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La Cienciología y “su” camino a la felicidad

SCIENTOLOGY
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Ángel Nuño López - publicado el 03/06/18
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Esta organización, legalizada en España en 2007,  ha sido catalogada como anticonstitucional, peligrosa y totalitaria por otros países europeos

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A estas alturas, a pocos les extraña que la cienciología acapare tantos focos mediáticos. Se presenta como la “religión del siglo XXI”. Sus portavoces ofrecen éxito, serenidad, paz, salud, poder, equilibrio y otras bondades mediante unas determinadas técnicas de crecimiento personal.

Su fundador, L. R. Hubbard, autor de numerosos relatos de ciencia ficción, fue también un gran apasionado por el esoterismo y por el ocultismo, fascinado por figuras tan controvertidas como la del tristemente célebre Aleister Crowley.

La cienciología no es una mera psicotecnia, pese a que ciertamente se presenta y actúa como método de potencial humano -muy en la línea de tantos otros surgidos en el clima de la Nueva Era-. La cienciología es mucho más, es una realidad sumamente compleja.

Sus recursos económicos son, en cierto modo, desorbitantes. Su presencia mediática, incuestionable. Esta organización, legalizada en España e incluida en el Registro de Entidades Religiosas en 2007,  ha sido catalogada como anticonstitucional, peligrosa y totalitaria por algunos otros países europeos.

La Iglesia de la Cienciología se presenta a sí misma como “religión que no requiere fe ni creencia”, “una filosofía religiosa aplicada”. En sus templos, en efecto, no se reza, sino que se practican lo que ellos llaman “auditaciones”, una supuesta técnica con la que se proponen encontrar los “puntos negros” de la vida de las personas que se someten a este procedimiento.

Para ello se deben conectar a una máquina llamada E-metro, mientras el auditor que la manipula realiza una serie de preguntas siempre tendentes a destacar los traumas que marcan la vida de cada persona. El objetivo es conducir a quien se somete a esta técnica a una suerte de estado espiritual de purificación denominado “clear”.

Se trata, podría decirse, de alumbrar a un superhombre -ese viejo ‘fantasma’ que alumbraron tantas mentes distinguidas-, liberado de los traumas que emborronan la vida del resto de los mortales.

Como ocurre en tantos otros grupos, los términos cristianos, secuestrados del sentido que  les es propio, vaciados y manipulados, también tienen cabida en la cienciología. Ésta emplea con frecuencia términos como “jerarquía”, “iglesia”, “capellán”, “feligrés”. Celebran ritos matrimoniales, funerarios, de imposición de nombres, reuniones dominicales.

La confusión, para muchas personas, está asegurada. La confusión como rasgo principal del léxico  que emplean viene dada, además, por la abundancia de términos pseudocientíficos.

Su estética, por otra parte, parece haber sido gestada en clara mímesis con el cristianismo. Sus prácticas, por si fuera poco, están muy relacionadas, pese a que intenten ocultarlo, disimularlo o enmascararlo, con ciertos relatos de ciencia ficción, de la autoría de su fundador,  según los cuales un dictador galáctico envió a la Tierra una serie de espíritus malvados que infectan la psique de los hombres. He ahí la raíz última de los traumas humanos.

Este “relato” podría emplearse como argumento para una obra de ciencia ficción, pero semejante desatino en ningún caso podría servir como explicación del hombre.

No es de extrañar, por tanto, que oculten de entrada esta antropología extravagante e imposible. Pese a todo ello, este grupo se ha convertido en uno de los más activos y, según con qué prisma se mire, exitosos de los últimos tiempos.

Si consideramos todos los datos que están a nuestro alcance, podríamos decir la cienciología y el sentido común protagonizarían, más que un encuentro o una confluencia, un desajuste o desarreglo, por no decir colisión. Ya lo dijo Chesterton. El drama de nuestro tiempo es haber sustituido el sentido común por las ideologías. Aquí tenemos un ejemplo.

Lo llamativo -y alarmante- del asunto es que esta agrupación, controvertida y compleja, que conocemos como cienciología, se presenta de diversos modos y emplea diferentes estrategias para difundirse. Presentan un aspecto camaleónico.

Así, por ejemplo, cuando interesa, se presentan como “iglesia”; cuando conviene, como mera técnica amparada, según ellos (y sólo ellos), por la ciencia. No son pocas las voces que han alertado sobre su presencia, por ejemplo, en ámbitos educativos.

Pero éste no es el único ámbito en el que intentan filtrarse, o infiltrarse. Es bien conocida su presencia en la industria cinematográfica. No pocas figuras del cine se han relacionado con la cienciología. Algunas de estas figuras, además,  de incuestionable popularidad.

Este maridaje, entre la cienciología y el mundo del cine, responde a varios factores, entre los cuales no pueden olvidarse el intercambio de favores, el marketing y la propaganda: la celebridad brindará, esperan los encargados de estas arquitecturas propagandísticas, notoriedad y  prestigio a la cienciología.

Recordemos, por ejemplo, que fue el celebérrimo Tom Cruise el que inauguró, hace ya más de una década, la sede madrileña de la Cienciología.

Otro ámbito en el que intentan hacerse presente es el del sistema penitenciario. Curioso dato, viniendo de quien está envuelto en numerosos escándalos y pleitos judiciales. La historia de la Cienciología está salpicada de no pocos escándalos de diversa naturaleza.

A las comisarías españolas están llegando, por ejemplo, folletos presentando “el camino a la felicidad”, nombre con el que se conoce, además, una de las entidades ‘pantalla’ con las que tan frecuentemente operan, procurando esquivar así algunas vigilancias. La propuesta de este “camino a la felicidad” se concreta en lo que, según dicen, no es más que “un código moral no religioso”.

Invitan, en el citado folleto, a nuestras fuerzas y cuerpos de seguridad y a todo aquel que quiera sumarse a la iniciativa, a brindar a los delincuentes un camino de redención y de purificación. Ese camino, lógicamente, conduciría, eliminando los puntos negros, al estado “clear”. Ese es “su” camino a la felicidad. O esa es la felicidad de la que hablan.

Para mayor desconcierto y sorpresa, tienen presentan ese código moral no religioso como “el primer código moral basado totalmente en el sentido común”. Eliminado de su horizonte el sentido trascendente de la vida, común a todo hombre, ya se le puede llamar “sentido común” a cualquier cosa. Veánse “auditaciones”, “máquinas E-metro”, “puntos negros”, “dictador galáctico”…

La cienciología, como vemos, conlleva una promesa de felicidad. No toda promesa implica su cumplimiento, como tampoco es cordero todo lo que lleva su piel.

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