Yo sí la tenía, también mis hijos, y así es como intentamos arreglarlo
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Nunca he sido mucho de ir de compras. En realidad no disfruto comprando, es más una tarea obligada que otra cosa y siempre intento gastar el menor tiempo posible haciéndolas. Sin embargo, siendo sincera, mucho de mi desagrado por las compras deriva de infortunios monetarios y frustración financiera.
Como muchos milenials, tenemos una deuda altísima por nuestro préstamo estudiantil que tardaremos una eternidad en pagar, así que el dinero siempre escasea.
Por desgracia, no es que yo haya hecho un excelente trabajo sacando el estrés financiero de nuestra vida diaria, así que los niños saben que el dinero es una fuente de preocupación constante.
No sabía hasta qué punto sentían ese estrés hasta que me percaté de que empezaban a desarrollar algunos comportamientos y hábitos poco sanos en relación al dinero, en concreto sobre cómo se gana o se gasta.
Uno de mis hijos empezó a convertirse en una especie de acaparador de dinero, ahorrando cada céntimo que ganaba o recibía con una devoción casi religiosa y contándolo con frecuencia, a veces a diario.
Una de mis hijas dejó de traerme el cambio cuando la mandaba a comprar leche a la tienda —concretamente si la enviaba con algún amigo— y en vez de eso empezó a traer compras superfluas, como chicles, dulces o juguetitos.
Explica Casey Bond en un artículo publicado en The Huffington Post que este apego insano al dinero y a gastar, aunque por el momento tenga una dimensión infantil, puede causar problemáticas consecuencias en la edad adulta.
“He trabajado con muchas personas que tienen estrés financiero”, afirmó Ryan Howes, psicólogo clínico de Pasadena, California. Explicó que algunos de sus clientes están tan consumidos por sus finanzas que su cuenta bancaria es lo primero que comprueban al levantarse por la mañana y lo último que miran antes de acostarse.
“Eso les arrebata toda la alegría de vivir y crea más estrés”, afirmó Howes. “Su dinero se convierte en equivalente de su valía personal (…), sienten culpa al tener una deuda en su tarjeta de crédito o cuando no tener suficiente dinero en sus cuentas”.
Quienes tienen una intensa vida social, tienden a sufrir del “miedo a perderse algo” o FOMO [fear of missing out, como se conoce en inglés] al tener que rechazar ciertos planes por no tener dinero suficiente: desde vacaciones caras a cenar fuera, salir de fiesta los fines de semana…
El FOMO empieza a menudo como un simple deseo de ser aceptado. Sin embargo, puede escalar fácilmente hasta ser un problema, en especial si te avergüenza demasiado admitir que no puedes permitirte gastar el dinero.
Yo sabía que tenía que manejar la relación de mis hijos con el dinero y, como siempre pasa con esto de la educación, sabía que el primer paso era empezar conmigo misma.
Empecé por recordarme que el dinero es una herramienta y cambié la forma en que hablo (y pienso) sobre él. Ya no me dejo estresar y atrapar por mi situación económica. En vez de eso, cuando empiezo a sentir ansiedad y desesperanza, me recuerdo que he sido bendecida con un sistema que me apoya, una educación, una buena cabeza sobre mis hombros, un cuerpo sano y un trabajo que me encanta.
Nuestras vidas no cambiarán (ni nuestras finanzas) de la noche a la mañana, pero de aquí a tres años estaremos en una situación muy diferente… siempre que sea paciente y persistente.
Cuando los niños piden algo que no puedo permitirme, no miento, pero tampoco desespero como antes. Simplemente digo, “ahora no podemos permitírnoslo, pero estamos trabajando muy duro para poder permitirnos cosas importantes para nuestro futuro. Mientras tanto, ¿qué podemos hacer en su lugar?”.
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Poco a poco, vamos haciendo retroceder nuestras actitudes insanas con el dinero y poniendo el dinero donde debe estar en nuestras vidas: como una herramienta que podemos controlar y no una herramienta que nos controle.