Un relato emocionante con detalles insólitos y poco conocidosEncontrar al cardenal Lorenzo Baldisseri significa hablar de esos días que marcaron la historia del mundo de los últimos 4 años, pero también en particular su vida personal. Hablamos de la elección del Papa Francisco, salida del Conclave de esos inolvidables 12 y 13 de marzo de 2013.
De esos días está la historia oficial que todos conocemos: el protocolo, las votaciones de los cardenales electores encerrados en el conclave, las fumatas negras, la espera… y la explosión de alegría de la gente en la plaza con la famosa “fumata blanca”. Pero, cuando se es testigo ocular de la historia, el relato tiene matices distintos.
En los días del conclave, el cardenal Baldisseri, entonces aún obispo, vivía en la Domus Sancta Marta, donde vive ahora el propio Francisco, y desempeñaba la labor de Secretario del Colegio Cardenalicio y de Secretario para la Congregación para los Obispos.
Baldisseri ya conocía en aquella época al cardenal Jorge Bergoglio, porque le había acogido cuando era nuncio apostólico en Brasil, durante la conferencia general del episcopado latinoamericano en Aparecida, donde el Papa actual había tenido un papel protagonista.
Según los estatutos, en el momento del conclave, el secretario del Colegio Cardenalicio se convierte también en secretario del conclave, y por tanto, cuenta Baldisseri “participé desde los trabajos del pre-conclave, ante una reunión de 115 cardinales, entre los que estaba también Bergoglio. Terminada esta fase, se entró en la fase del conclave a puerta cerrada”.
“Como decía”, prosigue Baldisseri – “yo estaba en Sancta Marta, el palacio de los electores. A los cardenales se les distribuyeron las habitaciones por sorteo, ¡pero yo ya tenía la mía! Todo duró dos noches. La segunda noche se produjo el anuncio”.
Dejemos que sea el cardenal Baldisseri quien nos cuente directamente lo que sucedió.
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Yo, siendo secretario del conclave entraba y salía para dar las papeletas, junto a monseñor Guido Marini. Los cardenales votaban y me entregaban las papeletas, que después tenía que quemar.
La fumata blanca: ¿qué sucedió dentro de la Capilla Sixtina?
Cuando se produjo la fumata blanca, me quedé dentro de la Capilla Sixtina y fui bajo la imagen del Juicio Universal. Mi función era parecida a la de un notario, que registraba todo lo que sucedía. Yo estaba allí, vestido de prelado, arzobispo, estaba allí cuando el decano en funciones, el cardenal Giovanni Battista Re, llamó oficialmente al elegido para interrogarlo.
La interrogación del elegido
Al elegido se le preguntó si “aceptaba el cargo. ‘Sí, acepto y elijo el nombre de Francisco’”, respondió el nuevo Papa. Después el elegido se fue a la llamada “habitación de las lágrimas” para vestirse de blanco.
La historia en la historia
En ese lapso de tiempo hubo otra ceremonia. Llegaron dos sirvientes, que pusieron una mesa y una silla en medio de la sala (la Capilla Sixtina), bajo el altar, justo debajo del Juicio Universal, y me llamaron para que rellenara el documento oficial. Y tuve que poner el nombre del elegido en latín, el nombre que adoptaba, la fecha y firmar. Y después firmó monseñor Marini.
Los primeros pasos como Papa
Poco después volvió el Papa, vestido de blanco, mientras el ceremoniero traía una bandeja de planta en la que había un capelo rojo. El Papa avanzó y llegó al centro de la Capilla Sixtina, bajo el Juicio Universal. Mientras tanto se había retirado la mesita con la silla, donde me apoyé para registrar documentalmente la elección.
El primer acto a la “Papa Francisco”
Según la tradición, el nuevo Papa habría debido sentarse arriba donde el altar, donde había un gran sillón. Pero no quiso subir, sino que se quedó abajo, como todos, para acoger a los cardenales. Los cardenales fueron llamados a mostrarle un gesto de obediencia, e hizo falta una hora, porque todos los 115 prelados tuvieron que desfilar ante el Papa y prometerle obediencia.
Mi acto de reverencia y un gesto inesperado del Papa
Cuando estaban terminando, y faltaban unos quince cardenales, se abrió la puerta de la Capilla Sixtina y entraron los cardenales ancianos para saludarle. Y en ese momento me dije: ya que estoy aquí, y ya ha terminado la fila de los cardenales electores, me pongo yo también en fila para hacerle la reverencia. Cuando llegó mi turno, me arrodillé ante el Papa. Entonces tomó el capelo rojo y me lo puso en la cabeza. Y los cardenales que estaban allí me aplaudieron y yo me sentí en una situación embarazosa. Pero ese gesto ya preanunciaba mi promoción a cardenal. Mi investidura tuvo lugar un año después, y cuando fui nombrado cardenal, el Papa me dijo: “¡Le hice esperar mucho!”.
Bueno, ¡el resto de la historia la conocen!
Y a decir verdad, cuando voy a ver al Papa le encuentro en Sancta Marta, y me siento como en casa.