Se trata de Javier Bertucci, un pastor que ha sido elegido por la comunidad evangélica de Venezuela para representarlos en la justa. Es un empresario, y líder de la organización *El Evangelio Cambia*, conocida “debido a la gran cantidad de acciones humanitarias realizadas por esta institución en los últimos años”, reza la nota y quien aspira asumir el reto de sacar a Venezuela de la gran crisis social y económica que actualmente atraviesa.
No parece ser figura de significación en el contexto político electoral, por los momentos. Pero es la primera vez que la comunidad evangélica lanza un candidato presidencial propio. No son un partido sino un movimiento religioso (una Iglesia cristiana, como la llaman ellos) pero en distintas oportunidades de la historia democrática sus militantes han llegado a los puestos de elección popular presentados por distintas organizaciones políticas.
El anuncio ha generado reacciones favorables. Otras contrarias, no tanto por su condición de evangélico, sino porque en el país se debate agriamente sobre la inconveniencia de la proliferación de candidatos en un cuadro político adverso a procesos electorales transparentes y por la necesidad, en caso de acudir a las urnas, de hacerlo con un candidato designado por consenso sin siquiera pasar por primarias.
Pero el episodio sugiere un repaso a lo que ha sido el devenir religioso en Venezuela y cuánto explica el panorama que vemos en la actualidad.
En junio del 2012, el jesuita Jesús María Aguirre publicaba en la prestigiosa revista SIC –que por estos días cumple 80 anos circulando en Venezuela- , publicó un excelente informe sociológico sobre la religión en el país. Y se preguntaba: “¿Hay un proceso de descristianización en Venezuela?”.
Alertaba acerca de la imposibilidad de “trasladar mecánicamente las tesis secularistas del mundo europeo y anglosajón a América Latina, caracterizada por su diversidad cultural y sus asimetrías temporales”. “Necesitamos -razonaba- una observación mejor situada y próxima, no solamente para comprender los cambios socioreligiosos, sino los reacomodos de los dispositivos de legitimación de las instituciones religiosas y políticas”.
Advirtiendo que adolecemos de estudios y datos sobre los cambios sobrevenidos en este nuevo milenio y los giros insospechados de esta última década en nuestro país, no obstante, el propósito del informe era ofrecer una radiografía religiosa de Venezuela, en el marco del continente latinoamericano, a partir de los datos primarios y secundarios de los que se disponía para la fecha.
Hay una serie de revelaciones allí que vale la pena repasar. En Venezuela el registro de las religiones, tradicionalmente ha estado adscrito a la Dirección de Cultos del Ministerio de Justicia. De acuerdo a ello, en 1989 aparecían registradas mil 393 organizaciones religiosas repartidas en todo el territorio nacional; a ellas se sumaban unas 3 mil 350 peticiones en espera. “Ante la proliferación de nuevos movimientos religiosos, legalizados o ilegales y la expansión de Internet –explicaba-, podemos suponer que ha habido un incremento, a pesar de la expulsión de las Nuevas Tribus o el retiro de los mormones. Desde la colonización española la población llegó a ser mayoritariamente católica y este predominio se ha mantenido a lo largo de los dos siglos de vida republicana, aunque las variedades sincréticas han coexistido con la religión oficial”.
La expansión misional de los pentecostales o evangélicos en los sectores populares y en las zonas rurales, a partir de los años 60, explica en gran parte la menor presencia católica en la clase marginal, por debajo de la media nacional del 82,5 para el año 1994.
“Dejando de lado ahora- continúa el documento- toda la evolución religiosa y los continuados conflictos entre los gobiernos republicanos y la Iglesia católica desde el inicio de la emancipación y situándonos en el siglo XX, a partir del Concilio Vaticano II, podemos verificar que ha habido un cierto declive del catolicismo en relación con otras religiones, pero no podemos aún hablar de un acelerado proceso de secularización, aunque sí de laicización respecto a las instituciones eclesiásticas”.
En 1991, el 86% de los venezolanos se definía católico y en el 94 descendió al 82%. Los creyentes, en el mismo lapso, pasaron del 8% al 12%. En el 2011, existía en el país un 71% de católicos, un 17% entre evangélicos y otros cristianos, un 6% era agnóstico o indiferente, un 2% era ateo y tan sólo un 1% practicaba la santería.
Como carecemos de estudios recientes, completos y confiables, suponemos que estos datos pueden haber variado, sobre todo en lo referente a la santería y cultos similares, auspiciados y protegidos por el Estado durante los largos años de régimen chavista. No obstante, los últimos sondeos de opinión realizados por distintas firmas de investigación, al tiempo que arrojan una fuerte erosión institucional que arrastra a organismos de gobierno, partidos, fuerzas armadas y poderes del Estado, coinciden en el fortalecimiento de la sólida confianza en la Iglesia Católica. La aprobación, entre los sectores institucionales, la ubicaba en más del 73% en abril del 2004. De manera que, en medio del descrédito general de las instituciones, la Iglesia obtuvo una aprobación relativa que la colocaba por encima de las demás instancias, lo que ha incrementado a 88%, la media en la actualidad de todos los estudios conocidos.
En abril de 2011, se realizó otro estudio sobre Valoraciones Sociales de laDemocracia, focalizado en los sectores populares C-, D, y E. “Se estudió el nivel de confianza – continúa el informe- en las instituciones públicas y privadas, entendiendo por confianza institucional el grado en el cual los ciudadanos pueden fiarse de las instituciones, de quienes las dirigen para servir a los ciudadanos ética y eficazmente. Se constató que, en general, no era muy alto el nivel de confianza”.
La conclusión: “En el proceso de desenganche institucional intervienen múltiples factores, entre los cuales cabe resaltar algunos socioculturales, propios de la postmodernidad (relativización de las creencias, caída de los grandes relatos, nuevos estilos de religiosidad individualista o a la carta, relegamiento del calendario religioso…), a los que habría que añadir la disminución de la transmisión religiosa en las familias con la laicización de las uniones matrimoniales, la reducción del clero y de los religiosos católicos, la pérdida relativa de influencia de la educación católica en el conjunto social y, en fin, la competencia de otros múltiples movimientos religiosos y sectas con más agresividad o con menores niveles de exigencia y compromiso”.
“La política facciosa se ha convertido en el factor principal de disolución de la confianza de los sectores populares en las instituciones y en la erosión de las conductas éticas, por cuanto todos los valores tienden a reducirse a elementos tácticos instrumentalizables en la lucha por el poder”.
Habría que profundizar para conocer cómo han evolucionado e influido todos estos factores en el proceso de religiosidad popular desde aquellos datos, los últimos sistemáticos recogidos y conocidos.
No es difícil imaginar que el liderazgo de la Iglesia Católica, las denuncias y pronunciamientos del episcopado y el trabajo de acompañamiento a las comunidades durante estos últimos y turbulentos años, puedan explicar las cifras que revelan la robusta credibilidad que la institución posee hoy. Es la razón por la cual se producen ataques desde el poder y es razonable esperar un recrudecimiento en los intentos de linchamiento moral hacia figuras eclesiásticas de alto relieve, sacerdotes y/o religiosos. Intentos constantes a lo largo de estos años, hasta ahora, de frecuencia espasmódica y carácter quirúgico. Estar alerta es recomendable.-