La secuela de Deadpool reúne a actores y guionistas, pero pone la franquicia en manos de otro director, el experto en acción David LeitchLo que ponía sobre la mesa la primera Deadpool era la práctica imposibilidad de llevar al cine, siempre que se quisiera lograr un largometraje que resonara a nivel popular, la agresiva vocación metanarrativa de los cómics del personaje –heredada de la libertad creativa de la que el guionista Steve Gerber disfrutó en la Marvel de los 70, y que le llevó a crear una colección tan atípica como Howard el Pato–. De ahí que los desvíos expresivos estuvieran utilizados con cuentagotas, y que la película, a grandes rasgos, respetara los esquemas argumentales del relato clásico de superhéroes… Un planteamiento comercial que acepta, ya sin ambages, Deadpool 2, en la que el nuevo director de la franquicia, David Leitch, asume con mucha más seguridad que su antecesor, Tim Miller, el delicado equilibrio de la franquicia. Al fin y al cabo, lo que hace esta secuela es cimentar el universo cinematográfico de Wade Wilson (Ryan Reynolds), siendo (muy) consciente de sus divergencias respecto al comiquero.
Y es que, debajo de la cascada de chistes políticamente incorrectos, detalles gore –no, no es una película familiar, igual que no lo era la primera– e innumerables citas pop, Deadpool 2 oculta una historia de redención que resulta mucho más convencional y mucho más previsible de lo esperable en una película, sobre el papel, mucho más libre y más anárquica que otras apuestas superheroicas. De ahí que lo más interesante del proyecto –y lo que, a la hora de la verdad, eleva la película muy por encima de sus tímidos intentos de parodiar la franquicia mutante de Fox– esté en los momentos en los que Leitch y los guionistas, Rhett Reese y Paul Wernick, se permiten abrazar la anarquía narrativa más absoluta y abolir, aunque sea por un instante, la necesidad de seguir la (superficial) trama: ahí está, por ejemplo, la (muy fallida) primera misión de los X-Force, auténtica explosión de violencia cartoon que seguramente sea uno de los momentos en los que el largometraje se aproxima más al tono de los cómics originales.
Estando Leitch detrás del proyecto –apoyado en la segunda unidad, cómo no, por dos veteranos de la franquicia John Wick, Jonathan Eusebio y Darrin Prescott–, si hay algo que brilla en Deadpool 2, a pesar de que el presupuesto no se ha disparado en exceso respecto a su predecesora, son unas secuencias de acción vibrantes e intensas, especialmente en cuanto a enfrentamientos físicos. Allí brilla la labor del responsable de las coreografías marciales, Nuo Sun, que ha sabido dotar a cada personaje de una forma de moverse distintiva –atención a la manera de pelear de Domino (Zazie Beetz), cuyo poder es el de la buena suerte– que enriquece visualmente sus enfrentamientos.
Quizás sea una consecuencia de la compra de Fox por parte de Disney –lo que lleva a la aparición de un gag recurrente que consiste en comparar la banda sonora de Yentl con la de Frozen–, pero curiosamente, tras toda esa aparente radicalidad que destila Deadpool 2, hay cierta reivindicación de los lazos familiares y de la necesidad de pertenencia intrínseca al ser humano. Los responsables del filme nos vienen a decir que incluso un ser (en apariencia) tan amoral como Wilson necesita alguien que esté a su lado, que le reafirme y que le haga desear ser mejor persona: de ahí la relevancia que se le da, en esta ocasión, a la figura de su novia Vanessa (Morena Baccarin).
Título original: Deadpool 2
Año: 2018
País: Estados Unidos
Género: Superhéroes
Director: David Leitch
Intérpretes: Ryan Reynolds, Josh Brolin, Morena Baccarin, Julian Dennison, Zazie Beetz, T.J. Miller