A uno le debo la vida biológica y al otro el cuidarme, amarme y hacerme crecer como persona.
Viajaba por una autopista de cierto país en la que pude observar un gran aviso publicitario que decía: ¿quién es tu padre o tu madre?, si no lo sabe, llame al 800-ADN.
El anuncio me recordó mi historia personal, en la que siendo hijo de madre soltera, tuve la fortuna de haber tenido a un buen hombre como padrastro, alguien que me otorgó una verdadera relación filial como amoroso padre sustituto.
De él, así como de mi madre, obtuve mi identidad y le debo lo que soy.
Muy afortunado, sí, aunque sentía que me faltaba un… algo, por lo que debió ser y no lo fue.
Mi padre biológico me había reconocido con su apellido y ayudado con mi manutención hasta terminar la Universidad, pero abandonó a mi madre embarazada y jamás tuvo contacto personal ni con ella ni conmigo.
Fue en un acuerdo impuesto que mi madre aceptó, más que nada por necesidad y para protegerme, decisión que respeto.
Siendo abogado de profesión y dotado de cierta perspicacia, me propuse buscarlo y conocerlo, tratando de encontrar lo que consideraba la pieza que faltaba en mi vida… Mejor no haberlo hecho.
Después de algunas indagaciones detectivescas, lo localicé, le hable por teléfono, y sorprendido, con tono receloso, me dio cita en cierto lugar de una ciudad distante.
En el encuentro, después de un breve reconocimiento, pretendió ser amable excusándose por no buscarme jamás. Me quiso dar a entender que había sido “paternalmente responsable” pues me reconoció como hijo, me dio su apellido, me sustentó económicamente y sigue de lejos mi trayectoria con cierta satisfacción.
Era su manera de ver las cosas, claro.
Después vino un silencio donde se dijeron más que mil palabras. Me despedí para siempre de él dándome cuenta de que la pieza que buscaba seguirá faltando en mi vida, por la simple razón de que había pretendido encontrarla entre los rescoldos de una relación filial que en realidad nunca existió.
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