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«Les doy mi paz»: ¿Qué significan estas palabras de Jesús?

PASSION OF THE CHRIST

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Toscana Oggi - publicado el 10/06/18

¿Cuál es la paz que Jesús nos da, y en qué se diferencia de la que podemos encontrar en el mundo?

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En estos días en que se oye hablar de bombardeos y guerras, me han venido a la mente las palabras de Jesús: «Les dejo la paz, les doy mi paz. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo». Me pregunto: ¿qué significan exactamente estas palabras? ¿Cuál es la paz que Jesús nos da, y en qué se diferencia con la que podemos encontrar en el mundo? Y ¿por qué desde entonces el mundo no ha encontrado nunca paz?

Responde don Leonardo Salutati, profesor de Teología moral en la Facultad Teológica de Italia Central.

Es probable que al oír la palabra paz pensemos en una situación de no guerra y o de final de la guerra, un estado de tranquilidad y bienestar que, sin embargo, no corresponde exactamente con el sentido de la palabra hebrea shalom, utilizada en el contexto bíblico, donde tiene un significado más complejo.

La paz –shalom– de Jesús es primero que nada un don suyo, nunca es una conquista del hombre. Es la donación de la vida que se articula en un sistema de relaciones con Él, Dios, consigo mismo, con las criaturas y con la creación bajo el signo de la plenitud y la perfección.

Es la posibilidad de experimentar la misericordia, el perdón y la benevolencia de Dios que nos vuelve capaces, a la vez, de vivir en relación con los demás donándonos a nosotros mismos a través del ejercicio de la caridad y el rechazo a cualquier forma de opresión.

En este sentido la paz de Dios como don es inseparable del ser constructores y testigos de paz (Mt 5,9).




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Así, hace ya 55 años, el 11 de abril de 1963, Pacem in terris empezaba su reflexión afirmando que:

«La paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios» (n.1).

Esta, de hecho, «más que una construcción humana, es un sumo don divino ofrecido a todos los hombres, que comporta la obediencia al plan de Dios» (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 489).

En este sentido, la paz es el objetivo de la convivencia social expresamente propuesta por los profetas, que vieron la llegada de todos los pueblos a la casa del Señor donde Él les enseñará sus caminos y ellos podrán caminar a lo largo de sus sendas de la paz (cf. Is 2,2-5).

La promesa de paz, que recorre todo el Antiguo Testamento, encuentra su plenitud en la Persona de Jesús, «El es nuestra paz» (Ef 2,14).
Al despedirse de los suyos antes de la pasión, Jesús les deja su paz (Jn 14,27) y luego, como resucitado, reafirma su don:
«Paz a ustedes» (Lc 24,36; Jn 20,19.21.26).
Esta es primero que nada la reconciliación con el Padre, a quien sigue y de quien depende la reconciliación con los hermanos (cf. Mt 6,12).

A la luz de esta conciencia, san Pablo indica la razón radical que empuja a los cristianos a una vida y a una misión de paz precisamente en el hecho de que Jesús destruyó el muro de separación de la enemistad entre los hombres, reconciliándolos con Dios (cf. Ef 2,14-16).


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Tal reconciliación define las modalidades del ser «trabajadores de paz» (Mt 5,9), por lo que «la paz no es simplemente ausencia de guerra, ni siquiera un equilibrio estable entre fuerzas adversarias, (GS 78), sino que se funda sobre una correcta concepción de la persona humana y requiere la edificación de un orden según la justicia y la caridad» (cf. CA 51).

«La paz es fruto de la justicia (cf. Is 32, 17) cuando el hombre se compromete a respetar todas las dimensiones de la persona humana, cuando reconoce lo que se le debe como tal, cuando se cuida su dignidad y cuando la convivencia está orientada hacia el bien común».

«La paz es fruto de la justicia (cf. Is 32,17), entendida en sentido amplio, como el respeto del equilibrio de todas las dimensiones de la persona humana. La paz peligra cuando al hombre no se le reconoce aquello que le es debido en cuanto hombre, cuando no se respeta su dignidad y cuando la convivencia no está orientada hacia el bien común (…). Resulta esencial la defensa y la promoción de los derechos humanos» (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia 494).

La justicia es inseparable de la caridad porque la justicia es su «medida mínima» (cf. CV 6), «corresponde sólo quitar los impedimentos de la paz: la ofensa y el daño; pero la paz misma es un acto propio y específico de caridad» (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia 494).

«Por esto la paz se construye día a día, en la instauración de un orden querido por Dios» (PP 76) y puede florecer solo cuando todos reconocen sus propias responsabilidades en su promoción.

En este sentido, ese ideal de paz «no se puede lograr si no se asegura el bien de las personas y la comunicación espontánea entre los hombres de sus riquezas de orden intelectual y espiritual» (GS 78).

El mundo desde siempre, y quizá hoy más que nunca, necesita de la obra de los trabajadores de paz, por desgracia objeto de burla de todas las época.

No es por casualidad que san Agustín observase que: «La vida del cristiano es un camino entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios» (De Civitate Dei XVIII, 51), porque solo un compromiso que se basa en la cruz, disponible a afrontar las muchas tribulaciones cotidianas de la vida guiado por la caridad, puede ofrecer una contribución válida a la construcción de la paz, que no es la paz del mundo (cf. Jn 14, 27).

La paz del mundo, de hecho, es más bien la tranquilidad que depende de las propias seguridades, encerrada en un horizonte incapaz de la trascendencia y por eso encerrada en acoger el don de la paz de Jesús.

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