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Tenemos que hablar de George Clooney

SUBURBICON

Paramount Pictures

Suburbicon

Hilario J. Rodríguez - publicado el 11/12/17

Suburbicon, su último trabajo como director, es una crítica a Estados Unidos que no acaba de tener gancho

¿Qué relación hay entre un cartero sonriente que cambia de expresión al darse cuenta de que una negra no es la sirvienta de una casa sino su propietaria, y un hombre que mata a otro en mitad de la calle sin que nadie se dé cuenta, mientras muy cerca todos los vecinos del barrio protestan ante la casa de unos recién llegados?

La respuesta se puede encontrar en Suburbicon, la última película dirigida por George Clooney y la primera en la que él ni siquiera hace un cameo. En un caso tenemos un comentario social y en otro, una imagen trágica convertida en cartoon. Con lo del comentario social no es necesario lidiar mucho porque es marca de la casa Clooney, y con lo del asesinato chocante sólo es preciso aclarar que una parte del guión proviene de un proyecto que los hermanos Coen nunca llevaron a cabo.

Despejada la duda inicial, el estilo formal de las imágenes es uniforme pese a los cambios tonales entre dos historias. En casa de los Lodge, dos intrusos irrumpen en mitad de la noche, los atan y luego los duermen con cloroformo; y en torno a la casa de los Mayer se reúnen los vecinos para protestar por la llegada de una familia de color a un barrio blanco.

Obviamente, la violencia inicial va en aumento. A los Lodge se les muere la esposa (Julianne Moore), a quien rápidamente sustituye su hermana gemela (interpretada por la misma actriz); y los Mayer tienen que aguantar abusos en el supermercado (donde a la esposa le cobran 20 dólares por un cartón de leche) y ver cómo la multitud que los insulta quema poco después su coche. Pese a que sus jardines traseros se comunican, los Lodge y los Mayer apenas se relacionan, si exceptuamos a los hijos únicos de ambas familias, que juegan juntos al béisbol.

Tratándose de una película de George Clooney, no resulta extraño que la realidad esté contaminada por cierto aire caricaturesco. Al fin y al cabo, él fue una estrella televisiva antes de convertirse en un actor y en un director respetado, además de ser ahora mismo una celebridad con superpoderes y, por consiguiente, con una responsabilidad a la que le da buen rendimiento aunque a veces, como en este caso, dé la sensación de que ya no dirige para contar historias sino para decir cosas.

Clooney confunde a James M. Cain (El cartero siempre llama dos veces) con los periódicos, del mismo que confunde la puesta en escena con el diseño de producción. Por eso sus películas se hacen tan agradables a la vista e incluso al ojo, aunque en esa operación de cosmética la mirada (el cerebrito, vaya) no haya registrado ningún seísmo digno de consideración.

Suburbicon no ha conquistado al público estadounidense porque al público estadounidense le gusta ir al cine para que le cuenten historias que no entiende pero con las que la adrenalina se atenúa. De Clooney le interesa ante todo el guaperas, el tipo simpático que vende rifas para alguna buena causa y que aparece en las películas al lado de chicas increíbles a las que, por supuesto, conquista. Le interesan menos sus discursitos, que nos vienen mejor a los europeos, que somos más dados al masoquismo cinéfilo.

Por desgracia, a estas alturas de la película Clooney ya llega a nuestras pantallas con cierto cansancio, como si no diese mucho más de sí, pidiendo que le perdonemos la vida y que le dejemos gozar de sus 15 minutos de fama unos cuantos años más sin exigirle mucho a cambio, con interpretación correctas y para de contar.

Es tan fácil estar de acuerdo con él casi siempre, atacando a Estados Unidos a la vez que ensalza a sus héroes (porque en un país así a la fuerza tienen que destacar quienes se oponen). Lo que nos cuenta en su última película detrás de las cámaras es que su realidad es una pantalla doble (por una parte está el espectáculo, la trama, el marido que ha pedido dinero prestado a la mafia y ahora conspira contra su propia familia; y por otro están quienes mueven la tramoya, luchando contra viento y marea, contra el racismo y los prejuicios de clase, para que al final nunca falten los aplausos por los esfuerzos que hay que hacer para ser estadounidense y no morir en el intento).

Hay una imagen que oculta a la otra, formando una cortina de humo que nos impide ver detrás. Y Clooney quiere que veamos detrás, por lo menos unos segundos, para seguir luego con lo que vemos delante (la aparición de un inspector de una aseguradora, los golpes que le propinan a Matt Damon los matones que él mismo contrató, los cimientos de su vida doméstica viniéndose abajo a medida que su hijo descubre sus imposturas, su cuñada le sale rana y no le queda más remedio que huir por patas).

De la misma manera que todo esto se puede hacer mucho peor, también se puede no hacer y a nadie le parecería mal. Lo que no encaja es que Clooney se sienta obligado con los europeos, que no le han pedido nada y que tienen a sus conciencias, sin ir más lejos a los hermanos Dardenne, que hasta en sus momentos más bajos son decididamente menos charlatanes, menos obvios, utilizan menos música (y siempre con mucha más pertinencia, con un sentido dramático y no dialéctico), no necesitan a grandes actores para vender sus productos y consiguen tocarte la fibra casi sin que te des cuenta, como debe de ser.

Ficha Técnica

Título original: Suburbicon (2017).
País: Estados Unidos.
Director: George Clooney.
Guión: Ethan Coen, Joel Coen, George Clooney y Grant Heslov.
Reparto: Matt Damon, Julianne Moore, Óscar Isaac, Glenn Fleshler, Michael D. Cohen,Noah Jupe, Steve Monroe, Gary Basaraba, George Todd McLachlan,Carter Hastings, Dash Williams, Alex Hassell, Lauren Burns, Tony Espinosa.

Tags:
cine
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