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¿Cómo será el cielo? ¿Cuánto tengo que esperar?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 03/02/18

Todos mis sueños serán allí verdad

Me gusta pensar que el cielo tiene mucho de la tierra que habito. Y quisiera que mi tierra tuviera mucho del cielo que deseo.

No lo sé pero creo profundamente que en el cielo tendré todo lo que aquí he amado. Pero ya no en la medida escasa en que aquí lo tengo, sino ya en plenitud.

Estoy convencido de que allí me reencontraré con las personas que he amado. Estaré con ellas para siempre. Ya no habrá llanto ni dolor. Consolarán mis lágrimas.

Y seré para los míos lo mismo que he sido aquí, en mi vida fugaz, pero más y por toda la eternidad. Y sé que todo aquello a lo que he tenido que renunciar en mi vida -es mucho, lo sé- será entonces vida en mi alma.

He renunciado a vivir más de una vida. Dos o tres, depende. He renunciado a otros caminos, a otras decisiones posibles. He renunciado a vivir lo que nunca he vivido, habiéndolo deseado.

He renunciado cada día a cosas tan pequeñas que casi no le doy importancia. Pero la tienen. Cada renuncia ha sido importante en mi vida. Un bien.

Y creo que al llegar al cielo, Dios me lo dará todo en plenitud. Allí tendré lo que aquí es sólo un placer escaso. Tendré mar y estrellas, montes y campo ancho y vasto.

Allí sé que seré yo mismo ya sin máscaras y sin cadenas. Seré yo con todos mis deseos colmados, y con todos mis anhelos hechos vida.

Creo que mi cielo será según la forma de mis sueños. Porque Dios es así. Y ha dibujado en mi alma un anhelo que es suyo. No es mío. Él lo puso. Él lo hará pleno. No sé cómo, pero creo en eso.

Nadie ha vuelto para decirme cómo es el cielo. Tampoco lo espero. Nadie me dice que no pueda creer lo que yo creo. Creo que el amor estará más vivo entonces que ahora. Sí, en el cielo, mucho más que ahora.

Cada uno de los momentos bonitos vividos aquí, son muchos. Allí ya no pasarán, serán eternos. Y las cosas que me han costado y me han dolido quedarán perdonadas, amadas y olvidadas.

La huella de mis heridas estará ahí. Pero el dolor ya no. Se habrá ido. Sé que allí podré acariciar y abrazar. Mirar y hablar. Escuchar con calma, con todo el tiempo del mundo. Y ver pasar la vida en un instante sin fin. Sí, allí, cuando llegue al cielo.

Sé que allí, así lo creo, María, Jesús y las personas que amo, saldrán a recibirme. Me dirán que me han estado esperando. Y yo me alegraré en lo más profundo. Ya no habrá más preguntas. Ni más dudas. Ni pretenderé más respuestas.

Todos mis sueños serán allí verdad. No sé bien cómo, pero es algo que nadie me puede quitar. Y aun así, será todavía mejor que lo que ahora creo, porque Dios se dedica a prepararme el mejor cielo para mí. Todos mis sueños serán realidad allí.

Y eso que sé que el cielo, en realidad, no me lo puedo ni imaginar. Al pensar en la vida caduca que vivo me viene el pensamiento del cielo. Y el corazón se alegra de repente.

Soy un pobre servidor que hace lo que puede hacer. Me exijo tanto a veces. Quisiera vivir varias vidas. Me faltan horas. Hay tanto que hacer. Pero sólo quiero vivir lo que Dios desea de mí. En mi lugar concreto. Con las personas que caminan a mi lado.

Mi corazón se alegra al pensar en lo que será pleno al final de mis días. En mis amores hoy caducos y pasajeros. Allí no habrá dudas, ni miedos. Allí no habrá angustias ni frustraciones. No habrá tensiones ni malos entendidos.

Levanto la mirada. Aquí quiero vivir sin penas los días que tengo. Vivirlos con intensidad. Para no vivir amargado. Ya en esta tierra vivo la semilla del cielo.

Decía el padre José Kentenich: “Nos consideramos, de manera clarísima, una colonia del cielo, y contemplamos el más acá siempre a la luz del más allá. Un más allá que determinaba nuestra norma, nuestro ritmo de vida, nuestro dinamismo[1]. Quiero ser una colonia del cielo.

Decía Sor Isabel de la Trinidad en oración: Pacifica mi alma, haz de ella tu cielo, tu morada de amor y el lugar de tu descanso”.

Dios habita en mí. Hace morada en mi alma, es su cielo. Dios quiere descansar en mí. Son las paradojas que no entiendo.

Yo soy el cielo de Dios, cuando habita en mí. Y todo mi deseo es que Él sea mi cielo en el que descansar para siempre.

La vida llena de preocupaciones y pesares, la vida llena de alegrías y sueños, todo será plenitud en el cielo que espero.

Pero mientras todo pasa y los días se escapan ante mis ojos no quiero vivir con pena. Quiero vivir con Dios dentro del alma. Descansando en su cielo. Quiero vivir dando la vida que tengo. Sin querer retenerla.

No puedo durar tanto como quisiera. El corazón sueña con ser eterno. Y mi vida tiene término.

Es verdad que algunos viven hoy tantos años. Y se cansan de vivir. Y otros se van temprano en lo mejor de la vida. ¡Cómo entender este mundo injusto en el que la vida es tan irregular!

No puedo programar mis días. Ni calcular los años que me quedan. No puedo asegurarme el cielo. Ni desear la plenitud antes de emprender mi último camino.

No deseo hacer planes, para que Dios no se ría de ellos. No busco que todo encaje dentro de mis deseos. Quiero vivir cada día como si fuera el último. Al fin y al cabo uno nunca sabe.

Quiero vivir reflejando el cielo con el amor que tengo entre los dedos. Es tan fugaz todo que no quiero perder el tiempo. Me pongo en camino. Vivo ya el cielo torpemente aquí, entre los míos, con mis manos. Y confío en esa eternidad de luz que ya me alegra.

[1] Kentenich Reader Tomo I: Encuentro con el Padre Fundador, Peter Locher, Jonathan Niehaus

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