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La terrible realidad que mostraba “El espejo” de Sylvia Plath

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Anna O'Neil - Dolors Massot - publicado el 06/12/17

Este poema refleja cómo era la escritora norteamericana que se suicidó con 31 años y dejó huella en la literatura contemporánea

La joven escritora española Jenn Díaz publicó recientemente el artículo “El club de las poetas suicidas: Sylvia Plath” en la revista cultural Jotdown. El 11 de febrero del próximo año se cumplirán 55 de la muerte de la autora norteamericana. Decidió poner fin a su corta vida (31 años) abriendo la llave del gas y ese último gesto queda como una prueba más de la mala salud psíquica que aquejaba a la escritora. No sabemos a ciencia cierta si sufría trastorno bipolar, pero los sucesos muestran que el dolor estuvo siempre muy presente en su día a día, entre 1932 y 1963.

Una madre sin lágrimas

Fue una mujer inteligentísima, clarividente, que ya a los 8 años supo escribir un poema de calidad. Era hija de un entomólogo que trabajaba en la Universidad y que murió muy joven. La madre de Sylvia, una mujer que había dejado su trabajo para atender a la familia, se encontró de repente viuda y con dificultades, pero no estaba dispuesta a mostrar sus sentimientos: no lloró jamás la pérdida del marido. Esta dureza causó gran impacto negativo en Sylvia, que siempre se vio empujada a mantener la contención, el dominio de sí y la voluntad de hacer lo que el entorno esperaba de ella. Su ser interior se resquebrajó.

La autora se rebeló siempre ante este hecho. Buscó la libertad personal fuera del encorsetamiento de la sociedad y del modelo machista y una de las características de su trabajo, particularmente la poesía, es el tono confesional, con el que no tiene reparo en mostrar sus sentimientos, su debilidad psíquica y su visión de la sexualidad.

Se casó con el escritor Ted Hugues, que era muy atractivo y mujeriego. Se admiraban intelectualmente pero Sylvia Plath sufrió lo indecible viendo cómo su marido flirteaba: en la Universidad de Cambridge con una alumna cuando eran aún recién casados, más adelante con la poetisa Assia Wevill con quien tuvo una aventura… Eso la condujo al divorcio. Pese a ello, Hugues siguió admirando el talento literario de ella y tras su muerte se hizo cargo de la publicación de las obras así como de la gestión de los derechos. No sin cierta controversia, puesto que él hizo quemar la parte de las memorias en las que Sylvia Plath hablaba de su relación y matrimonio con Hugues (y en el que es muy posible que éste no quedara en buen lugar). Ella ganó el Premio Pulitzer de Poesía a título póstumo.

Tuvieron dos hijos, Nicholas y Frieda. Sylvia además sufrió un aborto. Tras el divorcio, se sometió al psicoanálisis y su obra fue estudiada desde esa perspectiva durante años. Sin embargo, últimamente se la investiga desde la crítica feminista. A partir de la “habitación propia” por la que clamaba Virginia Wolf, los poemas de Sylvia Plath son reivindicación de una mayor apertura para la mujer.

El poema transparente

El poema “El espejo” puede entenderse mejor al conocer la vida de la autora. Esa voluntad radical de transparencia, de mostrar la realidad de las cosas aunque no sean como queremos, ese manifestar el paso del tiempo y las imperfecciones, esa atención específica a la mujer… son temas recurrentes de Sylvia Plath.

A continuación puede leerse el poema, en traducción de Jesús Pardo, y el comentario:

El espejo

Soy de plata y exacto. Sin prejuicios.
Y cuanto veo trago sin tardanza
tal y como es, intacto de amor u odio.
No soy cruel, solamente veraz:
ojo cuadrangular de un diosecillo.
En la pared opuesta paso el tiempo
meditando: rosa, moteada. Tanto ha que la miro
que es parte de mi corazón. Pero se mueve.
Rostros y oscuridad nos separan

sin cesar. Ahora soy un lago. Ciérnese
sobre mí una mujer, busca mi alcance.
Vuélvese a esos falaces, las luciérnagas
de la luna. Su espalda veo, fielmente
la reflejo. Ella me paga con lágrimas
y ademanes. Le importa. Ella va y viene.
Su rostro con la noche sustituye
las mañanas. Me ahogó niña y vieja.

