La adolescencia supone un punto de inflexión en la relación padres e hijos. La relación cambia tanto en la frecuencia de las interacciones como en su contenido. El adolescente por lo general está menos dispuesto a contar cosas a sus padres, a revelarles información sobre su vida.
Por eso, los padres se ven obligados a solicitarles información. Quieren saber qué hace su hijo, mantener el control sobre su vida.
Esto les lleva en ocasiones a imponer reglas y límites a la libertad de su adolescente que, por su parte, tiene la necesidad vital de buscar su autonomía e independencia (Keijsers & Poulin, 2013).
Ante esta situación, que en muchas ocasiones se vuelve conflictiva, es esencial tener claro que, pese a todo, la familia sigue siendo la clave para el sano desarrollo del hijo y para ello debe apostar por la comunicación, el instrumento que influye tanto en su evolución física, psíquica y emocional.
El gran desafío
Lo es que en la adolescencia, la comunicación parento-filial se convierte en el gran desafío para ambas partes.
Como hemos dicho la relación cambia. Se encuentran menos ocasiones para tratarse, – ahora pasan más tiempo con los amigos- y, para colmo, cuando padres e hijos se tratan hay más dificultades para comunicarse. Algo se ha roto, hay menos vínculo emocional.
No obstante, los problemas en la comunicación no están predeterminados, de manera que la relación familiar cambiará pero no tiene por qué empeorar. Todo esto dependerá en gran medida de cómo haya sido la relación durante la infancia, de cómo sean los lazos afectivos.
Una comunicación positiva, que tiene en cuenta también el cambio que se está produciendo en la relación, facilitará mucho el trato entre padres e hijos. Sin embargo es habitual que la comunicación problemática esté asociada a problemas por los que esté pasando el adolescente a nivel escolar, psicoemocional y/o social.
No confían
Algo muy común es que los adultos hagan promesas a sus hijos y luego no las cumplan. Esto, además de ser un mal ejemplo, aleja y quebranta el vínculo ya que los hijos sienten que no pueden creer aquello que sus padres dicen que harán.
Otra cosa que suele ocurrir es que los adolescentes en su proceso de crecimiento comienzan a sentirse más autónomos y responsables de sí mismos, con lo cual pueden irse al otro extremo y considerarse autosuficiente, con lo cual ya no sienten la necesidad de contar todo a sus padres, pedir ciertos permisos o autorizaciones así como tomar decisiones por ellos mismos sin consultar.
¿Cómo solucionarlo?
La clave para mejorar la confianza entre padres e hijos está en hablar con los hijos hablar de forma que no se sientan atacados, para ello emplea frases que comiencen de manera positiva y estimulando una conversacion haciéndoles preguntas y no solo impartiendo sentencias.
Como padres es necesario que aprendamos a escuchar de forma abierta, también dejando lugar a que los hijos vivan la experiencia y se equivoquen para que aprendan por sí mismos.
Tú estarás ahí para sostenerlo siempre y cuando las consecuencias de tal equivocación no sean peligrosas. Los hijos también necesitan oportunidades para sentir que se confía en ellos, que les creemos y respetamos, al final la confianza tiene efecto boomerang.
Así es que los adultos somos los primeros que debemos fomentarla porque sin ella las relaciones con los demás difícilmente serán sólidas.