Una nueva entrega de la saga que vuelve a reflexionar sobre el mito del Edén y el hombre jugando a ser el CreadorLos lagartos terribles (es lo que significa en griego “dinosaurio”) volvieron a la vida de manera tan ingeniosa como extraer sangre de un mosquito que llevaba millones de años enterrado en ámbar (un mosquito que había picado previamente a un dinosaurio, claro) gracias al talento del tristemente desaparecido escritor Michael Crichton.
La idea era tan poderosa (un parque de atracciones donde ver dinosaurios vivos) que incluso antes de que la novela se publicara el avispado Steven Spielberg ya se había hecho con los derechos de adaptación cinematográfica de la obra. Y no costó mucho que el resultado se convirtiese en una de las películas más taquilleras de la historia.
No fue solo la magia de la mezcla entre efectos especiales prácticos (para entendernos: muñecos de tamaño variado) y digitales (los ceros y unos de los ordenadores nos convencieron de que veíamos dinosaurios de verdad), sino el trasfondo de la historia de siempre: el hombre propone y Dios dispone. Puedes contar con las mentes más brillantes y los medios más avanzados (“no hemos reparado en gastos”, repetía incesantemente John Hammond interpretado por sir Richard Attenborough, el fundador del Parque Jurásico original) pero como se encargaba de recordar en las dos primeras entregas de la saga, cual Pepito Grillo, el matemático Ian Malcolm “la vida se abre paso”.
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Y en esa vuelta de tuerca sobre el clásico “hombres jugando a ser Dios” en que todo termina saliendo mal (por aquello de ser humano y por tanto falible) el espectáculo siempre encerraba uno de los temas habituales y omnipresentes en la filmografía de Steven Spielberg: la familia desestructurada, el padre ausente y la (re)construcción del vínculo paterno filial a base de superar (unidos) la adversidad.
Tras Parque Jurásico (Jurassic Park, S. Spielberg, 1993), El mundo perdido: Jurassic Park (The Lost World: Jurassic Park, S. Spielberg, 1997), Parque Jurásico III (Jurassic Park III, Joe Johnston, 2001) y Jurassic World (ídem, Colin Trevorrow, 2015) nos debe quedar clara la mecánica: todo el despliegue de medios (recuerden: “no hemos reparado en gastos”), todas las muertes y el caos, todas las criaturas rescatadas de la noche de los tiempos por la arrogancia del hombre, cumplen una única función: escenificar la descomposición del núcleo familiar con niños desvalidos, asombrados al principio entre tan espectacular colección de lagartos desmesurados, muertos de miedo después mientras luchan por su vida cuando todo se desmanda, y los adultos al final de la función despertando de su sueño en que creyeron ser dioses (mientras alguno alertaba cual Casandra mitológica con el consabido “os lo dije”), de manera que la familia desmoronada recupera su fuerza en medio de la catástrofe gracias a la mutua ayuda y la protección frente a la criatura desatada fruto del hombre que juega a ser no un creador de vida sino el Creador.
En está ocasión se repite la estructura, añadiendo (por aquello del más difícil todavía) la amenaza de la propia Naturaleza en forma de volcán que amenaza con arrasar la isla que, cual Edén de juguete, el hombre convirtió en su fallido Paraíso de laboratorio al llenarla de criaturas que, si llevaban 65 millones de años desparecidas de la faz de la Tierra, quizá era por alguna razón.
Pero a la soberbia de entregas previas aquí sumamos la codicia por querer mercantilizar esa nueva vida trasplantada a una era que no le corresponde, en conflicto con el sentimiento de culpa por estar ante la extinción de unas especies que el hombre “desextinguió”.
La responsabilidad es inherente al libre albedrío de que goza el hombre, y al contrario de lo que sucede en el siempre citable en estos casos “Frankenstein o el moderno Prometeo” de Mary Wollstonecraft Shelley, en esta nueva visita al Parque (perdón, Mundo) Jurásico hay “padres de la criatura” que sí han aceptado esa contraprestación y a diferencia del doctor Victor von Frankenstein afrontan las consecuencias de sus hechos y tratan de ponerles remedio a pesar de haber ido contra natura.
Si por el camino los elementos desestructurados repartidos entre los protagonistas consiguen encauzar su amor por el prójimo hasta constituir una peculiar familia será síntoma de que, una vez más (y aunque aquí sea sólo productor) Spielberg nos ha llevado de la mano por el parque de atracciones a recorrer una estimulante montaña rusa, repleta de acción y aventura, pero con espacio suficiente para reforzar el vínculo familiar que hace que la diversión sea inolvidable.
Ficha Técnica
Calificación por edades: No recomendada a menores de 10 años
Título original: Jurassic World: Fallen Kingdom
Año: 2018
Nacionalidad: USA
Duración: 128 minutos
Director: Juan Antonio Bayona
Guión: Colin Trevorrow y Derek Connolly sobre personajes de Michael Crichton
Música: Michael Giacchino
Fotografía: Óscar Faura
Intérpretes: Chris Pratt, Bryce Dallas Howard, James Cromwell, Toby Jones, Rafe Spall, Ted Levine, Jeff Goldblum, Geraldine Chaplin…