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Columbus: La tenue fragilidad de una belleza fría

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Enrique Anrubia - publicado el 01/01/18
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Una película de autor que intenta decir algo bueno y bello en un mundo que, a día de hoy, es frío y solitario“Yo (pausa) quisiera decirte (pausa) que aquello que siento (pausa- mirada al infinito) vaga por el mundo (pausa) como tus manos (doble pausa) por mi piel (calada al cigarro y mirada)”.

Si uno hablase a la cajera del supermercado como se producen  algunos diálogos en las películas de autor, nadie iría a comprar allí. Desaparecería la furiosa rapidez de las cajas con la que se han meter los productos en las bolsas de plástico y el mundo no sería el que es.

Y, sin embargo y en el pesar del a pesar de todos los pesares, las películas de autor tienen algo que de autoría necesitamos. Columbus es parecido a lo que Fernando Inciarte, filósofo, dijo del arte, que no intenta imitar la vida sino que la condensa. Condensar es sacar la esencia y meterla en pequeños frascos. Columbus saca una escena que en cualquier vida real sería mucho más abierta y lineal y la visualiza en una hora y media de planos teatrales, diálogos medidos y secuencias de gran cine.

El frasco es suficientemente pequeño para no agotar a quien no esté acostumbrado al cine de autor, y es suficientemente denso para entusiasmar a quien le guste ese tipo de cine. Su estilo cinematográfico es muy cinematográfico: planos fijos donde los personajes se mueven. Pero no es teatral, es decir, no es el plano fijo de un escenario horizontal sino que juega con espejos, desenfoques, con profundidades.

Hay una escena que yo diría que es de muy y muy mucho gran cine: en sus formas, en sus frases, en las actuaciones y en el formato. Y la voy a contar, en su momento, porque no desvela sino que condensa la propia película.

Jin es hijo de un famoso académico coreano estudioso de la arquitectura modernista norteamericana. Su padre estaba en Columbus, Indiana, cuando le ha dado un ataque y ha quedado hospitalizado. Jin vuela hasta allí. Su relación nunca ha sido buena.

Allí conoce a June, una adolescente muy inteligente recién salida del instituto cuyo sueño es ser guía turística de los edificios modernistas que en Columbus se encuentran. Si Jin odia la arquitectura, June la adora, si Jin se ve obligado a estar en el hospital, June cuida amable y responsablemente de su madre (ex adicta y algo caótica).

¿Cómo dos personas tan distintas van a descubrir y a sacar a la luz lo mejor del otro?  Me parece que la película intenta contar eso mismo: a veces la vida te obliga a sacar lo que no quieres y a veces te obliga a disfrutar de lo que crees que no deberías.

En el caso de Jin, tiene que descubrir qué significa cuidar de su padre, en el caso de June tiene que aceptar que puede forjarse una vida universitaria brillante a costa de dejar Columbus y a su madre. El uno es, respecto del otro, la pregunta que no se atreve o no sabe formularse.

La estructura modernista americana está hecha de líneas rectas y limpias, cristales y metal. Materiales de uso industrial que sirven ahora para construir casas y otros edificios que no son factorías. June le enseña a Jin un edificio: un banco. Están frente a un cristal enorme. Una pared de cristal.

Jin le pide a June que le diga de verdad qué le entusiasma de ese edificio, no quiere los datos que dan las guías turísticas, y en el momento en que June va a decirlo, la cámara se pone tras el cristal y sólo vemos a June hablar y gesticular sin oír lo que dice. Sólo su rostro entusiasmado. Eso es lenguaje cinematográfico en estado puro.  Mucho en poco, y en ese poco, inteligencia.

Pero Columbus tiene algo de frialdad. Tiene la belleza fría de esa misma arquitectura, que pretende diseñar la vida antes de haber sido vivida. Los personajes y la situación recuerdan, como eco y sin comparaciones, a aquella Lost in Translation de Sofia Coppola. Tienen algo de desarraigo oscuro y parece que la película quiere dar una belleza formal a lo que es un mundo algo artificioso. Se respira soledad y rareza.

Además, quienes conocen Indiana, saben que ese mundo no es tan bello, que han cogido el plano hermoso al lado de una realidad fea, que han querido hacer un cuadro y presentarlo como real, pero que tras la armoniosa idealizada vida de un edificio emblemático hay un barrio obrero o una fábrica.

Es verdad que June encuentra el valor de que el cuidado responsable sobre el otro no lo es todo y que él encuentra el valor de que a veces lo único importante en ese momento es cuidar. Hay un mensaje moral que se transmite, y no todo es vacío. Pero ¿por qué son seres tan solitarios y vagabundos?, ¿y de dónde sacar una moralidad tan pequeña y escurridiza?, ¿qué hay detrás?, ¿qué hay después?

Columbus ha sido descrita como una pequeña obra de arte y un buen debut de Kogonada. Y lo es. Queremos más películas así. No es una obra maestra, pero apunta maneras. Se nota que la película habla de experiencias de su director, y se nota también que contrae los peligros de hacer una segunda película o comercialmente mala o aburridamente de autor. Ya se verá.

Pero, Columbus sería cuatro estrellas sobre cinco para quien le guste el cine de autor. Sería tres estrellas sobre cinco para quien no. Y ambas cosas permiten decir que es una película que merece la pena ver.

Hay un delicado y nada pomposo intento de decir algo bueno y bello en un mundo que, a día de hoy, es frío y solitario. No creo que la película redima, pero tampoco lo quiere. Saca una mota de polvo cósmico en un mundo inhóspito y parece conformarse. Y no lo hace mal. A día de hoy eso es mucho (aunque no suficiente) y merece un brindis y una entrada de cine.

Ficha Técnica

Título original: Columbus

Año: 2017

Duración: 104 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Kogonada

Guion: Kogonada

Música: Hammock

Fotografía: Elisha Christian

Reparto: John Cho, Haley Lu Richardson, Parker Posey, Michelle Forbes, Rory Culkin, Jim Dougherty, William Willet, Wynn Reichert.

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