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“Dios detuvo mis piernas y puso a caminar mi alma”

MARIANA BARRAGAN

Gentileza

Luz Ivonne Ream - publicado el 13/02/18

Mariana, el rostro de la esperanza

Un día como cualquier otro me llegó la invitación para una conferencia: Dios detuvo mis piernas y puso a caminar mi alma. La impartiría una hermosa mujer, con unos ojos llenos de luz, cabellera larga y rubia, vestida toda fashion, perfectamente maquillada y con una figura que claramente se veía era de pasarela.

Lo que más me llamó la atención fue la dulce y auténtica sonrisa que portaba mientras posaba para la foto en su silla de ruedas, su gran aliada.

Al ver la perfección del amor de Dios en ella y leer un poco de su historia por supuesto me dije: “yo la tengo que conocer”. Hoy es parte de mi vida y de mi corazón. Su nombre: Mariana Barragán Linares.

MARIANA BARRAGAN
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Mariana, la menor de 3 hermanos, nace en la Ciudad de México. Sus padres, Óscar y Clara se divorciaron cuando ella tenía un año lo que le hizo siempre albergar el deseo de tener una familia unida como la de sus amiguitas del cole.

Tuvo una infancia difícil que la marcó y le dejó heridas en su corazón, lesiones que más tarde tuvieron consecuencias. Fue creciendo; bailar y disfrutar la vida se convirtieron en su pasión, estudiar no.

Su mamá era su todo, la adoraba. Su vida dio un giro cuando ella fue diagnosticada con cáncer y 2 años después muere a consecuencia. A los 21 años se pasaba el momento más doloroso de su vida: su todo se le había ido, la había dejado.

MARIANA BARRAGAN
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Era como si Dios no la hubiera escuchado. A partir de ahí comenzó una vida de excesos. Tres años después, cuando tenía 24 años al salir de su trabajo fue alcanzada por una bala disparada por un hombre drogado… Pero mejor dejemos que ella misma cuente esta historia que tanto ha compartido por el mundo.

“Cuando recibí la terrible noticia de que mi mamá tenía cáncer, mi vida cambió súbitamente; aunque no para bien porque, cuando falleció, permití que los excesos gobernaran mi existencia, hasta el extremo de abortar, de sufrir en silencio mi crimen y de estar, en estos momentos, postrada en una silla de ruedas.

En los momentos más difíciles de la enfermedad de mi mamá, confié en que Jesús la sanaría; y no es que fuera una fiel católica, pero sabía de la importancia de la oración, por ello le pedía a Cristo por su salud.

Luego de un encuentro personal que ella tuvo con Dios, vi con alegría cómo empezó a sanar su alma, aunque no su salud, que era lo que me preocupaba.

El Espíritu de Dios la llenó de una fortaleza increíble, sólo había alegría y gozo en su corazón; sin embargo, dos años después de que le diagnosticaron el cáncer, llegó el momento más doloroso para mi familia: falleció.

Fue un dolor muy intenso, no imaginaba mi vida sin mi mamá, y, para evadir mi realidad, inicié una “vida nueva”. ¿Cómo? Viviendo la “felicidad” que el mundo me ofrecía: comencé a salir mucho.

Tuve excesos en mi vida, tomaba más de la cuenta, hacía cosas de las que luego me arrepentía; por consiguiente, me daba cruda moral, pero se me pasaba y volvía a lo mismo, pensando que ese vacío tan grande que tenía en mi corazón lo podía llenar con sexo desordenado, alcohol y reventón.

No podía faltar la droga, pero, gracias a Dios, me dio miedo y sólo la probé para experimentar.

Incursioné en el esoterismo: fui a que me adivinaran el futuro sin saber en ese momento que sólo le estaba abriendo puertas al mal. Así fue mi vida durante tres años.

En esta etapa empecé a tener novios, y en una de las relaciones me embaracé. Cuando me enteré quedé paralizada, se me apilaron en la cabeza un sin fin de preguntas: ¿qué debía hacer?, ¿qué diría mi familia? Con mi pareja las cosas no iban bien, y me propuso dos opciones: casarnos o abortarlo.

Abortamos. Fuimos a una clínica y ¡adiós, bebé! Al despertar, lloré; pero inmediatamente lo bloqueé y me dije: “¿Para qué lloras si no había vida?”.

