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¡Por los migrantes del mundo entero!

MIGRANTS

IOM 2014-(CC BY-NC-ND 2.0)

Mario J. Paredes - publicado el 20/04/18

Que podamos construir un mundo como una gran mesa para todos

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El fenómeno de las migraciones humanas es uno de los fenómenos más complejos, masivos, globales y la mayor causa sufrimiento, de dramas y problemas humanos que vive hoy la humanidad. Es un fenómeno muy complejo pues en el convergen y se suman todos los desafíos no resueltos que tiene la humanidad para hacer de este mundo un planeta más humano, más justo y más solidario: la corrupción administrativa y gubernamental en distintos países, la inequidad social, la injusticia social, las mil formas de violencia y de muerte, epidemias, hambrunas, intolerancia, racismo, distintas formas de discriminación, etc.

Las cifras y las dimensiones del fenómeno migratorio a nivel mundial trascienden ya todas las fronteras, las razas, los credos, las culturas, las ideologías y se instaló – dicho fenómeno migratorio – en la experiencia del diario vivir en la tierra con sus dimensiones dantescas, infrahumanas, apocalípticas en el sufrimiento que padecen los hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos que – por las más variadas razones – tienen que dejar sus orígenes para buscar un mejor futuro próximo en otros territorios, en territorios extraños y, muchas veces, franca y definitivamente hostiles.

El fenómeno de grandes masas de migración humana a todos nos afecta. La humanidad entera es solidaria en el bien y en el mal que vamos construyendo todos para todos. Sin embargo, es un fenómeno cuyas soluciones de raíz se van aplazando indolente e indefinidamente porque todos, gobernantes y ciudadanos del mundo, preferimos evadirlo…

Quienes protagonizan directamente el fenómeno migratorio son – en su inmensa mayoría – hombres y mujeres que se encuentran en la vergonzosa franja social que padecen, como víctimas, lo que el Papa Francisco está llamando “la cultura del descarte”, o de “lo desechable”. Es decir, hombres y mujeres a los que habiéndoseles empobrecido porque se les han negado toda clase de accesos y oportunidades sociales luego son “descartados” por no ser importantes en el engranaje económicamente productivo de este mundo globalizado.

Las causas de este doloroso y masivo fenómeno migratorio son variopintas y van desde la búsqueda de mejores condiciones de vida económica, hasta desplazamientos forzosos por causas de tipo político, religioso o por el acoso de distintas formas de violencia en los países de origen.

Ejemplos de este fenómeno en la actualidad son las enormes masas de población migrante que se desplazan – muchas veces a costa de la propia vida – de África hacia Europa, de Siria e Irak hacia Europa, del mundo entero y de América Latina hacia los Estados Unidos, etc.

Este es un problema complejo y mundial, masivo y global, que nos atañe, afecta e involucra a todos y al que habría que responder atacando las causas y ejecutando soluciones de igual magnitud y complejidad: en los países de origen, en el doble padecimiento de quienes emigran (el sufrimiento del desarraigo – por una parte – y la no bienvenida – por otra parte – en los territorios donde intentan llegar a rehacer sus vidas); además de las soluciones que piden con urgencia los nuevos problemas que se crean y ocasionan en los lugares de destino o países receptores de los grandes movimientos de migración humana.

Hasta hoy, a este fenómeno tan característico, protuberante, dramático, de tantas aristas humanas y sociales y de tantas urgencias en el mundo de hoy se responde con indolencia, con indiferencia, sin darle prioridad en los planes y programas gubernamentales, con muros, con barreras, con intolerancia y sin atacar las primeras causas: la ineficacia y corrupción administrativa, la injusticia social y la inequidad en la distribución de recursos, bienes, servicios y oportunidades sociales que obligan a tantos millones a emigrar y que, por otra parte, convierte – esa misma inequidad y al mismo tiempo – a algunos lugares de la tierra en polos de atracción para los desplazados y desterrados de todos los días y de todos los rincones de la tierra.

Ni los políticos de turno de cada país de partida de las grandes masas migratorias (envueltos casi siempre en enormes fenómenos de corrupción), ni los centros de llegada, ni los organismos internacionales creados con vocación humanitaria global (Unión Europea (UE), Organización de las Naciones Unidas (ONU) y sus Departamentos (FAO, OMS, OIT, etc) , Fondo Monetario Internacional (FMI) Banco Mundial, etc…) resuelven de manera efectiva con fórmulas humanitarias – y no guerreristas y militares – el fenómeno migratorio actual.

Urgen, por tanto, soluciones que devuelvan a todos los afectados y de manera urgente, su dignidad de personas, con programas no asistencialistas sino de promoción y desarrollo humano sostenible.

Urge, además, que las instituciones e iglesias de las más variadas doctrinas y denominaciones religiosas presten a la humanidad, especialmente ante este fenómeno de tanto sufrimiento humano, su servicio y tarea profética. Que los líderes religiosos anuncien y denuncien todo cuanto en este fenómeno – como en otros – menoscaba la dignidad humana e impide la realización digna y humana – individual y socialmente – de todos los hombres y mujeres afectados. Lo contrario, se convierte en un silencio cómplice de la indiferencia de todos los estamentos y sectores de la humanidad.

Que podamos construir un mundo como una gran mesa para todos, donde todos tienen igual cabida y donde todos – solidariamente – nos respetamos y compartimos espacios de vida abundante es una tarea que nos convoca a todos. Al mismo tiempo, el fracaso en la construcción de un mundo más justo, más humano y solidario es una derrota que nos afecta a todos y que a todos nos llena de vergüenza. Es poco lo que hemos hecho y es muchísimo más lo que nos queda por hacer, especialmente en lo tocante a la dolorosa experiencia de nuestros hermanos migrantes del mundo entero.

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