Ian nació con encefalopatía crónica, un desorden que afecta las habilidades motoras y el lenguaje. Su mamá, Sheila Graschinsky, veía que mientras él crecía los juegos y actividades que los profesionales le proponían no se adaptaban a las necesidades de su hijo.
Cuando Ian tenía 3 años, Sheila descubrió que Ian reconocía los números y las letras y podía escribir. Este descubrimiento rompió los esquemas de los especialistas médicos y cambió radicalmente la vida de Ian y la de toda su familia.
En ese momento Sheila trabajaba en una importante multinacional buscando herramientas para la gestión eficiente del conocimiento de la empresa. Nunca habría podido imaginar que que todo lo que había aprendido en su trabajo sería crucial en el rol que le tocaba ejercer como mamá.
Gracias a una profunda intuición y al apoyo familiar, pudo adquirir un dispositivo llamado Tobii que le permitía a Ian manejar la computadora con la mirada y poder comunicarse. Era una valiosa herramienta que le daba una voz para acercarse al mundo. Así podía jugar e incluso pelearse con sus tres hermanos.
Sheila no quiso que ese “descubrimiento” tan valioso se agotara en su familia. Renunció a su trabajo y creó la Fundación Ian con el objetivo de ayudar a otras familias como la suya a comunicarse con un ser querido con discapacidad.
La fundación trajo tratamientos que sólo estaban disponibles en el exterior y capacitó a cientos de terapeutas en el manejo de esta tecnología. Su principal logro: hacer de Tobii una herramienta accesible a todos. Muchas familias pudieron acceder al dispositivo pese a los grandes costes económicos y emocionales que implica.
“Hay muchas voces que quieren ser escuchadas y no tienen los medios para hacerse oír. Hay muchos chicos que quieren jugar con sus hermanos y no pueden. Supe que tenía una misión: multiplicar las voces.”