La literatura infantil cuenta con infinidad de nombres propios que han hecho las delicias de pequeños y no tan pequeños. Algunos de estos personajes han traspasado fronteras geográficas y temporales y se han hecho universales. Os presentamos cinco nombres propios que fueron creados por cinco escritoras de distintos lugares del mundo.
Algunas de ellas utilizaron a sus personajes como herramientas para enfrentarse sus propios problemas vitales e hicieron de sus creaciones literarias instrumentos para enseñar al mundo valores como la amistad, el respeto o la superación personal.
La pequeña y risueña Ana de las Tejas Verdes nació en tierras canadienses pero sus aventuras plagadas de entusiasmo y alegría conquistaron el corazón de miles de niños a lo largo y ancho del planeta.
Anne Shirley era una niña huérfana que era adoptada por una familia del pueblo imaginario de Avonlea, en la Isla del Príncipe Eduardo. Como Ana, su autora, Lucy Maud Montgomery también era huérfana. Había nacido en 1874 en la misma Isla del Príncipe Eduardo y tras la muerte de su madre, su padre la dejó al cargo de sus abuelos. Lucy sufrió la soledad de una infancia sin padres pero consiguió superar su tristeza creando personajes imaginarios, uno de ellos la simpática niña pecosa y de largas trenzas.
Lucy Maud Montgomery se formó para ejercer de maestra y fue una de las primeras mujeres en cursar estudios universitarios pero lo que realmente quería era dedicarse a la escritura.
Tras la muerte de su abuelo en 1898 regresó al hogar de su infancia para hacerse cargo de su anciana abuela y se volcó de lleno en escribir.
En 1905, tras largos años de producción literaria, nacía Ana de las Tejas Verdes, una historia que aún debería esperar unos años hasta que el mundo editorial entendiera que tenía en sus manos una historia única.
Cuando en 1907 se publicó la primera edición, el éxito fue tal que Ana de las Tejas Verdes continuó protagonizando las largas horas de inspiración de su creadora.
Lucy se consoló con su personaje de las penurias que aún le deparaba la vida, como la muerte de uno de sus hijos y la melancolía de su marido.
Lucy transmitió en sus cuentos el espíritu de superación que ella misma experimentó a lo largo de su vida.
La familia que adoptaba a Ana esperaba que se les entregara un niño que les fuera útil en las tareas de la granja por lo que se sorprendieron de ver llegar a aquella niña escuálida. Pero Ana pronto se ganaría el cariño de su nueva familia demostrando que era tan capaz de ayudar en la granja como lo habría hecho un niño.
En sus cuentos, Lucy también puso el acento en el valor de la amistad que su principal personaje, Ana, nos enseñó en sus peripecias junto a sus inseparables amigas del colegio.
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