A través de una historia clásica de fantasmas, los Hermanos Spierig reflexionan sobre el dolor que provocan los fabricantes de armasLas exploraciones de las posibilidades cinematográficas del relato gótico de fantasmas que ha llevado a cabo James Wan durante la última década a través de franquicias como Insidious y, sobre todo, Expediente Warren –que incluye también ese spin-off ya con dos partes como es Annabelle–, le han ofrecido tanto a creadores como a estudios la posibilidad de retomar toda una tradición de raíz literaria que había quedado apartada del interés del público en favor de terrores más físicos.
Su particular forma de aproximarse al horror ha vuelto a poner sobre la mesa la inquietud que el ser humano siente, por definición, hacia lo que hay más allá de nuestra mera existencia terrenal, así como la flexibilidad expresiva que proporciona el rango de relatos que permiten explorar y reflexionar a ese respecto.
Es el caso de Winchester: La casa que construyeron los espíritus, en la que sus directores y guionistas, los hermanos Michael y Peter Spierig aprovechan la laberíntica mansión real que construyó Sarah Winchester (aquí interpretada por Helen Mirren) en San José, California, para plantear la responsabilidad de los fabricantes de armas en la violencia y, sobre todo, el dolor resultante que aquéllas provocan.
Con el debate sobre el acceso público a las armas en pleno apogeo tras la matanza del Instituto Stoneman Douglas, resulta más que relevante que, a través de los fantasmas que acechan a la viuda del creador de los rifles Winchester, los responsables del largometraje incidan en el rastro de vidas rotas que provoca la industria armamentística, y la cantidad de daños colaterales que se provocan, sencillamente, por la irresponsabilidad de quien busca beneficiarse de las ansias de destrucción de algunos seres humanos.
Los Spierig transforman, de hecho, la caótica disposición de la mansión en una especie de proyección del sentimiento de culpa del personaje de Mirren –lo que está sostenido, de hecho, sobre una justificación argumental que la convierte casi en una médium: la influencia de la saga Insidious está más que clara–, que crece y se desboca al mismo ritmo de construcción que la propia estructura en la que vive.
No es de extrañar, pues, que acaben residiendo en ella otras personas de naturaleza igualmente torturada, como el alcohólico y drogadicto Dr. Price (Jason Clarke) o esa pariente de los Winchester que es la viuda Marian Marriott (Sarah Snook): como los propios espíritus que pueblan el lugar, también buscan redención o, al menos, la oportunidad de seguir adelante.
Sin embargo, el problema de Winchester: La casa que construyeron los espíritus es que todo ese planteamiento, sobre el papel, tan atractivo y tan lleno de sugerencias, se justifica sobre una tramoya visual que evidencia la incapacidad de los directores para generar no ya momentos de tensión, sino, simplemente, una mínima sensación de atmósfera que sostenga su acercamiento al terror gótico.
Incluso cuando intentan aludir a una película tan seminal como El legado tenebroso de Paul Leni, lo hacen de forma un tanto mecánica, se diría que en exceso calculada. De ahí que tengan que acabar recurriendo a los trucos más facilones –maquillajes exagerados, golpes sonoros…– para perturbar a unos espectadores que necesitan algo más que buenas intenciones a la hora de sentirse inquietados.
Ficha Técnica
Título original: Winchester: The House that Ghosts Built
Año: 2018
Países: Australia, Estados Unidos
Género: Terror
Directores: Michael Spierig, Peter Spierig
Intérpretes: Helen Mirren, Jason Clarke, Sarah Snook, Finn Scicluna-O’Prey, Angus Sampson, Laura Brent