Hay dos preguntas básicas que nos podemos hacer en la vida: Por qué y para qué. En la primera seremos víctimas y causaremos lástima. En la otra encontraremos respuestas y nos haremos responsables y, sobre todo, encontraremos sentido a las circunstancias que nos hayan tocado vivir llevándonos a experimentar la plenitud el amor.
Todos conocemos a alguien que sin importar la edad sigue aferrada a su papel de víctima, pobreteándose por la desafortunada vida que le tocó vivir y no se da cuenta -o no desea aceptar- que, si hoy por hoy sigue viviendo así, ya no es por “culpa” de su pasado ni de las circunstancias, sino de su elección.
Debo reconocer que personalmente me conflictúan mucho ese tipo de personalidades con actitud de mártir. Será que en la peor crisis emocional que tuve en mi vida, cuando más dañada tenía mi afectividad verdaderamente me sentía víctima del mundo, que nadie me quería y que todos abusaban de mí.
No lo sé, lo único que si tengo claro es que no sirve de nada eso de ir por la vida flagelándote, pobreteándote, diciendo que todo lo haces por bondad, pero que nadie te comprende. (Frases así simplemente me siguen poniendo los pelos de punta.)
A mí eso de que la gente provoque lástima y no compasión, no, no y no… Esa palabrita de ¡ay, pobre! O ¡pobrecita! Bueno, me dan “ñañaras”, escalofríos. Lo siento, pero la lástima no viene del amor. Si tanto me molesta eso es porque seguro hay algo por ahí en lo que yo debo seguir trabajando.
Lo peor es que estas personitas sí están convencidas de ser las víctimas del mundo, como si nadie más hubiera pasado por lo que ellas y así van por la vida, dándole constantemente vueltas a sus pensamientos de pesar, pobreteándose por su amarga historia de dolor.
La persona que se siente víctima tiene una enorme capacidad de pelearse con todo el mundo, sobre todo, con aquellos que no caen en su juego de sentir lástima por ella y la enfrentan.
Generalmente es muy agresiva e iracunda, pero no porque sea mala, sino porque no ha podido -o querido- salir de ese papel superando su propia historia. Quien se siente víctima es la típica persona que piensan “pobrecita de mí”, si yo todo lo hago “por amor y por ayudar”, pero siempre quedo mal.
Generalmente vive apesadumbrada y enojada porque no le va bien en casi nada, mantienen una relación hosca con sus familiares, especialmente con sus hijos; fracasan en muchas de sus amistades, en sus relaciones amorosas y laborales sin darse cuenta que ella misma está boicoteando su éxito por su propia inestabilidad emocional y por querer seguir aferrada al pasado emocional que tanto daño le hizo y del que se sigue sintiendo víctima.