El 28 de agosto de 1922 a las 11.30 horas el vapor Itata zarpó con todo su esplender desde Coquimbo, una región norteña chilena. Esta reconstruida embarcación, anteriormente vinculada a la Armada chilena para tropas y material bélico, tenía unos 400 tripulantes a bordo en aquel momento.
Sin embargo, el día terminaría en tragedia. Es que, a los pocos kilómetros, en las costas de la Higuera, una gran tormenta sorprendió a quienes estaban al frente de esta “poderosa” nave de más de 1600 toneladas, lo que provocó que comenzara a hacer agua y que posteriormente se hundiera.
“El barco con mar y el viento por la aleta, navegaba ya sin gobierno y con un cabeceo enorme. Una ola enorme alcanzó al Itata, hubo un desesperado esfuerzo del timonel por hacerlo virar, pero el buque siguió recto y no cayó a ninguna banda; la ola se reventó contra el costado de babor, tumbó la nave y una inmensa masa de agua pasó por encima dejándolo inclinado”, reproduce una crónica del año 1969 publicada en la Revista Marina y titulada “El Naufragio del ‘Itata’” (ver aquí).
“Iban más de 400 personas entre pasajeros y tripulación; de ellas solo se salvaron 26; el gran total pereció en el naufragio, en el breve lapso de cinco minutos”, indica la crónica.
A la hora de encontrar posibles causas surgió también la hipótesis de la sobrecarga, pues además de llevar a pasajeros, este vapor también tenía fines comerciales trasladando mercadería. Pero eso ya poco importa.
Hoy, 95 años después de aquella tragedia, una expedición a cargo de la Universidad Católica del Norte (UCN) y el Oceana, organización preocupada en la protección de los océanos, han logrado que aquellas víctimas volvieran al recuerdo de todos. Y esto gracias al hallazgo de los restos -tras varios años de intensa búsqueda- de lo que hoy se conoce popularmente como el “Titanic chileno”.
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