De la pobreza y la discriminación a estrella del Mundial 2018. Esta es la vida del mejor futbolista belga de la historia “Soñad, y os quedaréis cortos”, decía un santo contemporáneo. El 9 de Bélgica emerge como símbolo de la superación en contextos de pobreza y discriminación racial, y triunfa en el Mundial de Rusia 2018.
Bélgica debutó con un triunfo por 3 a 0 sobre Panamá en la Copa del Mundo. Lo hizo con holgura y dos goles de un hombre que aspira a ser el mejor futbolista belga de la historia: Romelu Lukaku.
Lukaku, hijo de un ex futbolista congoleño que sobrevivía por las segundas divisiones del fútbol belga tuvo una infancia muy difícil. Recientemente la recordaba en una columna de “The Players Tribune”. Tenía seis años, y su menú de almuerzo comenzó a saber distinto. Todos los días lo mismo, pan y leche.
Pero esta vez la leche tenía un sabor raro: para racionalizarla, su madre había comenzado a mezclarla con agua. Así recuerda Lukaku hoy el día en que descubrió que su familia estaba absolutamente quebrada. Habían cortado el cable, y no podía ver el fútbol. También la electricidad y el agua, absolutamente racionalizadas.
“No dije una palabra. No quería que (mi madre) se estrese. Solo comí mi almuerzo. Pero juro a Dios que me hice una promesa ese día. Era como que alguien me golpeó y me despertó. Supe exactamente que tenía que hacer, y lo iba a hacer. No podía ver a mi madre viviendo así. No no no. No podía tener eso. A la gente del fútbol le gusta hablar de fortaleza mental. Bueno, soy el tipo más fuerte que jamás conocerán. Porque me acuerdo sentado en la oscuridad con mi hermano y mi mamá, rezando, y pensando, y creyendo, y sabiendo que iba a pasar”.
Ese día, como le dijo a su madre un tiempo después, se prometió ser futbolista profesional para el Anderlecht, uno de los equipos más fuertes de Bélgica, para que su madre nunca más tenga que pasar por lo mismo. Y se puso una meta: 16 años. A esa edad, podría convertirse en profesional.
El camino fue difícil. Hijo de congoleño, pero nacido en la multirracial Bélgica y orgulloso de serlo, muchos le tenían desconfianza y revisaban su documento para verificar la nacionalidad y la edad, incluso en el futbol juvenil.
Le denigraban, y estaba solo, puesto que su padre no tenía dinero para ir a verlo jugar cuando tocaba hacerlo de visitante. Todo lo fortalecía y le hacía crecer su aspiración de ser el mejor futbolista belga de la historia.
Tenía 12 años y convirtió 76 goles en 34 partidos. A los 16, meta que sabía debía cumplir, firmó su primer contrato profesional, y contrató nuevamente el servicio de cable para su casa.
Mientras terminaba el secundario, ya jugaba ligas europeas para el equipo de sus sueños. A los 25 años, ya juega su segundo mundial y es el centrodelantero del Manchester United, una de las glorias del fútbol mundial.
En el debut mundialista en Rusia, tras cerrar una gran jornada de fútbol, su imagen rezando y agradeciendo de rodillas, como siempre, conmovió al mundo. Él, católico, lo hacía al igual que el panameño Fidel Escobar, evangélico, detrás de él. Hombres que están en el olimpo pero que no olvidan de donde vienen y adonde van.
Lukaku se perfila como una de las grandes estrellas de este mundial. El tipo soñó, y se quedó corto.