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Ábrete a la luz

MĘŻCZYZNA, ZACHÓD SŁOŃCA

Jeremy Perkins/Unsplash | CC0

Carlos Padilla Esteban - publicado el 11/03/18

Del dolor al consuelo, de la derrota a la victoria, del desánimo a la esperanza

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Me impresiona la imagen de la luz y las tinieblas a la que hoy recurre Jesús. Le dice a Nicodemo: “El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.

La luz vino al mundo y el mundo siguió en tinieblas. La luz viene a mí y yo prefiero mis obras de oscuridad. No la reconozco como mi camino verdadero.

Es verdad que a mí me gusta más la luz que las tinieblas, el sol más que las nubes que lo cubren. El cielo abierto más que el cielo amenazando lluvia. La claridad más que la penumbra.

Pero a menudo me refugio en mis tinieblas, me escondo en mi oscuridad, me acostumbro al olor de mi pecado, me quedo inmóvil en medio de mi esclavitud. Y eso que sé que me gusta más la luz del día y me turba la oscuridad de la noche.

Quisiera no ser ciego para poder ver. Me gusta la vista y poder verlo todo. Y odio la ceguera que no me deja ver lo importante.

El ciego de nacimiento nunca conoció la luz. Vive a oscuras. Necesita a alguien que guíe sus pasos. No ha visto paisajes preciosos. No conoce el color de la vida. Ha tenido que aprender a vivir sin ver. Soñando con una luz que no conoce. En su corazón tiene un anhelo infinito de plenitud. Anhela la luz que le dé forma a todo lo que toca.

En el cielo todos veremos la vida como es. Sin velo, sin noche. Sueño con ese cielo que acabe con mi ceguera para siempre. Tengo ojos, pero no veo. No sé distinguir siempre la verdad. Ni el bien del mal. Me confundo.

Tiene que ver la luz con la esperanza, con la verdad. Vivir en la luz es vivir de acuerdo a la verdad que hay en mi corazón.

No quiero ser ciego toda mi vida. Me cuesta distinguir lo bueno de lo malo, lo oportuno de lo innecesario. Me falta vista, me falta luz.

Juzgo, interpreto. Pongo mi seguridad en este mundo que pasa. En las cosas que toco con mis manos. En las horas caducas que retengo y se me escapan. Y me angustia la muerte cuando el tiempo se acaba. Quiero vivir el tiempo que me queda en la luz de la verdad de Dios.

Una persona rezaba así: “Me gustaría realizar la verdad. Vivir en la verdad siempre. Alejado de tantas mentiras que llenan mi alma. Me gustaría que vieras mis obras y mi verdad. Y vieras si se corresponde lo que digo con lo que hago. Yo ya no lo sé. Me gustaría tener un corazón nuevo para amarte más cada día. Un corazón grande y puro, lleno de luz, de sol. Un corazón en el que Tú mandes y reines. Para no temer en medio de los caminos y confiar siempre. No sé si todo en mí es verdad. Lo dudo. Te pido, Jesús, que quemes todas las mentiras que se han adueñado de mi alma. Limpia las oscuridades que no me dejan verte. Quiero que entre tu luz dentro de mí. Dame vida para que no caiga en la muerte. Déjame seguir adelante cuando ms pasos parezcan detenerse. Quiero la luz de la verdad, no quiero la oscuridad ni las mentiras”.

La luz se contrapone a las tinieblas. La vida a la muerte. La verdad a la mentira. Vivir sin luz es vivir sin alegría. La vista y la ceguera son polos opuestos.

Es el mismo misterio de la luz y de la cruz. De la muerte y de la vida. Del Via crucis y del via lucis. Dos caminos que recorro cada día.

De la noche profunda al amanecer de un nuevo día. Del dolor al consuelo. De la derrota a la victoria. Del desánimo a la esperanza. Es el camino mismo que conduce a la Pascua.

Pasando por los miedos y oscuridades. Tocando la cruz, despertando la vida. Es el camino que me lleva de mi mentira a mi verdad. De mis miedos a la plena confianza.

Quisiera saber cuál es mi verdad. “No nos conocemos lo bastante a nosotros mismos y no queremos siquiera conocernos tal como somos en realidad. Casi todos nos escondemos detrás de una máscara, no solo frente a los demás, sino también al mirarnos al espejo”[1].

Tapo mis caídas, mis debilidades, mis flaquezas. Me escondo detrás de una máscara para que no me hagan daño. Para que no me vean. Ni yo mismo quiero conocerme. Me asusta lo que puedo encontrar: “¿Qué es el hombre? Un montón de estiércol, una fosa de estiércol, etc.. ¡Qué cadáver más brillante! Las verdades son totalmente exactas. Eso somos”[2].

Soy así. Carne y hueso. Nada y pecado. Barro y aire.

Pero no quiero quedarme en lo que no consigo. Ni sentirme abrumado por lo que me humilla. Quiero levantarme y caminar. Mirar el cielo que se abre, en una grieta entre las nubes, dejando pasar los rayos del sol que deseo. Pasar así de la muerte a la vida, de la penumbra a la luz.

Por eso no me quedo en mi barro. Sigo mi camino. Dice el P. Kentenich: “Si se acentúan demasiado esas verdades, el resultado es una profunda ausencia de alegría. La consecuencia necesaria es una presión constante en los sentimientos. ¿Cuál será el efecto? El fuerte impulso hacia una satisfacción sucedánea”[3].

Mi verdad es luz. En mi verdad hay pecado y gracia. Virtudes y debilidades. Trigo y cizaña. En mi verdad estoy yo y está Dios. Los dos, cara a cara, sin máscaras, sin tapujos.

Allí, ante Él, me doy como soy. Y a cambio recibo su sí, su abrazo. No me quedo en la realidad de mi barro, de mi estiércol. Miro más allá, dentro de mi verdad última. El estiércol dejará que brote la vida en mí.

Soy hijo de reyes. Soy hijo de Dios. Lo más valioso que Él ha creado. Reconocer mi verdad me hace libre, me hace más pleno. Acepto que no lo hago todo bien. Miro con calma todas las sombras de mi alma.

El papa Francisco decía a los jóvenes en Perú: “Cuando Jesús nos mira, no piensa en lo perfecto somos, sino en todo el amor que tenemos en el corazón para brindar y servir a los demás. ¿Cuánto amor tengo en el corazón?”.

Jesús mira mi verdad y se conmueve, se enamora. No se queda en el barro. Ve la luz y el brillo de mi alma. Ve el amor que tengo y el que puedo entregar. Quiero tener más luz dentro de mí para que no dominen en mí las tinieblas. Quiero vencer esa oscuridad que me aleja de Dios.

[1] Giovanni Cucci SJ, La fuerza que nace de la debilidad

[2] J. Kentenich, Las fuentes de la alegría sacerdotal

[3] J. Kentenich, Las fuentes de la alegría sacerdotal

Tags:
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