La templanza es virtud que fomenta la moderación en el ánimo y los placeres sensoriales, forja un carácter equilibrado que no deja que las emociones o impulsos guíen las decisiones o acciones.
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Con planes de matrimonio y pensando en los muebles, muy ilusionada pregunté a mis padres en que parte de mi futura casa pondría tal cosa, y viéndose de reojo, me corrigieron sonriendo: “Tu casa no, hija, tu hogar.” “Sí”, asentí plenamente convencida.
Y vino a mi mente todo lo aprendido.
Más de una vez ellos nos dijeron a mis hermanos y a mí que hogar corresponde a un lugar donde existe la sensación de seguridad y calma, donde se mantiene encendida una hoguera para reunir en torno a su calor a los que ahí habitan.
Mientras que el concepto de casa sencillamente se refiere solo a la vivienda física, que puede estar habitada por personas que no logran una comunidad de vida y amor.
Conscientes de ello, mis padres se esforzaron en mantener encendida esa hoguera. Una hoguera que en ocasiones llegó a languidecer por los claroscuros que inevitablemente aparecen en la vida familiar, pero que en un bello misterio volvía a avivarse precisamente cuando más paz y armonía interior necesitábamos, y ellos eran capaces de transmitírnoslas.
Claro está que el mantener el fuego y su calor fue para ellos una ardua conquista. Lo mismo en las enfermedades, que en los apuros económicos, cuando nuestras rabietas de niños e incomprensiones de adolescencia, hasta las preocupaciones por el despegue en nuestra juventud. Dando por descontado las pruebas de su propia humanidad sujeta a defectos y limitaciones.
Ellos se esforzaban por vivir la virtud de la templanza alimentando la hoguera.
Y nos enseñaron esa virtud de fortaleza en un conceder sin ceder, logrando que hiciéramos lo que debíamos por encima de lo que nos gustaba, a dominar nuestros apetitos en lo sensible, a no temer al frio, al calor, al cansancio, a comer con moderación y a no dejarnos llevar solo por los sentimientos.
Sobre todo a ser congruentes con los valores asumidos y ver por los demás.
Aprendimos también que la templanza es fortaleza que prepara para el amor, pues sustenta la armonía del interior tan necesaria para alimentar el fuego del hogar.
Es así, pues la familia siendo también intimidad, la primera comunidad en la que convivimos con las personas más cercanas, mas nuestras, mas “intimas”, esposos, padres, hijos, abuelos. Esta armonía interior será lo que mantendrá viva la hoguera, porque llegara a los demás irradiando una luz cálida y reconfortante creando un ambiente suave, templado, acogedor y seguro, capaz de sanar miedos, susceptibilidades, desequilibrios, ansiedad, descontrol…
Y cuánto sentido puede adquirir la expresión: hogar, dulce hogar.
Era así, que cuando los avatares de la vida sacudían nuestra joven existencia, no perdíamos nuestras coordenadas personales gracias a nuestro hogar, donde se reparaban nuestras fuerzas, apoyándonos los unos en los otros.
Un fracaso escolar o laboral, una decepción amorosa, una aguda duda sobre el futuro y tantas cosas más, encontraban siempre en ese amor refugio un bálsamo que nos ayudában a mantener nuestros estados de ánimo con armonía, serenidad y proporción a los acontecimientos.
Se iba de esa forma templando nuestro carácter.
Fue cuando nos casamos, que comprendimos por qué nuestros padres se negaron a deshacerse de lo que ellos llamaban las cosas viejas de la casa, remozándolas, manteniéndolas en buen estado y para ellos muy bellas, pues estaban impregnadas de todas las historias de nuestra familia entretejidas alrededor de la hoguera.
Y nos las fueron regalando como lo más preciado, como si con ellos nos participaran su fuego encendiendo nuestras propias hogueras.
A nuestros hijos también les enseñaremos que para alimentar ese fuego es necesario vivir la virtud de la templanza, esa que nos relaciona con nosotros mismos, con nuestra intimidad, dando paz y orden a nuestro espíritu para adquirir una armonía interior, conservarla, hacerla crecer y también restablecerla cuando algo nos perturba.
Y comunicarla a los demás alimentando el fuego del hogar.
¿Por qué es tan importante la virtud de la templanza dentro de la familia?
La razón es que existe una relación muy especial entre la virtud de la templanza, el hogar y la familia, pues todos podemos experimentar que la convivencia en familia, por ser tan íntima, funciona muy bien cuando se encuentra llena de serenidad, equilibrio y paz, y eso se logra cuando en la familia todos se esfuerzan por tener paz interior y regalarla los unos a otros.
Y al contrario, cuando los miembros de una familia no poseen en sí mismos templanza, el malestar, la cólera, la intranquilidad, el desasosiego y las tensiones la agotarán, convirtiéndola en un lugar conflictivo del que se desea huir, en vez de permanecer.
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