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¿Cómo será el Juicio Final? ¿Hay que tener miedo?

MICHELANGELO,LAST JUDGEMENT

PD

Carlos Padilla Esteban - publicado el 01/12/17

No, no será como en un tribunal - ¿quién podría resistirlo?

Jesús me dice hoy que al final de mis días seré examinado en el amor. Pero yo, cuando escucho la palabra juicio, me rebelo. No me gusta que me juzguen. No quiero los juicios.

Tal vez sea mi deformación por haber estudiado derecho. Veo la condena como una posibilidad real al final del camino. Hago cosas mal. Otras bien. Pero, ¿cómo voy a estar a la altura de lo que se espera de mí? Nunca seré digno del cielo, de la vida eterna.

Temo ese juicio por mis obras, por mis omisiones. Por mis palabras, por mis silencios. Por mis infidelidades, por mis mediocridades. Me cuesta el nunca o el siempre como decisión final. Me duele el castigo eterno como amenaza.

Es cierto que para los judíos el juicio tenía mucho más que ver con la realización de la alianza, con su plenitud, con el cumplimiento de la promesa. Jesús viene a dar plenitud a la alianza sellada entre Dios y el hombre.

Sé que al final de mis días me encontraré con esa mirada de Dios sobre mi vida. La mirada de un Padre que me ama. Me preguntará por el amor: Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras: -Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.

El otro día, en una charla, el P. Ángel Strada, un padre que conoció al P. Kentenich, contó algo que me conmovió. Él conjeturaba que el ideal personal del Padre sería algo parecido a esto: Yo conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mí.

El sacerdote modelado según la imagen del Buen Pastor. El pastor que conoce por su nombre a las ovejas. Que ama a todas. Que las carga sobre sus hombros y les habla dulcemente. Que sabe quién es cada una.

Jesús es la puerta por la que pueden entrar y salir libremente. Es el pastor. Es el pasto. Es todo para ellas. Me encanta pensar que Jesús no dice que separa las ovejas buenas de las malas. Todas las ovejas están a su lado. Eso me da paz.

Da la vida por los suyos. Da la vida por sus ovejas. Por todas. Le pertenezco. Él sale cada día a buscarme, me espera, me carga sobre sus hombros. Me conoce hasta la última fibra de mi corazón.

Y en el juicio, que no es un juicio de los méritos, sino del amor, tomará mi corazón torpe, pequeño e insignificante. Y me amará con su corazón grande, invencible, tierno e incondicional.

Me gusta esta mirada de Dios. Pienso siempre que al final de la vida habrá un abrazo entre el Buen Pastor y cada oveja. No un examen, no un juicio.

Sé que, al mismo tiempo, las obras de misericordia cuestionan mi vida y me siento pequeño. Veo dónde no hago lo que tengo que hacer. Dónde no amo y dónde sí amo. El reino de Dios es el reino del amor. Donde entro desde la humildad y el servicio.

Dios mira hasta lo más pequeño que hago y que soy. Él ve todo el amor que he puesto. Mira lo bueno que hago, hasta lo más pequeño. Eso me da tanta alegría, tanta paz. Cuando visito a un enfermo, cuando visto al desnudo, cuando doy de comer al hambriento o de beber al sediento.

Me gusta que me pregunte sobre el amor concreto y personal. Me gusta pensar que valora hasta un vaso de agua que doy. Su mirada es benévola, no juzgadora.

Dios ve mis buenas obras cuando ni yo mismo sé verlas. O me parece tan pequeño lo que hago frente a lo que debería hacer que no le doy valor. Y a menudo no veo a Jesús detrás.

Como en la parábola. Los que han hecho el bien no saben que se lo hacían a Jesús. Los que han hecho el mal tampoco saben que dejaron de amar a Jesús: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el rey les dirá: – Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.

Parece que no es tan evidente ver a Jesús en el hermano. No habrá un juicio simétrico, así es Dios. Lo bueno pesa más que lo malo.

Yo, confío en su amor. Sé que es mi pastor que saldrá a vendar mis heridas de oveja cuando llegue a su lado. Y me dirá: Bueno, por fin estás conmigo para siempre. Y me mostrará cosas buenas que he hecho que yo no sabía.

No me agobio, no pienso en un Dios frío que lo mide todo y lleva cuenta del mal. Jesús no sabe calcular. Su amor es sin medida y su perdón, cuando llego humillado, es capaz de borrar de un plumazo y para siempre mi pecado. Él cargó ya con mis faltas y heridas en la cruz.

Esa es mi esperanza. No es un Dios que juzga de lejos, sino que ama de cerca. Hoy escucho: Venid, vosotros, benditos de mi Padre. Yo confío y me acerco.

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