Zugarramurdi, o cuando la Inquisición española dejó de creer en las brujas
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Inma Álvarez - publicado el 12/04/18 - actualizado el 23/03/23
¿Cuál es la causa de que esta "sangrienta" Inquisición no quemara a casi ninguna bruja, a diferencia del resto de Europa?
Aquelarres, mujeres que vuelan, ungüentos mágicos y prácticas sexuales con machos cabríos, adoración demoniaca y vampirismo… cualquier inquisidor se frotaría las manos ante semejantes acusaciones. Si hablamos de la supuestamente más sanguinaria de todas las Inquisiciones del mundo, la española, cabría esperar que los anales de historia estuvieran llenos de miles de mujeres quemadas en las hogueras de Toledo, Valladolid o Huesca.
Pero la historia tiene sus ironías, y esta es una de ellas.
Probablemente el caso de “caza de brujas” más sonado de la historia de España fue el de Zugarramurdi, una aldea vasco-navarra cercana a la frontera con Francia, en el que en un solemne Auto de Fe de la Inquisición, el 7 de noviembre de 1610, seis personas fueron quemadas vivas acusadas de brujería, y unas veinte personas fueron “reconciliadas” tras haber confesado sus culpas.
Lo que pocos saben es que, apenas un año después, la misma Inquisición ordenó revisar el proceso, y después de una cuidadosa investigación, se reconoció que el auto de fe había sido un error, y se pidió perdón a las víctimas. ¿No resulta curioso que la “terrible y sanguinaria” Inquisición española hiciera semejante “mea culpa”?
Dos célebres antropólogos españoles, Julio Caro Baroja y Carmelo Lisón Tolosana, estudiaron a fondo la brujería española en general y el caso de las brujas de Zugarramurdi en particular, y llegaron a la conclusión de que la Inquisición española, para tantos convertida en “símbolo del terror y de la maldad sin límites”, se tomaba generalmente muy poco en serio las acusaciones de brujería, y fue gracias a este caso.
En 1608, una criada francesa llegó a Zugarramurdi desde Labort, una aldea del otro lado de la frontera, donde la Inquisición francesa había llevado a cabo una célebre “caza de brujas” años antes, mandando a la hoguera a 80 mujeres. Esta muchacha, deseosa de notoriedad, denunció a una de las vecinas del pueblo, la cual acabó “confesando” después de muchas presiones y denunciando a otras mujeres. Pero la cosa no parecía grave: sencillamente, los presuntos culpables confesaron un domingo en la parroquia sus supuestas fechorías, y el pueblo entero les perdonó.
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