El 8 de noviembre de 2017 el Santo Padre Francisco autorizó a la Congregación para las Causas de los Santos al reconocimiento de la heroicidad de las virtudes, y por tanto a la declaración de Venerable, del P. Tomás Morales Pérez, sacerdote profeso de la Compañía de Jesús y Fundador de los Institutos seculares Cruzadas de Santa María y Cruzados de Santa María, y de la asociación de fieles laicos Hogares de Santa María.
Se trata de uno de los apóstoles más influyentes de la importancia del laicado en la historia reciente, que puso en marcha una obra que comprometía a la educación de todo el Pueblo de Dios, principalmente de los jóvenes.
Es verdaderamente arduo sintetizar en pocas líneas la vida del Venerable P. Tomás Morales. Venezolano de nacimiento (Macuto, 30.10.1908) y canario por parte de padres, ya desde su época universitaria (Madrid, 1924-1930) mostró un intenso compromiso con el momento histórico que le tocó vivir.
Además de participar en la Asociación de Estudiantes Católicos, ocupó la presidencia de dicha asociación en la Facultad de Derecho de Madrid, fue presidente de la Federación de Estudiantes Católicos de Madrid y vocal de la Junta Suprema de la Confederación de Estudiantes Católicos de España, así como representante de dicha confederación en la VIII Asamblea de la International Student Service en Krems (Alemania) y en el XI Congreso de la Confederación Internacional de Estudiantes en Budapest (Hungría).
En 1932 consiguió el título de doctor en Derecho en la universidad Alma Mater de Bolonia (Italia). Cuando una brillante carrera administrativa y universitaria se perfilaba en su horizonte, abandonó todo y, a los veinticuatro años, ingresó en la Compañía de Jesús en Chevetogne (Bélgica). Fue ordenado sacerdote el 13 de mayo de 1942 en Granada (España).
De su espiritualidad sacerdotal, que tuvo como centro una profunda vida eucarística, la intimidad e identificación con Cristo, el amor apasionado por la Virgen –lema de su consagración sacerdotal- una caridad heroica para con el prójimo, derivó una intensa actividad apostólica.
En 1946 regresó a Madrid, donde comenzó su apostolado de predicación de Ejercicios Espirituales ignacianos entre los trabajadores y empresarios. Con ellos funda el Hogar del Empleado, un movimiento apostólico de gran vitalidad que incrementó múltiples obras sociales y asistenciales.
El impacto sobre la sociedad fue significativo por las iniciativas en educación y viviendas. Se crearon centros de Enseñanzas Medias y se construyeron diversos barrios en Madrid, con sus correspondientes ambulatorios, parroquias y campos de deportes. Estas obras sociales eran tan sólo consecuencia de un objetivo que nunca se perdió de vista: la mayor gloria de Dios y la salvación del prójimo, especialmente de los jóvenes, los principales destinatarios de su misión apostólica. Dos objetivos que llenaron su vida y sus escritos.
Su vocación, distinguida por una radical capacidad de donación, fue, de hecho, la de trabajar para promover un pleno y responsable inserción de los laicos en la misión evangelizadora de la Iglesia. En este ámbito, el fruto más importante de su trabajo ha sido la fundación de dos institutos seculares, Cruzados de santa María y Cruzadas de Santa María, de la asociación pública de familias Hogares de Santa María, de la Milicia de Santa María, hoy constituida, en su rama femenina, en asociación internacional privada de fieles laicos (8 diciembre 2008).
Su experiencia y proyectos educativos aparecen claros en sus escritos: Forja de hombres (Madrid 41987), donde se pueden tomar los puntos concretos para la orientación y formación de apóstoles y movimientos laicos comprometidos; Laicos en marcha (Madrid 31984), donde ofrece una serie de principios para promover la acción apostólica de los laicos; Hora de los laicos (Madrid 1985), donde expone sus reflexiones sobre la fuerza del laicado y la grandeza de la vocación cristiana laical consagrada en el bautismo; Semblanzas de testigos de Cristo para los nuevos tiempos (Madrid 1993): perfiles de algunos santos, recogidos en doce volúmenes (uno para cada mes del año).
Dios le concedió un rico patrimonio de virtudes humanas, morales y espirituales: una fuerte voluntad, coraje y libertad de espíritu, laboriosidad, capacidad intelectual: gran sensibilidad, amor por cada ser humano y por la naturaleza.
Intrépido en las iniciativas, emprendía sus obras sostenido por las virtudes sobrenaturales; tenía un amor particular por la figura del Papa y por la Iglesia, la Virgen y la oración. Por este motivo fue muy apreciado por las órdenes contemplativas, especialmente por la orden carmelitana; también por el número notable de vocaciones que el Espíritu Santo suscitó a la vida religiosa, gracias a su obra.