el jesuita. Lo mató a tiros de inmediatoMurió como un mártir, porque fue un hombre de amor y creía que cristianos y musulmanes pueden vivir juntos en Siria. ¿Quién fue este jesuita holandés que permaneció en la sitiada ciudad de Homs para cuidar de un grupo de un par de docenas de cristianos?
“Estoy aquí para servirles”
“Lo más importante es mantener la esperanza, no caer en la desesperación. ¡Solamente entonces puedo ayudar a los demás! Si abandono mi hogar, no quedará nada de él. Además, todavía hay cristianos aquí. Unas 28 personas. No quiero abandonarlos”, dijo el padre Frans van der Lugt, sacerdote jesuita de 75 años, en uno de los vídeos que hizo.
Puede vérsele caminando entre las ruinas de las calles de Homs vistiendo su gastado jersey gris.
En otros vídeos, se puede escuchar claramente de fondo el sonido de bombas explotando y de disparos. “Permaneceré aquí incluso si no quedan más cristianos, porque vine aquí por Siria, por todos los sirios. Estoy aquí para servirles a ellos y a este país, al que he amado tanto”, enfatizó el sacerdote.
Sus palabras resultaron incomprensibles para muchos: aquí vemos a un europeo que puede dejar su hogar durante el asedio de Homs pero que rechaza esta posibilidad para estar con quienes supuestamente ha de servir.
Quiere estar con ellos hasta el final, aunque solamente queden 28 cristianos de un grupo de 78 creyentes.
Disparado a la entrada del monasterio
“Recuerda que fue enviado a Siria como jesuita. Vino siendo un muchacho y pasó unos 50 años aquí. Hablaba un árabe fluido”, declara Lilian Nazha, asociada con la parroquia jesuita de Homs. Conoció al padre Frans cuando ella era una niña de 6 años.
Él organizaba actividades para niños en el monasterio en la parroquia jesuita. Ella lo llama “mi padre” y, aunque su sonrisa es perenne, en cuanto empieza a hablar sobre su asesinato sus ojos se llenan de lágrimas.
Durante el asedio de Homs, el padre Frans decidió permanecer en la ciudad y cuidar de los 76 cristianos de su barrio. En la práctica, atendía a todos los que estuvieran allí, cristianos y musulmanes.
Casi no tenían para comer. Por la noche, hacían sopa con las hojas que quedaban en los árboles, ─cuenta Lilian─.
Un mes antes de la liberación, el 7 de abril de 2014, un hombre enmascarado llamó a la puerta del monasterio. “¡Debe abandonar la iglesia!”, gritó al padre Frans. “No, no me marcharé, este es mi hogar y no lo abandonaré”, respondió el jesuita. Lo mató a tiros de inmediato.
Fue enterrado en la sitiada ciudad de Homs. Fuera de los muros se celebró un segundo funeral, sin el cuerpo, al que acudieron muchas personas para agradecerle ser el puente que conectaba a las personas.
Un hombre santo
Llegó a Homs desde Damasco. Antes también vivió en Alepo. Fue esencial en la construcción del centro Al Ard en un pueblo, con una escuela y una casa para 45 personas con discapacidades y síndrome de Down.
Al Ard reunía personas de diferentes religiones que habían perdido su hogar. Los jóvenes acudían a ayudar a cultivar vino.
Personas discapacitadas ayudaban con la cosecha. Con orgullo ponían fruta y verdura en la cocina, podían presumir de su contribución al crecimiento de la producción agrícola.
Yo tenía 9 años cuando empezamos a ir allí con regularidad. Las personas cocinaban juntas. Había un sentido de comunidad extraordinario.
No era solo el proyecto del padre Frans. Él era psicoterapeuta de formación y siempre nos enseñaba alguna cosa. Sobre todo durante senderismos en la montaña.
Con 70 años, organizaba regularmente viajes y campamentos de verano de 3 a 10 días de duración. Los que lo conocieron dicen que lo llevaba en la sangre.
Cristianos, musulmanes y no creyentes caminaban juntos. En la ruta no importaba si eras mujer u hombre, pobre o rico.
Participaban personas con diferentes visiones políticas. Era un tiempo para conversar y construir relaciones.
Él sabía que compartir el esfuerzo de una dura subida a las montañas y la necesidad de confiar los unos en los otros durante la caminata hace que las personas empiecen a mirarse mutuamente como hermanos.
Él lideraba todo el grupo. Extranjeros de Europa, de Francia por ejemplo, venían también con nosotros. Desde el mismo comienzo él creía que las personas pueden vivir juntas, a pesar de sus posiciones diferentes. También nos recordaba constantemente que todos somos hermanos y que debíamos amarnos mutuamente, recuerda Lilian.
¡Sin duda fue un hombre santo! Muchos lo pensaban. En su interior había pura bondad. La gente sentía que era como Jesús. Todos podían acudir a hablar con él. No creaba ninguna distancia.
Cuando yo hablaba con él, sentía que era única a sus ojos, aunque absolutamente todos los que hablaron con él tuvieron la misma sensación.
Algunos musulmanes solían llamarle “santo”.
“El padre Frans es mi inspiración”
Durante el primer aniversario de la muerte del padre Frans, su cofrade y amigo dijo durante la misa que estaba seguro de que el padre Frans perdonó inmediatamente a su asesino.
Añadió que si tan solo este hombre se hubiera preocupado por mirar a los ojos de Frans, llenos de bondad y paz, no habría disparado contra él.
Un mes después de la muerte del padre Frans, la ciudad fue liberada.
Después de regresar a mi ciudad natal, corrí de inmediato hacia la iglesia. El padre Frans ya no estaba allí. Fui a su tumba. Fue un momento muy emotivo. No sabía si debía estar furiosa contra su asesino o más bien agradecida de haber sobrevivido y vuelto a casa.
Mientras vivimos fuera de Homs, durante 3 años, soñaba con reunirme con el padre Frans. Esperábamos otro vídeo que hubiera grabado, una carta, cualquier cosa.
El día antes de su muerte, en torno a las 11 de la noche, alguien escribió en un medio social: ‘Acabo de llamar al padre Frans, está bien. Si queréis llamarle, aquí tenéis su actual número de teléfono’. Recuerdo preguntar a mi amiga, ¿y si le llamamos?
Pero no lo hicimos. Mis amigas dijeron que probablemente ya estaría durmiendo a esta hora. Querían llamarlo por la mañana. A la mañana siguiente nos llegó la noticia de que el padre Frans había sido asesinado.
Lamento no haberle llamado por teléfono aquella noche… A menudo voy a sentarme junto a su tumba. Allí encuentro paz al instante. Incluso vienen personas de otros países.
El padre Frans es mi inspiración. Me enseñó a ser cristiana. Fue asesinado porque era un hombre de amor que creía que los cristianos y los musulmanes pueden vivir juntos en paz. Era como Jesús, su maestro. Sé que yo debería vivir como Él.
Este artículo se publicó por primera vez en la edición polaca de Aleteia en https://pl.aleteia.org/2018/06/21/jezuita-ktory-mogl-uciec-ale-pozostal-w-oblezonym-homs-i-zginal-jak-meczennik/