Sierra Leona fue descubierta por los portugueses en el siglo XVI. Playas paradisíacas, nemorosa selva, minas de coltán, de oro y diamantes, muchos diamantes.
Sin embargo, lo negativo ha velado el cuadro. La resaca de la colonización y la descolonización, una guerra civil de 11 años de duración, la epidemia de ébola en 2014-2015, los frecuentes desastres naturales, han convertido ciertas zonas de Freetown, su capital, en un escenario dantesco, inundado de miseria material y espiritual.
El escenario de nuestro relato está en los “slums”, anglicismo que sirve para denominar lo que en Argentina se llaman villas miserias o en Brasil favelas.
Estas barriadas marginales están construidas en laderas terrosas de gran desnivel que desembocan en verdaderos basurales flotantes, en orillas infectas. Una estirada lengua hecha de deshechos y de plásticos desciende de la colinas, señalando el lecho de las torrenteras que surgen con las tormentas arrasando las chabolas y todo lo que encuentran a su paso.
En mitad de ese hormiguero humano con una altísima concentración de sufrimiento trabajan Father George y la ONG Don Bosco Fambul -la familia de Don Bosco.
Jorge Crisafulli es un salesiano que ya ha misionado en Nigeria, Liberia, Ghana y cuyo último destino está en Sierra Leona. Desde que llegó a África desde su Argentina natal, hace 23 años, es un enamorado de este continente.
Al llegar le impactó fue la cantidad de jóvenes y los pocos ancianos que había – “África es el futuro”, me dice”. Poco a poco se fue dando cuenta de que, pese a que era él quien iba a enseñar y evangelizar, “es la gente quien te enseña y te evangeliza. Me impresionó mucho su amor a la vida, su deseo de tener hijos, la importancia que le dan a la familia, el respeto que tienen por los ancianos, …”.
Se concibe a sí mismo y a sus colegas como a una extensión de la vida de Don Bosco en la tierra. Cuando habla de su comunidad salesiana y de los 25 trabajadores sociales que trabajan en ella, usa la tercera persona del singular: Don Bosco hace esto, Don Bosco hace aquello.
Quizás es por eso que siguen cuidando niños en situación marginal o de riesgo y de dándoles educación o capacitándolos laboralmente. Empezaron con los niños-soldado, pero cuando terminó la guerra fueron apareciendo nuevas necesidades, y las han ido afrontando.
El último de sus proyectos se llama Girls Shelter Plus y se presenta en el reciente documental de título Love (2018), que no deja indiferente.
Este refugio temporario de los salesianos se ha convertido ya en un hogar para 146 chicas en una situación de prostitución.
Es una respuesta imaginativa -de ese “amor concreto” que el Papa tanto le reconoce al santo de Turín y a sus herederos- a un problema que este sacerdote y sus compañeros se encontraron en la calle, mientras hacían una encuesta para conocer el
impacto del ébola en Sierra Leona: gran cantidad de chicas entre 9 y 17 años se prostituían para sobrevivir. Esa misma “noche lluviosa invité a 7 de ellas a que viniesen a nuestra casa”.
Les dijo: “no saben ustedes. a lo que se están enfrentando aquí, las situaciones de peligro en las que están. ¿Por qué no vienen ustedes a nuestra casa, las llevo al hospital, les hacemos un chequeo médico y si tienen alguna enfermedad les pagamos el tratamiento?”.
Pensó que no iba a ir ninguna de ellas, pero al día siguiente llegaron 6. “Les puse un plato de arroz. Lo devoraron. Y les di unos ositos de peluche”.
Ese, dice, fue el momento de “mi conversión mental y pastoral, porque me di cuenta de que estábamos haciendo muchísimas
cosas por los menores, pero nos habíamos olvidado de las más vulnerables entre los vulnerables: las niñas. Ellas sufren todo tipo de violencia, sexual, emocional, física, etc.”.