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¿Cómo se ve la usura y la práctica financiera en el mundo islámico?

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JOAT - Shutterstock

María Angeles Corpas - publicado el 15/03/18

Si el Corán prohibe la usura, ¿cómo es posible que existan los bancos en países musulmanes?

Mientras que la limosna (zakat) es considerada como una contribución al desarrollo social, la usura (ribā) está rotundamente prohibida en el Corán. Siendo así, ¿Cómo se empezó a compaginar este principio con las exigencias del sistema financiero actual? ¿Existe una banca islámica?

La ribā: principio inmoral

El Corán menciona expresamente la ribā en varias ocasiones: Qur. 2, 275-279; 3, 130; 4, 160-161; 30, 39. Existe un consenso generalizado al definirla como interés percibido por el préstamo de dinero o de alimentos. Es condenada severamente: “Quienes usurean no se levantarán sino como se levanta aquél, a quien el Demonio ha derribado con sólo tocarle” (Qur,2, 275).

Y el Corán no es original en esto. Los códigos jurídicos de las civilizaciones antiguas del oriente fértil y también la Biblia, condenan esta práctica y defienden al deudor, aplastado por el peso de la deuda. Ésta podía ser en moneda o especie y el interés podía alcanzar fácilmente entre el 30 y el 75% del valor del préstamo.

Algunos estudiosos han querido resaltar que, al prohibirla, el Corán estaba reaccionando contra una práctica extendida en Arabia y, en concreto entre los judíos de Medina: “Prohibimos a los judíos cosas buenas que antes les habían sido lícitas, por haber sido impíos y por haber desviado a tantos del camino, por usurear (…) y haber devorado la hacienda injustamente (Qur. 3, 160-161).

La práctica financiera islámica

Por tanto, la usura es considerada uno de los pecados más graves. Sin embargo, distingue el enriquecimiento fruto del abuso y la especulación de la ganancia que proviene del trabajo justamente realizado. Desde los inicios del Islam, el núcleo del problema radica en que no se define explícitamente qué tipo de transacciones son las prohibidas. Ni tampoco qué materias son sujeto de contención (oro, plata, trigo, etc.).

Por más que el trueque y el comercio estuviesen muy desarrollados en la sociedad preislámica, la legislación derivada de la prohibición religiosa se ha ido consolidando fruto de la experiencia de cada contexto. No es extraño, por tanto, que encontremos interpretaciones jurídicas diversas, llegando al sistema bancario contemporáneo.

En términos generales, partimos de que el Islam -doctrinalmente- sólo va a permitir un intercambio de valores iguales y al contado. Sin embargo, desde temprano surgieron recursos jurídicos (hiyal) que evitaran el rigor derivado de este principio. Por ejemplo, empezó a considerarse lícito cualquier intercambio que conllevara el mismo nivel de riesgo entre las partes. Han sido los hanafíes, los que han desarrollado un mayor número de fórmulas financieras y comerciales lícitas.

Sin embargo, la irrupción del capitalismo en el mundo islámico durante el siglo XIX causó profundos cambios políticos y económicos. Entre ellos, el replanteamiento de las fórmulas de transacción económicas a través de dictámenes jurídicos (fatwas).

En los modernos Estados nacionales, el rechazo a la usura constituía un asunto fundamental. Enfrentaba dos modos de entender el mercado. El capitalista, con la lógica del máximo beneficio. Y el islámico, donde tal principio no podía asumirse abiertamente y requirió un esfuerzo adaptativo importante. De este modo, se fue originando lo que hoy se conoce como sistema bancario islámico.

El jeque reformista egipcio Muhammad Abduh (1849-1905) fue uno de los primeros que advirtió la necesidad de cubrir un vacío legal. Legitimó los depósitos con remuneración en las cajas de ahorro. Peor sería en Pakistán, donde en 1947 nacería la idea de una banca islámica. Aunque en ambos países existía una larga tradición de cooperativas locales y mutualidades, este camino supuso la “tercera vía”, alternativa al mundo bipolar de la Guerra Fría. Una propuesta que se solidificaría en la década de los 50 en el Movimiento de Países No Alineados.

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