— Sylvia Plath

No puedo leer más de dos o tres poemas seguidos de Sylvia Plath antes de tener que dejar el libro y salir a que me dé el sol y romper el hechizo, y vaya si este poema no es una excepción. Pero tampoco puedo dejar de volver a él y releerlo.

Ofrece una disposición inusual. No es una conversación ni las observaciones de la poeta sobre el mundo. En vez de eso, es el espejo mismo el que habla, y es un personaje bastante perturbador. Eso sí, le resultaría no poco ofensivo si alguien sugiriera que es maligno. No, no, es un pequeño dios que no es “cruel, sólo veraz”. Como nos afirma, un espejo no deforma la realidad. La refleja, “tal y como es, sin la turbiedad del amor o de la antipatía”. El amor y la antipatía, el agrado y el desprecio, nos dice el espejo, son insinceros y presentan una imagen distorsionada de la realidad.

El espejo no usa un lenguaje florido. Utiliza muchas sentencias breves y fácticas para describir lo que ve. ¿El espejo en sí? “De plata y exacto”. ¿La pared de enfrente? “Es rosada, con manchas”. ¿La mujer? “Soy importante para ella. Viene y va”.

Sin embargo, la mujer es muy diferente. Acude al espejo todos los días para descubrir “lo que ella es en realidad”, pero nunca parece aceptar aquello que ve. Quizás el problema sea la iluminación. La piel de todo el mundo luce mejor bajo la luz de las velas; tiene la capacidad de minimizar los defectos. O con la luz de la luna: no se ven las imperfecciones a la luz de la luna, ¿verdad? Pero para el espejo, las velas y la luna son mentirosas, ocultan las características que no le gustan de su rostro. El espejo es superior, con creces. Solamente él, imparcial y desapasionado, es capaz de mostrarle la verdad.

Es difícil rebatir eso. ¿Podrías culpar al espejo por mostrarte la verdad, aunque no te gustara? Pero quizás el espejo no es tan imparcial ni desapasionado como asegura. De hecho, mete la pata alguna que otra vez y nos muestra su verdadera naturaleza.

Porque, ¿qué pasa con “Me recompensa con lágrimas y gesticula con las manos”? Si el espejo estuviera interesado exclusivamente en la verdad, le interesaría tan poco la presencia de lágrimas como las manchas en la pared. Pero parece casi mostrar júbilo con las lágrimas. Eso es un poco inquietante. Aunque no es la peor parte. A pesar de su tono engreído y superior, comete un error gigantesco que delata su auténtico carácter.

“Ahora soy un lago”.  Bueno, Espejo, espera un momento. ¿Ahora usas metáforas? Y para una imagen que parece más o menos inocua, lo cierto es que tiene implicaciones bastante horrendas.

Para empezar, la comparación es mala. El espejo ya se ha descrito como exacto, con cuatro esquinas y pequeño. Sin profundidad ninguna; simplemente muestra el mundo exterior desde su superficie. Mientras que un lago es extenso, poderoso y repleto de vida desconocida. Y eso sin obviar el hecho de que las personas no pueden respirar agua.

Si el espejo es un lago, entonces te matará. Tu cuerpo necesita oxígeno y no podrá obtenerlo bajo el agua. La mujer, mucho tiempo atrás, se ahogó en ese lago siendo niña. Ahora se está transformando, de alguna manera, poco a poco, en una criatura que depende del lago para sobrevivir. Por supuesto, no es eso lo que sucedió literalmente. El espejo está siendo hipócritamente inexacto en su discurso. Pero es innegable que ha tenido lugar un cambio en la mujer, para quien el espejo es tan importante. Ya no es una sola persona, está dividida: su propio rostro “se eleva hacia ella día tras día, como un pez terrible”.

Ya se convierta en alguien totalmente dependiente del espejo o reclame su auténtico ser y entienda “lo que ella es en realidad”, únicamente podemos suponerlo, pero al menos sí sabemos que el espejo no es tan inocente como querría hacernos creer.

Dos veces al mes, Anna O’Neil nos trae un poema memorable y lo analiza para nosotros. Encuentra más de esta serie en Poetry Talk

La introducción del poema con el perfil biográfico de Sylvia Plath ha sido elaborada por Dolors Massot, de Aleteia en español.

Tags:
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