Como madre, no necesito que la ciencia me diga que la relación madre-hijo es un vínculo increíblemente fuerte en múltiples niveles. Sin embargo, durante los últimos años, la ciencia ha propuesto investigaciones que ahondan en la cuestión de por qué la conexión maternal es tan fuerte. Un motivo es lo que se conoce como microquimerismo. Es una forma complicada de decir que las células se intercambian: cuando el bebé está en el útero, algunas de sus células, con su propio ADN, entran en la madre y siguen viviendo en su interior después del nacimiento del bebé. También hay indicios de que las células de la madre se transfieren al bebé. Quizás esto no lo explique todo de la relación entre madre e hijo, pero sin duda es un firme recordatorio de hasta qué punto están conectados.
Y esa es la relación que Nuestra Señora tenía con Jesús y, de forma diferente, mística, pero no menos real, la relación que ella tiene con todos nosotros.
El obispo Fulton J. Sheen falleció antes de que empezaran las investigaciones sobre microquimerismo, pero transmitió el mismo significado a nivel espiritual: “¿No puedes ver que si el mismo Cristo estuvo dispuesto formarse físicamente en Ella durante nueve meses y después ser formado espiritualmente por Ella durante treinta años, es a Ella a quien debemos acudir para que Cristo se forme en nosotros?” (Las siete palabras de Jesús y de María: Lecciones de Caná y del Calvario).
Más maravillosa que todos los milagros y apariciones juntos es la simple realidad de que María es nuestra madre y que participa en nuestra educación en la fe.
María, en su advocación como Nuestra Señora de Andacollo, ha estado criando activamente a cristianos en Chile y más allá durante casi 500 años.
Esta es su historia:
En la segunda mitad del siglo XVI, un minero de cobre indígena vio una bola de luz en una de las aperturas de la mina y escuchó la voz de Nuestra Señora dirigiéndole a un lugar donde encontraría “riqueza” y, así, llegó a desenterrar una estatua de madera de María que, presumiblemente, los soldados españoles habrían dejado atrás al huir de la región durante un ataque sobre la ciudad en 1549.
El nombre de la ciudad, Andacollo, deriva probablemente de Anta-Goya, un término que en lengua quechua significa “reina de cobre”, en referencia a la abundante cantidad de este metal que se encontró en la región. No obstante, una tradición alternativa sugiere que el nombre es en realidad una evocación a la aparición de Nuestra Señora, cuando llamó al minero por su nombre, animándole a avanzar: “Anda, Collo”.
Esté o no la ciudad nombrada en su honor, Nuestra Señora llegó para quedarse. El más famoso de los innumerables milagros atribuidos a su intercesión refiere a cuando libró a la ciudad de una epidemia de viruela en 1871 y, más recientemente, en 2010, ayudando milagrosamente en el rescate de 33 mineros atrapados.
La imagen en la basílica de Nuestra Señora de Andacollo es una copia de la imagen original, que desapareció misteriosamente en el siglo XVII. La réplica ha residido en varias iglesias; la actual basílica se inauguró en 1893 y la estatua fue coronada pontificiamente en 1901. Nuestra Señora continúa atrayendo cada año a miles y miles de peregrinos a Andacollo, en especial durante la gran fiesta de Nuestra Señora de Andacollo, que dura cinco días a partir del 23 de diciembre.
Nuestra Señora de Andacollo, reza por nosotros.
Hoy celebramos a...