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Dice el refrán que favor con favor se paga. ¿Es verdad?

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Novak Elcic - Shutterstock

Luz Ivonne Ream - publicado el 18/12/17

¿Será que de verdad debemos devolver todos los favores que recibimos? 

¿Por qué será que cuando alguien tiene una atención con nosotros, nos hace un regalo, se ofrece a hacernos un favor -o nos lo hace sin nosotros pedírselo- o nos extiende una invitación se nos genera de forma automática la sensación de tener una deuda moral con esa persona?

Esa sensación interior se debe a una regla -la de reciprocidad- y la cual cuando la practicamos desde el amor y la gratuidad puede ir generando vínculos sólidos en nuestras relaciones humanas.

Devolver el favor

Es muy importante ser conscientes de que cuando se nos presente la oportunidad de devolver el favor -algunas veces podremos buscarla- , no lo hagamos por ego, ni por soberbia, ni por querer “quedar bien” con la otra persona, ni por el “qué dirán”, ni por querer liberarnos de la famosa “deuda moral” … Devuelve el favor por un amor, es decir, movido por el espíritu que nos invita a extender nuestra mano para hacer el bien. Sirve al otro como un acto de sincera gratitud.

Hacer un favor

Se supone que cuando hacemos algo por alguien más, como darle un regalo o a invitarle, lo hacemos con el pensamiento y la firme convicción de no esperar recibir nada a cambio. Ese es el verdadero amor: el que da sin esperar nada.

Es decir, damos porque se nos pega la gana hacerlo, porque eso que estamos dando es de lo que está lleno nuestro corazón: de bondad, alegría, gozo y felicidad y deseamos compartirlo con la otra persona.

Favor no siempre se paga con favor

El amor no desilusiona, lo que desilusiona son las expectativas. Favor no siempre se paga con favor, y no pasa nada.

Por lo mismo, repito: hay que dar con la firme consciencia de no esperar recibir. Es verdad, a lo largo de la vida se nos puede presentar la oportunidad de pedir auxilio o algún tipo de favor a ese que en su momento invitamos, ayudamos, servimos, etc. y nos encontramos con que esa persona no puede -o no quiere- hacerlo.

En este tipo de situaciones si dejamos que nuestro cerebro reptiliano se apodere de nosotros mal vamos  porque, de inmediato, haremos conjeturas y nos podemos llenar de amargura, rencor y no vale la pena el desgaste.

Mejor cambiemos de actitud y pensemos en positivo. No conocemos las circunstancias reales de esa persona y seguramente si en este momento no puede ayudarnos no es porque nos ame menos, sino porque de verdad no tiene la capacidad de hacerlo.

Siempre hay que apostar por pensar bien y recordar que el amar y el servir también son capacidades que hay que nutrir y cultivar a diario. No todas las personas han caído en cuenta de eso, por lo tanto, no las tienen tan desarrolladas.

Es cierto, cuando una persona de verdad desea ayudarnos moverá cielo, mar y tierra para hacerlo. Quizá no lo haga exactamente como se lo hemos solicitado, pero si de una forma que nos hará sentir importantes. Muchas veces bastará una sola palabra de alivio hacia nosotros para recibir ese auxilio.

¿Y cuándo no podemos pagar el favor?

Muchas veces se nos harán invitaciones o regalos que no podremos devolver. Si son obsequios que no comprometen nuestra dignidad, recibámosles con amor.

Hay que trabajar en esto, en sabernos -desde la humildad- merecedores de recibir, de sentirnos amados de manera incondicional.

Cuando nosotros les permitimos a los demás que nos “regalen” su amor por medio de su servicio, de sus invitaciones y demás ayudamos que a ellos lleguen lluvias de bendiciones del cielo.

Por lo tanto, hagamos a nuestro ego morir para crecer en humildad. Permitamos recibir de los demás sin sentir vergüenza alguna, sin sentirnos no merecedores o que debamos pagar el favor. Pareciera lo contrario, pero para recibir también se requiere de mucha humildad.

Hay que mantener la regla de reciprocidad lo más sana posible. Es decir, no involucrar intereses personales egoístas que pretendan usar al otro para sacarle favores -conveniencia-.

Procuremos que al dar vayamos con la conciencia de que lo estamos haciendo es por un acto de profundo amor y con la convicción de que quizá el otro no tendrá la oportunidad de regresarnos el favor.

Así es, quizá la persona no, pero como la vida no se queda con nada, todos los favores que nosotros hacemos de alguna manera se nos regresan en bendiciones de Dios. Claro, siempre y cuando estos vayan con rectitud de intención.

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