Abandonen la esperanza de un final amable: La maldad intrínseca del Trono de Hierro muestra que sólo lo retorcido tiene el poder
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Una de las ideas que nos hizo recordar Tolkien con su relato es que el poder, incluido el malévolo, sólo puede ser destruido allí donde fue forjado e inaugurado por primera vez. El viaje de Frodo y la Compañía no es simplemente el deseo de conquistar al enemigo perverso (hecho que además no se narra en El Señor de los anillos: la conquista de Mordor) sino la obligatoriedad indirecta que el enemigo impone para poder ser destruido: en el origen.
Las películas de terror, cuyos personajes tienen poderes que escapan a lo humano simple, reinterpretan esta misma idea haciendo buscar a los pavorosos hombres desprotegidos en un arcano secreto que es tanto la fuente como la debilidad del monstruo.
La idea se concretaría así: todo origen, del tipo que sea, es fuente de poder. Más: El poder siempre brota de una fuente que es su origen. Cientos de películas hablan de un origen, que por origen y por primero muchas veces se ha olvidado en el tiempo, del que emana una energía o una fuerza capaz de destruir o crear lo que existe en la actualidad.
Sin duda, lo más originario en todo ser humano, y, por lo mismo, su fuente de poder, es la familia. El origen es siempre sexual y germinal, y por eso, en todas las culturas lo familiar es la primera sede de la autoridad o del poder. Como poder propiamente hablando, la capacidad de crear le viene dada, pero también su debilidad y la necesidad de su cuidado, porque en el mismo origen el que se cree su poder se crea también su debilidad.
El mismo y único fuego que vio nacer y forjó el anillo único es aquel que es capaz de destruirlo. No cuidar lo originario es perder poder, y, por eso, Sauron, cegado por su propio poder, descuida la fuente del origen del mismo permitiendo que dos pequeños hobbits se escabullan en la germen de sus llamas y lava. Sauron quedó ciego de su propio poder no entendiendo lo que de original tenía.
Ese cuidado de lo germinal se ve en que todas las culturas guardan y cobijan para sí la genitalidad, sabiendo que el poder de lo familiar es tan poderoso como frágil y que tan descuidado puede ser quien malversa y deforma su poder como quien lo descuida y desprotege.
Si atendemos a Juego de Tronos, la jugada parece seguir el mismo curso, pero con una variación importante. El Trono de hierro es el lugar del que emana un poder que avasalla los siete reinos, y aún con aparente dificultad, parece ser el deseo codiciado de muchos. La forja de su metal es similar a aquella fragua del Monte del Destino de Tolkien, y su robustez se asemeja aquella indestructibilidad del anillo.
Pero Juego de Tronos, difiere en que el poder sólo puede nacer del mismo retorcimiento deformado del origen, incluso para quien lo sustenta. Aquel poder originario sólo es tal por su propia deformación, y si no es un poder amorfo y desfigurado, no es considerado propiamente poderoso.
En nuestra tradición existe un relato en el que familia, poder y origen se dan la mano en el justo reverso en que Juego de Tronos se posiciona. Se trata de la tragedia griega de Edipo Rey, donde Edipo descubre que ha matado a su padre, rey de Tebas, convirtiendo a su madre en su mujer y a sus hermanas en sus hijas. El incesto mismo es la deformación del poder y de la fuente del origen, y esa misma maldición es la que ha caído sobre Tebas. Edipo, al descubrir su falta, se exilia no sin antes arrancarse los ojos y dejándose ciego a un mundo que ni quiere volver a pisar ni quiere volver a ver.
Edipo Rey es la certificación que la deformación del origen no origina un poder sino una aberración del mismo. Sin embargo, Juego de Tronos es precisamente lo contrario. El incesto y la locura, el vicio y la ambición, son el inicio y la continuidad de los únicos que pueden sentarse en el Trono de hierro. De hecho, así se inicia toda la serie.
Parece como si el trono mismo requiriera de una deformación para poder emanar poder. Algo así como que sólo un demente o un malvado pueden hacer efectivo el poder en sí mismo. Al contrario que Edipo, ser incestuoso ya no es la destrucción de un reino, sino la creación y perpetuación del mismo. Por lo mismo, la continuidad del mal es perentoria a quien se sienta en ese trono.
Si la destrucción del poder sólo puede darse en el origen, ahora el origen mismo (el trono) es destrucción. No hay personaje que no haya estado sentado en él que no haya deformado la realidad. Más aún: no existen en la serie personajes cuya bondad sea capaz de redimir tamaña deformación.
El espectador ancla sus esperanzas redentoras en Jon Snow o en Sam, pero resulta difícilmente creíble que George R.R. Martin vaya a ofrecer un final donde lo originario se revierta y se vuelva creador y positivo. No estamos ante el relato de una épica, esto es, el relato del western y del bueno contra el malo, y ni tan siquiera en una tragedia donde al menos se haga caer en la cuenta del error y la desgracia, sino en el reverso tenebroso de la tragedia misma.
El padre es marido y hermano del hijo, que es tanto como decir que se han roto todas las reglas y que el poder mismo emana de esas reglas rotas y retorcidas. Si se decía que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente, lo que se sugiere en la serie es que no hay ningún poder en absoluto que no sea corrupto. No hay una luz jedi frente al lado de la oscuro de la fuerza, porque el poder mismo no es nunca luminoso.
No sabremos quién acabará sentado en ese trono. El espectador, envalentonado posiblemente por los efectos de superproducción, cree estar enfrente de un relato épico porque espera con ansia las batallas finales, primero contra los “White Walkers” y su rey, pero luego entre los siete reinos para determinar quién acabará sentándose en ese trono.
El espectador quiere poder respirar al final y exhalar un “nos hemos salvado”. Pero es probable que todo ese final de superproducción nos esté despistando y confundiendo, haciéndonos creer que dicho final será algo parecido a la batalla final de El Señor de los anillos. Y, seguramente, así será en lo que respecta a los medios técnicos.
Tampoco es desventurado afirmar que Khaleesi será quien allí se siente, pero lo que cabe resaltar aquí, y frente a la épica del bueno contra el malo, es que si acaba sentada allí (ella u otro), y por el reverso que es de Edipo, será más parecida a su padre (The Mad King) que a un arrepentido y desgraciado Edipo.
Espérense pérdidas, no tanto por bajas en la batalla, cuanto por pérdidas de razón y sentido. Ese trono de hierro ha revertido los ideales del poder (incluso del malévolo), y antes que decir que el poder corrompe se ha sugerido que sólo quien es corrupto y deforme puede ejercer ese poder y gobernar un reino. Habrá que esperar, pero no creo que ande muy lejos la idea.