Adela* nunca se imaginó que el tener relaciones sexuales durante su noviazgo, dejaría una profunda huella que afectaría negativamente su matrimonio
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Han pasado años de su divorcio, en los que sus hijos y ella han sufrido entre otras cosas la lastimosa carencia de la figura paterna, de tal forma que decidió a asistir a cursos de educación familiar que le ayudasen a comprender este fracaso y a educar bien a sus hijos para evitar así otros fracasos vitales.
Ahora, tras esta dura experiencia y con la perspectiva de lo que ha aprendido en estos años ha querido contar su testimonio con la intención ayudar a quien pueda necesitarlo.
Nos cuenta su historia
A mi novio y a mí, por diferentes medios, se nos dio información sobre nuestra sexualidad en cuanto al cómo ejercerla “sin riesgos”. Se trataba de una liberación sexual en la que se nos hablaba de los derechos sobre nuestro cuerpo como un logro del pensamiento humano moderno. Igualmente de los grandes logros de ciencia que “liberaba” a las mujeres de los embarazos no deseados, con diversos métodos anticonceptivos.
Nos hicieron creer que la sexualidad pertenecía al campo de la biología, algo solo fisiológico y no al ámbito de la persona misma alcanzándola en su máxima dignidad. Por lo que nos alejamos de los valores que nos pudieron haber protegido.
Creíamos así liberarnos de viejos tabús y prejuicios.
En ese contexto, y ante la insistencia de mi entonces novio, cedí mantuvimos relaciones sexuales con la máxima pasión, concentrados solo en nuestros sentidos y muy afectados por la adrenalina al estar haciendo algo prohibido. Paradójicamente, nos ocultábamos aunque pensáramos estar en lo correcto.
El sexo invadió nuestra relación y lo confundimos con el amor.
Recurriendo a los anticonceptivos no me quedé embarazada y nos casamos sin que nadie se enterara de habíamos tenido relaciones. Me casé tanto por lo civil como por la iglesia vestida de blanco, un color que para nosotros respondía simplemente a los “usos y costumbres”.
Parecía que todo había salido bien, pero lo que verdaderamente sucedió, es que todo ello impidió que nos conociéramos de verdad, nuestra verdad completa como personas.
Pocos y amargos años después nos separamos por las constantes infidelidades de mi esposo, que denotaban sobre todo una absoluta falta de amor y compromiso personal hacia mí y hacia nuestros hijos.
El matrimonio exige desde sus inicios compromiso, responsabilidad ante el proyecto vital emprendido y la total entrega de dos personas que prometen a amarse hasta que la muerte les separe, aceptando defectos y limitaciones.
Una etapa para vivir en los hechos, el ser unión
Quizás no lo logramos porque, entre otras cosas y ante las dificultades naturales del comienzo, creo que necesitábamos el contrapeso de la felicidad que proporciona el hecho de estar y vivir juntos. Necesitábamos vivir una íntima unión, donde pudiéramos entregarnos completamente y disfrutáramos de una exclusiva fidelidad. Y nosotros, esto último lo habíamos desvirtuado.
El no haber sido fieles a nosotros mismos desde el principio, trajo consecuencias en nuestro matrimonio y se convirtió en un grave problema relacionado con nuestro pasado.
¿Por qué? Fracasamos porque comprobamos que el auténtico amor matrimonial exige que, en la relación sexual, la pareja esté presente en cuerpo y alma. En nuestro caso, no fue posible, porque las relaciones mantenidas durante nuestro noviazgo impidieron que nuestras almas se conocieran de verdad para valorar si realmente estábamos hechos el uno para el otro. El sexo nos quitó libertad porque generó un vínculo emocional que nos condicionó, nos cegó y nos animó a llamar amor lo que era sexo o afecto.
Fue cuando nos casamos cuando comprobamos que entre nosotros existía falsedad y apariencias. Demasiado tarde.
Habíamos llegado al matrimonio habiendo sido cómplices en una actitud que enfermó toda la relación, de tal modo que mi esposo, rayando en lo patológico, se sentía sexualmente insatisfecho, pues para él su sexualidad dependía de la adrenalina de lo prohibido o novedoso, y eso le frustraba.
Con cinismo admitió que fue por eso que se convirtió en infiel. Ahora pienso que siempre lo fue, y que siguió con esa actitud como una adicción que el matrimonio por sí mismo difícilmente resuelve.
Entonces, problemas solubles y comunes de tantas parejas, a nosotros nos abatieron.
Por liberación sexual se suele entender, dar rienda suelta al apetito sexual. Se trata de una supuesta “liberación” que, paradójicamente, ni responde, ni respeta la verdadera libertad personal, pues acaba sometiéndola a la esclavitud de las pasiones sensibles.
En este contexto se puede hablar de deseo, de placer, de medio, etc., pero no de amor personal, pues la persona es considerada como objeto o simple instrumento.
* El nombre ha sido cambiado respetando la privacidad de quien dona su testimonio.
Por Orfa Astorga de Lira.
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