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3 errores que cometemos cuando nos comunicamos

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Michael Rennier - publicado el 24/01/18

Deja los malos hábitos comunicativos y apuesta por ofrecer una actitud constructiva y positiva a quien te rodea.

Más o menos una vez a la semana, escucho desde lejos el hermoso sonido de mis dos hijas hablando mientras colaboran para ordenar su habitación:

“No quiero… hablar… contigo… ¡NUNCA MÁS!”

“¡Muy bien! ¡Pues vete de aquí para siempre!”

Así, todas las semanas, durante años. Durante un tiempo, intenté ignorarlo, con la esperanza de que se cansaran y finalmente alcanzaran un acuerdo de compromiso. Pero eso no es lo que está pasando.

Estas niñas, que se quejan de que están agotadas en el momento que se les dice que hagan una tarea,  sin embargo tienen energía ilimitada para eternizar una discusión.

Cuando los gritos no muestran visos de parar, solía optar por dividirlas y ponerlas a limpiar media habitación cada una por turnos. Sin embargo, resultó que, fuera quien fuera la primera en limpiar, aprovechaba la oportunidad para cambiar de sitio los juguetes hacia el lado de la mitad de la hermana. Así que, vuelta a empezar con los gritos.

En cualquier caso, aunque esa estrategia hubiera terminado con los gritos, no habría resuelto de verdad el problema subyacente.

En ciertas circunstancias, estas chicas —que normalmente son alegres compañeras de juegos— simplemente no pueden hablarse de manera educada y civilizada. No hay solidaridad ni paciencia ni intento de entendimiento o compromiso. Saltan directas de 0 a 100, de ninguna preocupación en absoluto a repentinos bramidos.

En esos momentos, lo que tenemos es un fracaso comunicativo.

Mi intención no es avergonzar públicamente a mis hijas. Después de todo, son jóvenes y están aprendiendo, y Dios sabe que he visto a adultos enrabietados sin control y comunicándose de maneras que me hacen querer arrancarme el pelo a jirones.

La comunicación es difícil a cualquier edad. Abundan los malentendidos, la ira nos lleva a decir cosas que no sentimos o de las que nos arrepentimos después, y no somos justos en la manera en que interpretamos a los demás y hablamos de ellos.

En vez de resolver los problemas hablando, decidimos utilizar una rabieta en versión adulta hablando del prójimo con muy poca caridad a quienquiera que nos escuche.

En un discurso dedicado a periodistas, el papa Francisco identificó lo que él denomina “pecados de la comunicación”.

En su alocución, el Papa habla en concreto sobre cómo informan los medios de comunicación, pero la lección es aplicable a todos nosotros.




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Aquí están los tres errores que cometemos al comunicarnos seguidos de consejos para corregirlos en nuestra vida diaria:

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1. Desinformar

No es una mentira descarada. Se trata de utilizar solamente una parte de un argumento y dejar cualquier información que no nos interese fuera.

La desinformación en realidad puede ser más dañina  que la mentira porque es mucho más fácil de justificar.

Sé que puedo hablar a los demás, con una conciencia clara, de forma tal que mis propias acciones parezcan razonables y perfectamente justificadas, pero en realidad es así solamente porque he descartado un montón de información.

Únicamente comunico la mitad de la historia. En definitiva, la desinformación distorsiona la verdad tanto como la mentira.

Por ejemplo, cuando yo era niño, acusaba a mi hermano de romper mi construcción de Lego y, por propia conveniencia, omitía que lo había roto porque yo le había dado un puñetazo en el estómago.

En vez de optar por la desinformación, hablemos con claridad y total honestidad. Seamos transparentes, justos y claros. 


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Quizás nos haga falta mucho más esfuerzo de humildad el admitir nuestra participación en un conflicto candente pero, a largo plazo, ir de frente y reconocer toda la verdad conducirá a una línea de comunicación mucho más saludable.

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2. Mentir

Mentir tiene mucho que ver con la descripción sensacionalista de las acciones del otro; con la exageración de sus palabras, de acciones y motivos y, peor aún, con la acusación falsa.

Surge la tentación de calumniar en ocasiones en las que tenemos que justificar nuestra respuesta para que esta parezca más comedida pero, cuidado, porque suele provocar heridas emocionales fuertes.

Además esta visión exagerada de los comportamientos del otro puede llevarnos a deshumanizarlo y convertirlo en enemigo.

En lugar de mentir, optemos por hablar con exactitud de los demás. Seamos sinceros y contemos  ¿qué dijo exactamente esa otra persona? En lugar de pensar primero mal, optemos por buscar qué la verdad a la hora de interpretar sus palabras y acciones.

Usemos, como dice Francisco, “palabras ponderadas y claras” cuando hablamos de otras personas, mantengamos abiertas las líneas de comunicación.


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3. Desacreditar

A veces hablamos de los defectos y los errores del otro.  Quizás diga la verdad sobre esa persona, pero esa comunicación en sí es innecesaria y dañina. Siempre que hago esto, me doy cuenta más tarde de que lo hice para sosegar mis propios sentimientos de culpa y hacerme sentir mejor, pero no es justo sacar a relucir los errores pasados de alguien para ganar un debate o salirme con la mía.

Tomemos por contra el hábito de hablar en positivo de los demás.

Como personalmente tengo habitualmente una actitud cínica y crítica con los demás, me impuse una norma: siempre que se menciona a una persona en una conversación mis primeras palabras han de destaca algo positivo sobre esa persona.

Con el tiempo, esta norma se ha convertido en un hábito y cada vez me resulta más fácil. Quizás el resultado más sorprendente para mí ha sido que, a medida que han cambiado mis hábitos comunicativos, también se ha vuelto más positiva la forma en que pienso sobre las personas.

Estas son las lecciones que enseño a mis hijas cuando trabajamos para formar hábitos positivos de comunicación, unas lecciones que son igual de útiles para mí como adulto a la hora de hablar con otros y mantener desacuerdos de forma cívica.

Su progreso y el mío son prueba de que una comunicación constructiva y positiva es del todo posible.

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