“¡No me quiero separar de mi papá!”, se oye decir en un pequeñito detenido en Estados Unidos en un audio que se ha hecho viral. El lugar es en un centro de detención de niños migrantes en la frontera entre Tamaulipas (México) y Texas (Estados Unidos), probablemente en Brownsville o en McAllen.
La grabación, entregada a medios de información internacionales, es de una organización sin fines de lucro llamada ProPublica. En ella se escucha a niños, la mayoría centroamericanos, llorando y gritando porque están solos, encerrados, separados de su padres.
Es parte de la política migratoria establecida por Donald Trump y su fiscal general, Jeff Sessions, a la que le han puesto el mote de “tolerancia cero”. Y, tomándolo a broma, al escuchar a los niños aterrados, se escucha la voz de un agente fronterizo estadounidense (hablando en español) que dice: “Aquí tenemos una orquesta. Solo falta el maestro”.
Separar niños inmigrantes de su padres ha hecho que cerca de 2.300 niños hayan sido retirados de su padres en la frontera sur de Estados Unidos. Pero eso parece importar poco a la secretaria de Seguridad Interior, Kirstjen Nielsen, quien dijo que los niños detenidos por el gobierno están siendo tratados “humanamente”.
De hecho, ayer por la tarde el presidente Trump, en una reunión con empresarios aseguró que “no quiere niños siendo retirados de su padres”, pero que era necesario hacerlo para juzgar a sus padres que han llegado a Estados Unidos de forma ilegal.
Y agregó: “Queremos poner fin a la crisis en la frontera mediante la autorización legal y los recursos para retener y remover familias inmigrantes enteras y llevarlas a su país”.
No se puede usar a seres humanos de esta manera
Pero las reacciones han sido ya muchas: desde la primera dama, Melania Trump, hasta la Iglesia mormona; desde el gobernador de Massachusetts, Charlie Baker, un Republicano, hasta Nancy Pelosi, líder de la minoría Demócrata de la Cámara de Representantes. Esta última sentenció que esa política de separación “desafía tanto la conciencia de nuestro país que debe cambiarse y debe cambiarse de inmediato”.
“Estados Unidos no será un campo de migrantes, y no será un centro de detención de refugiados”, declaró Trump hace un par de días, sin embargo las imágenes que se han difundido de la “Casa Padre” (una antigua tienda de Walmart en Brownsville) o de otra que los migrantes llaman “La Perrera” demuestran, exactamente, lo contrario.
El obispo Daniel Flores de Brownsville, tras reunirse con algunos menores de “Casa Padre” subrayó: “Durante años hemos dicho que los centros de detención no son la forma de manejar la inmigración ilegal”.
La aplicación de la ley solía hacer un “juicio prudencial”, dijo Flores, a menudo liberando a los participantes no autorizados con un monitor de tobillo. “Ahora, la política de cero tolerancia ha llevado a los padres a ser remitidos a tribunales penales mientras sus hijos terminan bajo el cuidado del Departamento de Salud y Servicios Humanos”.
Aderezó su comentario diciendo que no se puede usar a los niños como un elemento de disuasión. “No puedes usar a los seres humanos de esa manera. Los padres no saben lo que les está pasando a sus hijos”, dijo el obispo Flores. “Una vez que salen del sistema judicial, es difícil para ellos ubicar a sus hijos. Esto es algo que [la iglesia local en Brownsville] hace todos los días: ayudar a los padres a encontrar a sus hijos”.
Y no siempre los encuentran. Más de 400 niños se “perdieron” el año fiscal pasado a las autoridades estadounidenses encargadas de protegerlos. Se escudan diciendo que están con otros familiares, pero hay sospechas fundadas entre los colectivos pro-inmigrantes que algunos podrían haber sido capturados por redes de tratantes de personas y “vendidos” a proxenetas.
“Estamos horrorizados por lo que está sucediendo” en la frontera, dijo a la revista jesuita America María Elena Manzo, líder de Communities Organized for Relational Power in Action . “¿Qué puede ser más sagrado que la familia? Es una tortura llevarse a los niños. No sé qué podría ser peor”.
En este mismo tenor se pronunció el reverendo Pat Murphy, un sacerdote de escalabriniano que encabeza el refugio Casa Migrante en Tijuana, México: “A largo plazo, dijo, estos niños serán dañados psicológicamente para siempre”.
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