Dos meses después de las controvertidas elecciones de noviembre de 2017, tras casi 40 muertos, cientos de detenidos y enormes manifestaciones de protesta, Juan Orlando Hernández tomo posesión, por un segundo período, como presidente de la República de Honduras.
Fue el sábado pasado, cuando, sin la presencia de ningún mandatario extranjero y con la policía reduciendo a los manifestantes en las calles de Tegucigalpa con gases lacrimógenos de fabricación estadounidense, cuando se llevó a cabo la ceremonia mediante la cual Hernández juró –por segunda ocasión—encabezar el poder ejecutivo de ese país centroamericano
“Honduras: toma de posesión entre gases lacrimógenos de Pennsylvania”, intituló el periódico “El Faro” de El Salvador el proceso que se vivió en el vecino país el sábado 27 de noviembre. “En las calles de una militarizada Tegucigalpa, miles de manifestantes se enfrentaron contra policías y soldados, y la ciudad se convirtió durante horas en un campo de batalla”, escribió el reportero Carlos Dada.
El principal enfrentamiento entre policías y manifestantes, se produjo en el bulevar Centroamérica de Tegucigalpa. Ahí, los cuerpos policiales y militares bloquearon el paso a la marcha que pretendía llegar hasta el Estadio Nacional. Sin embargo, toda la noche anterior y la madrugada del sábado estuvo llena de actos de protesta, toma de carreteras, quema de llantas, ulular de ambulancias…
El Estadio Nacional fue rodeado –para la toma de protesta de Juan Orlando Hernández– por centenares de elementos uniformados del Ejército, la Policía Militar, la Naval y la Policía Nacional. El país centroamericano enfrentaba un proceso inédito, puesto que su Constitución prohíbe la reelección en la presidencia de la República. Y el triunfo de Hernández sobre el opositor Salvador Nasralla, fue cuestionado por propios y extraños. Lo mismo que sus maniobras para permitir reelegirse en el cargo.
El cuestionamiento internacional más importante al triunfo y la toma de posesión de Hernández: el de la Organización de Estados Americanos (OEA). El espaldarazo internacional más fuerte: el reconocimiento de su triunfo en las elecciones de noviembre de 2017 por parte del gobierno de Estados Unidos.
Promesas de reconciliación
Tras tomar posesión del cargo, el presidente Hernández reconoció que es necesaria una política de reconciliación nacional, antes de que las protestas arrecien y se vuelva ingobernable el país. Dijo en entrevista al periódico La Prensa:
“Yo estoy consciente de que tenemos diferencias políticas y que no podemos seguirlas alimentando, al grado de tener un conflicto, (a los opositores) les hemos dicho en público y en privado que estamos listos a sentarnos (a dialogar) y que vengan con la propuesta que consideren, por muy exagerada que se mire…”.
Antes de esta entrevista, el sábado 27, durante su discurso de toma de posesión y consciente de que prácticamente la mitad de Honduras está en su contra, Hernández reconoció la división que su reelección ha generado. “Si una casa está dividida no puede permanecer y soy consciente de las diferencias políticas en el país, pero no hay diferencias que justifiquen la violencia (…). No es justo generar ese temor”, señaló.
La oposición, liderada por Salvador Nasralla –quien también sufrió los gases lacrimógenos en su persona, como lo muestra un video tomado con su celular– no reconoce los resultados de las elecciones del pasado 26 de noviembre que dieron la victoria al mandatario del Partido Nacional por unos 50,000 votos, producto, dicen, de una mañosa “caída del sistema” de computo electoral que, cuando “revivió, dio el triunfo a Hernández.
Y aunque haya hablado en sus primeras horas de un nuevo momento para la reconciliación y el diálogo, lo cierto es que Juan Orlando Hernández y su equipo tendrán un cuesta arriba muy empinando. Sobre todo con las tasas de violencia, pobreza, migración, asedio de maras, impunidad y represión que se viven en la actualidad en Honduras.
Hoy celebramos a...