Cada uno es hacedor de su propia vida y las decisiones que tomamos dicen quiénes somos y cómo elegimos vivir la vidaJosé Ortega y Gasset escribía que la vida es un afán y una tarea interminable, porque vivir significa estar ligado inseparablemente al mundo que nos rodea, a las posibilidades reales que tenemos y a los obstáculos que se nos presentan.
Vivir consiste en traerse algo entre manos, en hacer de la vida un proyecto que siempre se está haciendo y rehaciendo.
“La vida nos es dada, puesto que no nos la damos a nosotros mismos, sino que nos encontramos en ella de pronto y sin saber cómo. Pero la vida que nos es dada no nos es dada hecha, sino que necesitamos hacérnosla nosotros, cada cual la suya” (Ortega y Gasset, “Historia como sistema”)
Cómo decidimos vivir nos hace más o menos humanos, nos hace más superficiales o más reflexivos, nos hace más sanos o más enfermos espiritualmente.
La tentación de la banalidad
La banalidad forma parte de la cultura en la que nos movemos y el ambiente nos estimula a vivir cada vez más en la superficie.
Podemos correr día tras día detrás de novedades y estímulos que no nos dejan nada, de emoción en emoción, de experiencia en experiencia, arrastrados por la corriente y seducidos por la publicidad, sin tener apenas tiempo para caer en la cuenta de quienes somos y qué vida estamos viviendo.
El temor a descubrir la propia fragilidad o al vacío interior nos hace subir siempre a la superficie. Esto se nota en los contenidos de nuestras conversaciones y en nuestros intereses cotidianos.
El desasosiego y la ansiedad nos empujan a la evasión constante, a huir de nuestra interioridad.
Se nota actualmente en la cantidad de “mini conferencias” o libros de autoayuda, donde con ideas muy básicas y superficiales, frases hechas y “tips” para vivir mejor, mucha gente sale fascinada por lo bien que le hacen. Pero a los pocos minutos los olvidan para ir a consumir otros más “novedosos”, igualmente livianos o las mismas ideas repetidas una y otra vez.
Eso habla mal de la capacidad reflexiva de muchas personas y de una falta de profundidad preocupante. El gusto por lo “light” en contenidos, por lo “elemental”, habla de una incapacidad para digerir contenidos de mayor calidad.
La liviandad de mensajes fugaces y de lecturas rápidas, no lleva a otro destino que a la falta de consistencia en las ideas y en las opciones de vida.
Cuando tenemos una conversación con alguien, la televisión encendida o el teléfono móvil en la mano hacen imposible la pausa, la reflexión serena y el intercambio en profundidad.
Cuando el ser humano pierde la capacidad de reflexión y asombro ante la vida y ante los otros, cuando no nos hacemos preguntas profundas, cuando le huimos a la soledad mediante toda clase de distracciones, entramos fácilmente en la banalidad, en una vida superficial que busca solo huir del aburrimiento.
Y es que la afanosa búsqueda de estímulos y distracciones nos deja cada vez más vacíos y nos hace más superfluos.
El cultivo de la interioridad es imposible sin espacios de soledad y reflexión serena, se ha transformado cada vez más en la principal vacuna contra una vida superficial y vacía.
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