Disfrutar construyendo una cabaña con dos trapos, sumergirse en una búsqueda del tesoro o valorar desde lo más hondo un regalo largamente esperado. Con pocas cosas, un niño puede ser el más feliz del mundo. La prueba está en estas diez pautas para vivir mejor con menos.
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Sin juguetes a granel ni tableta disponible, los niños aprenden a inventar, crear y participar un poco más en la vida familiar. Una educación diferente que defienda la experiencia para captar la oportunidad de vivir más que de tener.
Es también una nueva perspectiva de la vida diaria para todos, con los padres como primer ejemplo. Cualquier cosa puede convertirse en un tesoro y la felicidad queda al alcance de la mano.
Descubre diez nuevas actitudes que adoptar, sugeridas por Pascale Morinière, vicepresidenta de la AFC (Asociación francesa de Familias Católicas) y responsable nacional del sector de Educación, y por Sioux Berger, autora de Mon défi minimaliste (ediciones Marabout) y naturópata, para dar a los niños el gusto de una vida más sencilla.
Aceptar que los niños se aburran
Al querer mantener a los niños ocupados todo el tiempo les impedimos desarrollar su imaginación. Es un círculo vicioso.
“Al saturar a los niños con actividades, sin dejar ningún tiempo muerto, les enseñamos a depender de un adulto todo el tiempo”, advierte Sioux Berger.
Tan pronto como terminan, se vuelven hacia el padre y le preguntan: ‘¿Qué hacemos ahora?’. Si los niños de verdad no saben qué hacer, siempre podemos tomar la iniciativa, proponer un juego o construir una cabaña y dejar que ellos continúen la historia”.Hacer cosas “de casa” con los niños
Hacer cosas “de casa” con los niños
“Siempre creemos que a los niños les gusta hacer cosas extraordinarias”, subraya Sioux Berger.
“¡No hace falta que sea Disneylandia todo el tiempo!
Invitar a los niños a participar en las tareas diarias, como cocinar o tender la ropa, también les hace felices en el día a día”. Es una forma de promover valores básicos.
“La educación también incluye la jardinería, el bricolaje y la costura”, señala Pascale Morinière.
“En todo lo que se desarrolla a través de una inteligencia manual, hay en respuesta de autoestima. ‘Eso lo he hecho por mí mismo y me siento orgulloso’”.
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Enseñar a los niños la noción de deseo
Diferenciarlo de un capricho; no hay que ceder por todo: los niños tienen que saber tener paciencia.
“Es el aprendizaje de la templanza, ‘no lo tengo todo de inmediato’”, indica Pascale Morinière. “Es un valor fuerte en la educación cristiana.
En Navidad, por ejemplo, el aspecto de esperar para abrir los regalos es importante. Lo mismo cuando el niño tiene un deseo: esperamos a su cumpleaños o a un momento especial para regalárselo”.
Preferir juegos simples
Si acumulamos juguetes en la habitación del niño, dejará de saber a cuál dedicarse. Dar preferencia a juegos sin pilas quizás sea una primera regla para limitar las complicaciones.
Evitar las compras inútiles, optar por usar pocas cosas a diario y con un valor añadido. “Algunos juguetes son más creativos que otros”, señala Sioux Berger.
“Los juegos de construcción, de plastilina (…), estimulan la imaginación de los niños, en vez de comprarles un coche directamente. Otra opción es un juego de pistas y de enigmas sobre la naturaleza. Cuando encuentren la respuesta, tendrán una caja con algunos dulces y golosinas. No hace falta mucho, es la caza en sí lo que les divierte”.
Mirar y observar la naturaleza
Con el deseo de encontrar una cierta sencillez de vida, la naturaleza es el primer aliado para entretener a pequeños y grandes. “Es otro entendimiento de lo vivo, de lo real”, expresa Sioux Berger.
“Incluso en el centro de la ciudad, se pueden algunos árboles. Ser capaz de observar, de mirar. Pregunta al niño: ‘¿Qué ves?’. Esto le permite comprender mejor, desarrollar su inteligencia y ganar perspectiva. Cuidar de un pequeño huerto, por ejemplo, enseña paciencia, a cuidar de las plantas para que produzcan frutas y verduras”.
Valorar el objeto
“Ser responsable de sus propios asuntos también significa apreciar los objetos”, recuerda Sioux Berger.
“Antes, una chaqueta, una mochila o un juguete nos acompañaban durante varios años. Cuidábamos de nuestras cosas para conservarlas durante mucho tiempo y quizás incluso para transmitirlas de generación en generación”.
Y este aprendizaje continúa en la escuela. “En lugar de volver a comprar una regla, una chaqueta que se perdió en el patio de recreo o unas tijeras, el niño debe ser responsable de sus propias cosas”, continúa Sioux Berger.
Mantener el rumbo en la adolescencia
“En la adolescencia, el cambio es natural y feliz”, señala Sioux Berger. “Para los adolescentes, la ropa es importante, pero no es necesario tener un armario lleno.
Yo proporciono una base con lo esencial. Para los zapatos, por ejemplo, es un par de diario, un par de deportivas y un par de botas de plástico para el jardín. Si quieren algo más, eso ya es un extra. Si lo quieres, te lo pagas tú haciendo de canguro o haciendo jardinería”.
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Introducir a los niños en las decisiones familiares
Con vistas a adquirir una cierta madurez, los niños pueden tener alguna responsabilidad en la vida familiar. “A medida que crezcan, podemos proponerles colaborar, establecer juntos un presupuesto familiar, por ejemplo”, aconseja Pascale Morinière.
“Al ganar visión sobre todas las circunstancias, pueden poner las cosas en perspectiva. Podemos involucrarles también en las decisiones comunes. Por ejemplo, a la casa le hace falta una mano de pintura. ¿Lo hacemos nosotros mismos para ahorrar dinero o se lo encargamos a alguien?”.
Tener una buena base
Algunas reglas parecen un poco anticuadas, pero son esenciales para ayudar al niño a entender la importancia de vivir mejor con menos. “No desperdiciar la comida y terminarse el plato son valores que transmiten muchas cosas”, sostiene Pascale Morinière.
“Cuando los niños son pequeños, no hay necesidad de largos discursos, ponemos una pequeña porción y él debe terminárselo todo. No hay necesidad de enfadarse, el discurso debe ser tranquilo y calmado”.
Hacerles tomar buenos hábitos desde muy pequeños
En consonancia con una sociedad de consumo, todo se predispone para generar necesidades desde los primeros meses.
“¡[Pero] los bebés se divierten con cualquier cosa, un manojo de llaves, una fiambrera, una cuchara de madera! ─indica Sioux Berger─. Todo está en el aprendizaje y los bebés no necesitan gran cosa. El vaso con boquilla, la cuchara blanda, el plato de plástico o la caja de música, son cosas superfluas. Cuando compramos todas estas cosas, luego debemos deshacernos de ellas. Y así nos pasamos la vida gestionando objetos…”.