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¿Cómo puedo guiar bien a otras personas?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 22/04/18

¿Cómo sucede el milagro de que una oveja se convierta en pastor?

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Hoy es el día del buen pastor.

Jesús es el buen pastor que cuida la vida de las ovejas: “Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y Yo conozco al Padre; Yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor”.

Me gusta el buen pastor que no abandona en el peligro a las ovejas. Sabe que sin Él se perderían. No es un asalariado, un funcionario. Es el dueño. Le importan las ovejas. Cada una de ellas. Las conoce por su nombre.

El Pastor me conoce. Sabe lo que necesito, lo que me conviene. Me gustan las palabras que usa el padre José Kentenich para referirse al Buen Pastor. Todo padre ejerce su paternidad teniendo como referencia al Buen Pastor:

“La paternidad anclada en Dios se inspira en el ideal de Buen Pastor, autorretrato de Jesús: el Buen Pastor da su vida por sus ovejas. No se queda de brazos cruzados en la orilla de un mar azotado por la tempestad, ni se limita a contemplar tranquila e indiferentemente las aguas rugientes, en las cuales miles de personas luchan desamparadas por no perecer. Tampoco se contenta con arrojar desde lejos el salvavidas a quienes se están ahogando, sino que él mismo se arroja al agua, arriesgando su vida, para salvarlos. Y tiene el coraje y la valentía de ocuparse del problema, buscando remedios y aplacándolos con prudencia y cuidado”[1].

El buen pastor nunca se queda en la orilla mientras las ovejas se ahogan una a una. No les grita mientras les lanza un salvavidas esperando que salven sus vidas. No.

El buen pastor arriesga su vida por los suyos. Entrega su vida entera. No se reserva nada. No se guarda. Se lanza al río para salvar a las más posibles.

Pienso que es la mejor imagen de sacerdote que existe. Y la mejor imagen para cualquier padre que tenga hijos a su cargo. La paternidad vivida hasta el extremo.

La paternidad del que conoce a los suyos por dentro. Conoce su alma, sus temores, sus preocupaciones.

Quiero ser un buen pastor. Pero me siento débil tantas veces y no logro conocer a mis ovejas. Son muchas, o yo estoy demasiado centrado en mi vida, en mis preocupaciones. Vivo pensando en mí. Y no me fijo en mis ovejas.

No las llamo por su nombre. No las busco cuando se pierden en el bosque o son llevadas por la corriente. No estoy con ellas cuando pasan momentos difíciles.

Es exigente la vocación de buen pastor. Al asalariado le basta con estar por un tiempo vigilando. Tiene horario. Cuida y protege a los suyos sólo un tiempo. Pero no se siente comprometido con cada una de las ovejas. No le importan tanto. No es el dueño.

A veces me siento asalariado. Un tiempo con las personas. Un tiempo para mí. Me protejo. Se me olvida mi vocación de pastor. Tengo cosas mejores que hacer.

El buen pastor no mide el tiempo. No escatima el esfuerzo. El esfuerzo no es negociable. El ideal es grande. Me sobrecoge cuando lo miro.

Quiero tener más fe en lo que Dios puede hacer conmigo. Convertirme en pastor. De oveja a pastor. ¿Cómo sucede el milagro?

Miro mi vida y siempre tengo la tentación de querer ser sólo oveja. Permanecer oculto en el rebaño. Sin llamar la atención. Sin muchas exigencias. Sin responsabilidades. Dejándome llevar por esa voz del pastor que me conoce.

Me cuesta ser entresacado del rebaño para ser pastor. Exige de mí un salto de fe. No es fácil ese salto. Esa responsabilidad. Me agobio pensando en todo lo que está en juego. Hay tanta gente perdida como ovejas sin pastor.

Y no quiero dedicarme a peinar a ovejas. Eso tampoco. No quiero vivir simplemente acariciando a las que están cerca. Cuidando a las que son mías. Todas son de mi rebaño. Me necesitan.

Y yo tengo la vocación de ir a buscarlas. Es más cómodo quedarme sólo con las ovejas dóciles que están más cerca.

Ser buen pastor es el desafío que se abre ante mis ojos. Un pastor que no se busque a sí mismo. Que no viva pendiente de lo que necesita.

¿Conozco lo que necesitan todas mis ovejas? Tengo mucho de pastor y mucho de oveja.

También quiero ser una buena oveja que conozca al pastor. Porque si no soy buen hijo, no creo que pueda ser buen padre. Si no tengo un corazón confiado y dócil, humilde y fiel para ser hijo, no sabré cómo ser padre para otros.

Pienso en mis ovejas. Y veo ante mí el desafío de conducirlas al corazón de Dios.

Toda paternidad es reflejo de esa paternidad que viene de Dios. Como el buen Pastor. Como Cristo. Y pienso en esos rasgos del pastor que me gustaría tener. No mide el esfuerzo en la entrega. Conoce a cada oveja. Todas le importan. No hace distinciones.

El pastor sabe que el amor es asimétrico. Ama sin medida y sin esperar un amor en correspondencia. Ese amor del pastor me conmueve. Lo quiero para mí.

Quiero ser pastor que da la vida por los suyos. Que la entrega como sangre que se derrama. Poco a poco en esa entrega fiel y constante. Así quiero vivir.

Vencer mi egoísmo que me hace guardarme pensando en obras mayores. O deseando lugares en los que no vivo. Quiero ser pastor aquí, ahora, con los que Dios me confía. Y para siempre. El pastor nunca se olvida de la oveja.

[1] J. Kentenich, Apología pro vita mea

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