Seguí con el mismo tren de vida y, poco tiempo después, un 25 de octubre, al salir de mi trabajo, me subí al auto de unos amigos para ir al cine.

Vimos a una persona parada fuera del coche; tenía algo bajo su abrigo, era una pistola y una escopeta. Mi amigo gritó: “¡Agáchense!”. Y luego se escuchó el detonar de un disparo; perdí el equilibrio al instante, me fui de lado. Nos encaminamos al hospital; ya no sentía piernas ni brazos; nunca perdí el conocimiento, iba muy tranquila.

Al llegar a la clínica escuché al doctor decir que era necesario operar para quitar la bala. En terapia intensiva me dieron la noticia de que nunca volvería a caminar porque la bala había lesionado la médula espinal.

¡Cuánto lloré! Tenía tan sólo 24 años y me estaban diciendo que, a partir de ese momento, tendría que depender de otra persona para vestirme, para bañarme. Mi vida cambió totalmente.

MARIANA BARRAGAN
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Que ironía, ¿no? No quise tener a mi bebé porque no entraba en mis planes, ni en mi futuro, y ahora no podía caminar.

Recordé una frase de la carta que mi mamá nos dejó: “Si me hubiera acercado antes a Dios, mi sufrimiento hubiera sido menos pesado”. Sentí entonces en mi corazón que Dios me podía ayudar.

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Antes de mi conversión odié con todo mi ser a la persona que me disparó. Al mes tuve un careo con él; recuerdo que pasé un fin de semana horrible ya que me iba a enfrentar a la persona que me había hecho tanto daño; era volver a recordar.

Pero cuál fue mi sorpresa que, al momento de verlo, lo único que sentí fue paz: ya no había odio. Cuando lo veía, él no podía sostener mi mirada; sólo agachaba su cabeza.

Fue entonces que me enteré de que disparó bajo los efectos de la droga; su intención nunca fue asaltarnos y estaba arrepentido.

A partir de ahí mi vida dio un giro: asistí a un retiro de Vida Nueva. Tuve un encuentro personal con Dios y tomé conciencia de las veces que había herido a Jesús; de cómo yo misma me había dañado; comprendí la magnitud del aborto, había asesinado a mi bebé; lloré mucho tiempo.

Un obispo me absolvió, me hizo sentir el amor y el perdón de Jesús, aunque yo aún no me podía perdonar.

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Empecé un largo proceso de vida nueva en una silla de ruedas, sufrí muchos cambios, me enfrenté a una lucha diaria para aceptar mi discapacidad y, lo más importante, empecé a amar a Dios y a la Santísima Virgen.

El aborto fue uno de los procesos más dolorosos de mi vida, fueron muchos años de sufrimiento, fue un crimen silencioso; lloraba a solas, ya que a nadie le podía contar lo que había hecho; sentía una tristeza profunda.

¡Catorce años para que pudiera hablar del aborto! Un sacerdote me ayudó a sanar mediante una oración para personas que han abortado.

Una mañana, rezando el Rosario, sentí en mi corazón la necesidad de escribir una carta llena de amor, inspirada en el Espíritu Santo, a la persona que me disparó, para contarle todo lo que yo había hecho.

Se la hice llegar a través de una persona cercana a él que conocí casualmente. Supe entonces que cuando la leyó lloró y se puso el Rosario que le envié.

Ahora puedo decir, palabra por palabra, esa frase que todos repetimos tantas veces sin conciencia: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

Si Dios nos perdona todos los días, ¿por qué nosotros no podemos perdonar a los que nos hacen daño? Gracias a Dios ahora sé que vinimos a esta vida a servir.

MARIANA BARRAGAN
Facebook Mariana Barragan Linares

Con amor.

Mariana Barragán Linares”

Hoy Mariana reparte este testimonio de amor, fe y perdón por el mundo entero para llevar esperanza, sobre todo a los jóvenes.

Entre los deseos de su corazón está el formar una familia con un hombre de Dios. ¡Es una guerrera!

MARIANA BARRAGAN
Facebook Mariana Barragan Linares

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Nada y se viste sola a pesar de estar tetrapléjica. En fin, conócela y enamórate de lo que es ella, de su vida, como lo hice yo. ¡Qué mujerona!

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abortodiscapacidadperdontestimonio
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