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Si a un hombre le llega la muerte en el lecho del dolor y ha tenido tiempo antes para reflexionar, lo normal es que se plantee un breve examen de su vida. Breve pero profundo, que vaya a la raíz de las cosas, a lo esencial. En el fondo, ese examen es casi un instinto por lograr morir en paz.
Uno quiere irse a la otra vida con las maletas preparadas, como decía un político europeo. Sin embargo, puede ser que en el trepidar del trabajo y la gestión olvidase medir de vez en cuando cómo iba de propósitos. Las prisas nos hacen ir de acá para allá, pero la muerte es inexorable: un día u otro aparece en el horizonte.
Si hay tiempo para prepararse, es lógico que un hombre manifieste si en los últimos momentos desea estar solo o en compañía de alguna persona (o personas) que para él suponen algo especial: la esposa, los hijos, un amigo íntimo, el sacerdote…
Es muy frecuente que las personas se despidan. Porque es muy humano querer tener esa conversación que fija mensajes, que despeja dudas o que establece pautas para uno mismo y para los demás.
Si se ha casado, es lógico que su vida haya girado en torno al hecho que ha incidido de forma absoluta en su vida. ¿Y qué se preguntará sobre ello al morir?
Hay tantos aspectos importantes que, llegado el momento, uno puede pensar que no será capaz de examinarse sin olvidar cosas fundamentales.
Pero no. Resulta que las personas buscamos la opción más sencilla y que nos va a dar las respuestas clave.
Cuando está solo y se sabe en el último tramo de su camino, un hombre suele hacerse 3 preguntas que encierran todo lo más importante, lo que ha dado sentido a su vida. No son las acciones en bolsa, no son las inversiones del último mes, no es el reparto de bienes que ha decidido en la herencia, no es quién se quedará con el auto.
Son tres preguntas que resumen la identidad del hombre y la enfrentan a una realidad superior ante la que uno quiere poder dar respuestas. Para ello, primero se las tiene que dar uno a uno mismo.
¿Cuáles son esas tres preguntas con las que un hombre puede, como creían en el Antiguo Egipto, poner su corazón en la balanza y dar por concluido su examen? Aquí pueden leerse: