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¿Cómo dar gracias – de corazón – por el año 2017 que ya terminó?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 04/01/18

Acaba el año y me lleno de nostalgia. El corazón mira a Dios agradecido

Me gusta mirar la actitud de los pastores en Belén: Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Muestran con sencillez su corazón agradecido. Han visto a Dios. Lo han tocado. La señal era verdad. Han creído en un niño envuelto en pañales. Esa señal bastaba para creer.

Me gustaría mirar siempre así la vida. Agradecer y adorar por todo lo que recibo. Alabar y arrodillarme sobrecogido ante Dios, cuando me siento indigno. Mirar como un niño la vida. Asombrado, conmovido. Sentir que todo lo que tengo es un don inmenso, un regalo inmerecido. No tengo derecho a nada.

Quisiera mirar así mi propia vida. Como María en Belén: María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Quiero mirar mi vida y dar gracias. Meditar todo lo que me sucede en mi corazón. Hay tantos regalos ocultos en el camino.

Muchas veces paso rápido por la vida. Paso con prisa por encima de todas las cosas que me suceden. Veo a tantas personas. Digo tantas cosas. Escucho tantas otras. Pero no me detengo en lo que me pasa. Salto de una experiencia profunda a otra.

Y de repente me detengo en lo que me falta. En lo que me gustaría poseer. En lo que no me ha ocurrido. Y dejo de agradecerle a Dios por lo que me ha dado. Necesito ser más niño, más como los pastores en Belén, más como María meditándolo todo en su corazón.

Por eso ahora, al acabar el año, me detengo a dar gracias. ¿Cuáles han sido los momentos sagrados que quiero agradecer de forma especial? Pienso en personas, en lugares, en encuentros. Pienso en lo cotidiano de la vida donde Dios me ha hablado de manera concreta.

Observo las decisiones que he tomado. Las acertadas y las equivocadas. Miro las novedades de este año que termina. Me atrevo a mirar también las cruces, los dolores, las pérdidas, las enfermedades, las ausencias, los fracasos, las derrotas. Me duele mucho. Pero miro esos dolores que me impiden agradecer.

A veces pienso, ¿cómo puedo agradecer por aquello que me ha dolido tanto? El corazón no puede. Se resiste. No perdono a Dios. No perdono a los que me han herido. Me cuesta.

Sé que no puedo agradecer si Dios no lo hace en mí. Si no llega con su fuego y me hace capaz de agradecer también por la cruz, por lo que no deseaba que ocurriera y ocurrió. Por lo que me toca vivir ahora, aunque no lo quiera. Para ser agradecido tengo que ser muy pobre. Porque el que es pobre de espíritu, no exige y sólo puede agradecer. Y siente que no tiene derecho a nada.

El otro día leía sobre S. Ignacio: Hay otra pobreza que uno abraza. Tiene algo de libertad en cuanto te permite no vivir encadenado. Mucho de búsqueda de lo esencial, en cuanto educa la mirada, la vida y el corazón. Es la pobreza de quien, agradecido, no exige. Tiene que ver con el seguimiento de Jesús, un Jesús que también fue pobre y se rodeó de gente sencilla.

Cuando soy pobre agradezco con más facilidad. Sigo a Jesús pobre y miro mi año con un corazón sencillo. Todo es gracia. Todo es don. No tengo derecho a nada. Mirar así me libera de mis cadenas, de mis exigencias, de mis críticas y condenas. Me hace más dócil y positivo ante la vida. Me hace más alegre y agradecido.

Sé que lo que más me sana por dentro es ser positivo y ver lo bueno de todo lo que me pasa. Cuando dejo de reclamar empiezo a agradecer. Cuando deja de molestarme que las cosas sean como son hoy, comienzo a dar gracias por ellas. 

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